Relats històrics dels alumnes premiats.



Aquí tenemos los relatos históricos premiados en la IV edición del Concurso de Relatos Históricos y de Viajes (y también de ediciones anteriores si buscáis más abajo) organizado por este blog durante el presente curso escolar. Estoy convencido de que no os arrepentiréis de invertir unos minutos en leer estos estupendos trabajos literarios de vuestros compañeros. para el gusto del jurado han sido los mejores con mucha diferencia.

Y os animo a probar a escribir, a inventar historias, a desarrollar vuestra imaginación, a leer, a tener presente y viva en vuestras vidas la buena ortografía y el placer de las letras. Todo ello os llenará como personas y os enriquecerá. Hacedme caso. 

Y si queréis empezar a practicar la escritura os recomiendo uno de mis blogs paralelos, haciendo click aquí, dónde estamos desarrollando un curso de escritura creativa y donde podréis encontrar prácticas muy útiles para lanzaros a la hoja en blanco.

Los relatos son los siguientes:

CURSO ESCOLAR 2014-2015
  • COSAS DE NIÑOS de Patricia Téllez.                                                              PRIMER PREMIO Categoría B
  • ¡OJO CON LOS BIGOTES! de Andrea Barberá.                                              PRIMER PREMIO Categoría A
  • CRÓNICAS DE UN MUERTO de Daniel Moliner.                                        SEGUNDO PREMIO Categoría A
  • Por un beso de la Flaca  de Merche Pitarch.                                            SEGUNDO PREMIO EX AEQUO Cat. B
  • La inocencia inducida de Alex Ortiz.                                                         SEGUNDO PREMIO EX AEQUO Cat. B





GANADORA ABSOLUTA 
DE LA CATEGORÍA B
(RELATOS DEL PROYECTO THE WALL SOBRE LA GUERRA FRÍA) 

PATRICIA TÉLLEZ 
de 4t d'ESO B


COSAS DE NIÑOS

Harry
Harry tiene ocho años y es un niño travieso de segundo de primaria, repetidor y sin intención de estudiar; le encanta jugar. Joseph tiene ocho años también y es otro gamberrillo de segundo; más de lo mismo.

Todo comenzó un recreo de mayo. Si no recuerdo mal el día cuatro. Hacía calor y los pequeños de segundo se disponían a jugar. En la clase había dos grupos claramente diferenciados. Por una parte, Harry y sus amigos, que querían jugar a futbol; por otra, Joseph y los suyos, a los que no les gustaba nada el fútbol y preferían jugar a baloncesto. 

Tan solo había un campo y desde hacía unos meses se había pactado, entre ambos grupos, el uso que iban a hacer del único campo del que disponían en el recreo. Los acuerdos a los que llegaron eran sencillos, o al menos lo parecían, y era que cada semana se jugaría a un deporte, de manera que todos pudieran disfrutar, más o menos, del deporte que a ellos realmente les gustaba. 

Joseph
Bien, como he dicho antes este acuerdo parecía sencillo, mas no pasaron ni tres semanas cuando la “guerra” entre ambos grupos comenzó. Estaba claro que iba a haber disconformidades al poco tiempo de este pacto. Como vieron que esto no iba bien decidieron suprimir cualquier tipo de deporte que causase alguna pelea, por pequeña que fuera. Desde ese momento, tanto los niños de un grupo como los del otro dedicaron los ratos de patio a jugar con sus juguetes. Harry, por su parte, comenzó a traer durante repetidos días uno de sus juguetes preferidos que le había regalado su abuelo, su vieja peonza. Días después el pequeño Joseph, quien sabe si intencionadamente, se trajo la misma peonza, algo que a Harry no le hizo mucha gracia y que poco después no causaba más que disputas. 

Los demás niños contemplaban día tras día las amenazas entre ambos, pero no intervenían por el miedo a que pudieran actuar en su contra. Digamos que estaban con ellos un poco por conveniencia, para, al fin y al cabo, no salir ellos perjudicados. Además, tanto Harry como Joseph tenían algo que los demás no tenían, y era algo tan simple como la edad, lo que provocaba una sensación de respeto tremenda entre los “pequeños” del curso y por tanto podrían actuar si algo de lo que hacían los demás no les gustaba.

Pero bueno, todos los días lo mismo. Por una parte, Harry y Joseph en continua pelea por ver quién era mejor de los dos; por otra, los niños más pequeños sin saber qué hacer ante esto.



Pasaron semanas y esta “lucha” continuaba. Era tal la rabia que se tenían entre ellos que decidieron separar el patio en dos, distanciando así a los demás niños de sus amigos. Pero claro, estos no podían hacer nada. ¿Acaso querían también ellos intervenir en este conflicto? ¿Qué podría pasar? 

Joseph Stalin y Harry Truman
Los niños crecían y esa especie de muro que separaba ambas partes del campo no parecía que fuese a caerse nunca. Con el tiempo las amenazas fueron mayores y los juguetes ya no eran los causantes de estas discusiones. Ahora cada uno quería ser dueño del patio, liderar sobre el resto. Ambos niños, tanto Harry como Joseph tenían la fuerza suficiente como para enfrentarse al otro, mas no lo hacían por lo que pudiera venir después. Ya que un solo golpe podría desatar una de las peleas más peligrosas que jamás se hubiera vivido en el colegio. 

¡Qué curioso! ¿No os recuerda esto a los diferentes conflictos que se ocasionaron en la guerra fría por el simple hecho de constantes amenazas entre la URSS y EEUU? 

Bien, aquí podemos ver claramente como, de no ser por muchas amenazas a las que hemos estado y estamos sometidos en nuestro día a día, no actuaríamos de la manera de la que actuamos, es decir, en el caso de EEUU y la URSS no hubieran estado en constante pelea a causa de la posesión de armas nucleares, de "me la tiras te la tiro". Nada hubiera sido lo mismo, ni hubiéramos estado en peligro en muchas ocasiones.

En el caso de los niños, Harry y Joseph, no se hacía uso de armas nucleares, ni mucho menos, sino que a medida que crecían iban teniendo más fuerza, lo que suponía una mayor preparación por si se diera una pelea que llegase a las manos. Puede que parezca una tontería pero en muchas ocasiones surgen grandes problemas de cosas insignificantes. En el caso de los niños, problemas en el recreo, que llega a separar el patio en dos; en el caso de EEUU y la URSS, problemas respecto de las amenazas, disputas que llegaron a separar a Berlín en dos… ¿se parece no?


Muro de Berlín
Con esto quiero llegar a la conclusión de que por ambas partes, tanto la de los niños como las dos grandes potencias, han podido llegar en muchas ocasiones a problemas mayores, viniendo el primer conflicto por una tontería.

Al final el problema se solucionó con el paso de los años. Ambos se dieron cuenta de que esta disputa no podía durar para siempre. Por un momento se pararon a pensar, a observar en lo que el patio del colegio se había convertido. Decidieron entonces derribar la pequeña barrera que separaba ambos bandos, poniendo fin a estas “cosas de niños”



¿Quién me iba a decir que un simple juguete podría hacer tanto daño?

FIN

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GANADOR ABSOLUTO 

DE LA CATEGORÍA A
(RELATOS DE CUALQUIER ÉPOCA HISTÓRICA) de:

ANDREA BARBERÁ 
de 2n de BATXILLERAT



El seu títol és OJO CON LOS BIGOTES, una barretja entre Rebelió en la Granja i Jocs de la Fam.

Un relat molt orginal que repasa la Història d'Espanya des de 1968, la caiguda del règim franquiste i l'arribada de la democràcia amb uns peculiars protagonistes que cambiaran els temps i la vida dels espanyols amb la seua clau intervenció.

Una molt bona idea plasmada de forma molt dinàmica. Enhorabona Andrea.


 ¡OJO CON LOS BIGOTES! 


Franco cazando.
Monte del Pardo, 1968.

Un hombre bajito y  con bigote  caminaba indignado por el sendero.

Mientras, maldecía a toda España por las constantes reformas aperturistas que estaba sufriendo el país y por la creciente oposición de la sociedad.

Fruncía el ceño y apuntaba con su escopeta a una familia de ciervos que paseaban cerca de un riachuelo. “PAM PAM PAM” había matado a tres de ellos. La madre y sus crías corriendo asustadas se escondieron entre  la vegetación.

El hombre del bigote continuó por el sendero, se sentía mejor después de haber cazado esos ciervos, necesitaba desahogarse.

Continuó caminando cuando de repente vio unas perdices, que tampoco se le resistieron. Accidentalmente mató un jilguero que se cruzó delante de una de ellas: “Maldito pájaro” pensó. Por su culpa no pudo matar a la última perdiz.

Conforme avanzaba la mañana su cacería aumentaba.  Cuando por fin se dio por satisfecho decidió volver a casa con su grandioso botín. Hoy comería huevos rellenos, estaba feliz.

Monte del Pardo, una tarde de 1968.

Un jilguero volaba apresurado hacia el árbol más viejo del Monte del Pardo, donde cada semana los animales se reunían. 

Monte de El Pardo
El pájaro se apoyó en la rama más gruesa de aquella encina, frente a una gran multitud de furiosos animales que se quejaban  continuamente.

El jilguero, que era el más sabio, hizo un gorjeo peculiar mediante el cuál los animales sabían que debían guardar silencio y escuchar lo que el pájaro decía.

 Se aclaró la voz y comenzó el  mensaje revolucionario:

-Compañeros, yo conozco el porqué de vuestro alboroto. Y esto que ha ocurrido hoy ha sido la gota que colma el vaso. No podemos tolerar que los humanos vengan y hagan lo que quieran con nuestra casa, con nuestros habitantes.

Entre la jauría, una familia de ciervos se acercó al pájaro, todos lloraban, y dirigiéndose al animal más sabio del Monte del Pardo, interrumpieron entre sollozos:

-Hoy, nosotros hemos experimentado el horror, y el pánico del que hablas. Un hombre ha matado a parte de nuestra familia y nosotros hemos conseguido escapar.

El pájaro se indignó ante esta noticia:

-No podemos permitir que más de los nuestros tengan un final así. Nosotros no hemos hecho daño a nadie. No podemos quedarnos apáticos ante estas situaciones, no podemos asumirlas y conformarnos. Necesitamos hacernos respetar, necesitamos un cambio. ¡NECESITAMOS REVOLUCIÓN!

Todos los animales después de escuchar el testimonio de los ciervos, quedaron convencidos de que aquella idea de revolución era primordial, no podían vivir un día a día en peligro.

Pero de repente una culebra, que siempre le llevaba la contraria al pájaro,  intervino cortando la euforia desatada entre los animales:

-No hay duda de que sois unos ilusos…- silbó en tono burlón  y prosiguió - En el bosque somos muchos menos animales en comparación a los humanos que hay en el país.

-Serpiente- dijo el pájaro- tal vez tengas razón en ese aspecto, pero el plan que elaboré contesta todas tus preguntas.

Todos los animales escuchaban con atención.

-Bien, la revolución contra los humanos no será posible sin la ayuda del resto de compañeros.

-¿Pero qué estás diciendo? Si estamos aquí todos…- respondió escéptica la serpiente.

-No hablo solo de nosotros, debemos reunir a todos los animales de España: Pirineos, Parque de Cabárceno , Zoológico de Barcelona, Albufera, Picos de Europa, Canarias…

- ¿ Y a quién pensamos dirigir el ataque y cómo?- preguntó un conejo que se alejaba de la culebra hambrienta dando saltitos.

- A quién más ha intervenido en la desgracia del bosque, ya sabéis quién…- todos los animales sabían a quién se refería, y temblaban con solo pensar en  el nombre, pero el pájaro continuó- El hombre del bigote.

-¡Sigue contando!- interrumpieron unos pequeños petirrojos desde un nido.

-Nos organizaremos de la siguiente forma:  reptiles ,anfibios y mamíferos vosotros os encargaréis de propagar la revolución por los bosques de Madrid. Las aves nos desplazaremos por el país para reclutar más camaradas ¿De acuerdo?

Todos afirmaron y una vez dicho esto los animales se agruparon tal y como había dicho el pájaro. Mochuelos , petirrojos, urracas y muchas más aves emprendieron vuelo junto al jilguero. La revolución había comenzado.


Distrito de Salamanca, Madrid, 1969.

Carmen Polo 
Al abrirse la puerta de aquella boutique, una fragancia de  lavanda impregnaba a todas las exclusivas clientas que podían permitirse entrar a la tienda más lujosa de toda Madrid, entre ellas Carmen Polo. 

El dependiente las atendía con su mejor sonrisa y exquisita actitud. Desde luego estas mujeres,  eran la élite del país, muchas de ellas pertenecían al Opus Dei o estaban relacionadas con los sectores conservadores y esto debía reflejarse en su ropa.

Cuando el resto de mujeres vieron a entrar a Carmen, todas la halagaban. Carmen respondía educadamente hasta que por fin llegó su turno.

Los productos de la tienda eran de primera calidad, muchos de ellos importados de París , reforma aperturista que no parecía importarles a estas mujeres conservadoras, cuando se trataba de abrigos y bolsos de piel, joyería, y calzado exclusivo, ninguna ponía queja.

Algunas de estas señoras parecían una especie de animal mestizo. Pues casi todas poseían abrigos, calzados y bolsos de piel de diferentes animales.

Pero Carmen no se dirigía a comprar un producto de piel. Ella quería un nuevo collar de perlas, le fascinaban. Después de probar diferentes collares ante los constantes halagos de las clientas  como “Oh , está preciosa” o “Le favorece muchísimo”. Carmen contenta eligió uno de los collares y volvió a casa, antes de que su marido hubiera vuelto de sus asuntos laborales, para dar buen ejemplo de buena esposa, era su deber.

Esa mismo día de 1969, por la tarde, en el Palacio Real de El Pardo.

Carmen Polo había llegado hace horas a la espera de su marido quién apareció muy enfadado. El hombre del bigote, fruncía más el ceño que nunca mientras hacía constantes aspavientos y pagaba su enfado con la gente que le rodeaba.

Cuando consiguió calmarse, Carmen Polo consiguió conocer el motivo de su enfado.  Y es que  la empresa textil Matesa perteneciente al Opus Dei, sector fiel al régimen, había utilizado subvenciones de la dictadura para lucrarse ilícitamente. Y esto indignaba a Franco. Pues si los sectores inmovilistas desprestigian el régimen , este hecho alimentaría  la creciente oposición. Debía tomar medidas. El Opus Dei pagaría el precio de desprestigiar el franquismo. 

El hombre del bigote sentía que ya no podía confiar en nadie , además cada día recibía nuevas noticias de la oposición y del terrorismo. El caudillo sentía incertidumbre y temor por la situación española del futuro. 

Pero más temor debía sentir por la oposición que creía no tener, una oposición más salvaje que la religiosa, social y política, la oposición animal.

España a lo largo de la primera mitad de los años 70.

El pájaro junto a su ejército aéreo había estado durante los últimos años de los 60 reclutando animales en toda España.

Dehesa extremeña
En Canarias  reclutó a picapinos, lagartos y tortugas marinas que transmitirían el mensaje revolucionario por los mares españoles.

Después continuaron por las dehesas extremeñas dónde muchos cerdos se negaron a ser el plato de los españoles y se unieron a la revolución.

En los montes de Toledo , linces ibéricos mostraron simpatía hacia el jilguero y le cedieron su apoyo, prometiendo obrar como vigilantes.

En los Picos de Europa  hablaron con los lobos quiénes lideraban la cordillera y se mostraros leales a la revolución , propagando la noticia al resto de animales de los Picos de Europa. Esto mismo ocurrió con los osos pardos en Pirineos.

La revolución estaba siendo un éxito, y el ejército aéreo aumentaba con halcones, águilas , buitres, palomas urbanitas… Todos los animales eran bienvenidos.
Quedaba el litoral mediterráneo. En la albufera de valencia unos coll verds se ofrecieron para propagar la noticia a baleares.

Pero en el zoológico de Barcelona, es dónde el jilguero comenzó a sentirse nervioso a la hora de pronunciar su discurso. A pesar de haber hablado ya con leones de Cabárceno, el jilguero se sentía intimidado por el líder del zoológico de Barcelona, un gorila albino , llamado “Copito de nieve” por los humanos. Ya que todos los españoles le tenían especial cariño y muchos visitaban el zoo con el único objetivo de ver al gorila.

Este era el hecho que incomodaba al pájaro, pensar que el gorila podría estar encantado con el aprecio de los humanos y no querer unirse a la revolución. Pero para sorpresa del jilguero ese hecho era el que más incomodaba al gorila, pues no le gustaba sentirse como un animal de feria, siendo la atracción de bobos que aporrean su cristal día a día intentando llamar su atención.

El jilguero había conseguido la aprobación del gorila y con ello podían ejecutar la ansiada revolución.

Monte del Pardo, 1975.

Los animales estaban exultantes. Los planes del pájaro estaban funcionando y cada vez había menos caza  en el monte. Estaban dando su merecido a los humanos. Después de varios ataques a aquellos hombres que habían matado animales por ocio , el monte del pardo se volvió un bosque misterioso para los cazadores, pues ya empezaba a rumorearse que aquel que iba a cazar a ese bosque , volvería más perjudicado que sus propias presas. Por lo que durante unos años la caza descendió. Y mientras los animales celebraban este hecho cantando y bailando , de repente escucharon un  peculiar gorjeo que provenía de la encina más vieja. Todos los animales debían reunirse.

El jilguero comenzó a hablar una vez todos los animales llegaron al punto de encuentro:

-Camaradas, es hora de dar el ataque definitivo , casi lo hemos conseguido.

-¿A qué te refieres?- preguntó un ratoncito con timidez, pues no solía intervenir en los discursos, pero esta situación le provocó la necesaria sorpresa como para interrumpir.

- Sé que os extraña que os convoque de esta forma, pero aunque parezca que la situación esté más tranquila, no hemos completado nuestro objetivo-el pájaro se aclaró la voz y prosiguió- Es cierto que hemos ejecutado diversos ataques, como a los cazadores que se dignaban a entrar en el monte ,o como a las señoras de los abrigos de piel que caminaban por la ciudad, gracias a la ayuda de las palomas. Pero no hemos dirigido ningún ataque a quién originó nuestra sublevación.

- ¿Y cómo pensamos dirigirnos hacia el señor del bigote? Siempre está protegido allá dónde va, excepto cuando va  al baño- silbó irónica la culebra.

- Tú misma lo has dicho.- respondió con firmeza el jilguero.

- ¿Y qué piensas volar hasta su ventana y entrar mientras el hombre está haciendo sus necesidades?- se burló la culebra contagiando su risa a otros animales.

- No yo no, tú.

-¿YOOO?, pero si solo puedo reptar por el suelo. 

- Por eso mismo. Entraras por las tuberías hasta su retrete. Las palomas han estado observando al hombre varias semanas y siempre va después de comer a la misma hora a hacer sus necesidades.

- ¡ME NIEGO ROTUNDAMENTE!

-Se trata de asustarlo. Esta es la propuesta y vamos a votarla, si los animales la aceptan, deberás hacerlo.

-¿Y si no lo hago?

-Serás expulsada del bosque. Además si lo haces tendrás una recompensa de alimento.
Los animales comenzaron a votar. Pezuñas, patas y garras se alzaron a favor de la operación propuesta. Al día siguiente la culebra llevaría a cabo la misión.


15 de octubre de 1975,  Palacio Real de El Pardo.

La salud del dictador y con ello el régimen franquista, se debilitaban por momentos. Por suerte, aquel día tenía para comer cocido, su comida favorita. Esta noticia le alegraba el día.

Después de comer el mejor cocido madrileño del país, sintió unos retortijones. Hora de ir al baño.

15 de octubre, en unas tuberías del Palacio Real de El Pardo.

La culebra no se podría creer que había aceptado hacer aquello. Siempre le tocaba la peor parte. “El pájaro siempre se sale con la suya” refunfuñaba.

Ella lo hacía por el alimento, era pequeña pero siempre tenía hambre. La comida era su punto débil.

La serpiente esperó unos segundos a que la tapa del retrete se abriera. Mientras tanto ensayaba sus mejores caras para asustar. De repente se hizo la luz. La tapa se levantó y la serpiente fue lo bastante rápida como para sacar la cabeza y expresar una faz de espanto, enseñando sus afilados colmillos y mirando fijamente al dictador. Este pegó un chillido y un respingo, acompañado de una cara de susto. Era el mayor sobresalto que había tenido en su vida, pues tenía pánico a las serpientes.

La culebra  fue lo bastante rápida como para volver a las tuberías y adentrarse en ellas  hasta llegar al monte. Misión completada con éxito.


Franco moribundo
15 de octubre de 1975,  Palacio Real de El Pardo.

Un  grito desgarrador proveniente del aseo sorprendió a los guardias. Era el caudillo. Rápidamente corrieron al segundo piso, llamaron al generalísimo desde el pasillo sin éxito ,no respondía. 

Decidieron entrar al baño cuando encontraron al dictador sufriendo un ataque cardíaco.

Esa misma tarde lo ingresaron en el hospital.

España entre 1975 y 1980.

Después del ingreso de Franco en el hospital, prosiguieron los meses más agonizantes de la vida del dictador hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975.  El plan de los animales que a primera vista fue un inocente intento de asustar al caudillo, había conseguido terminar con la vida del hombre del bigote que tanto iba a cazar al Monte del Pardo.

Durante estos años la situación política de España sufrió un proceso de transición , dónde gradualmente las clases medias fueron tomando voz y voto, clases sociales que no tenían dinero suficiente para la caza. Por lo que esta actividad descendió respecto a las décadas anteriores.

Por lo que aunque los animales continuaban ejecutando misiones, no lo hacían con tanta frecuencia.
Muchos de estos animales transmitieron a posteriores generaciones el mensaje revolucionario que divulgó el pájaro en 1968. De esta forma mantendrían la lucha animal.

Pero hasta 1980 no llegó la planificación de su mayor ofensiva.

El jilguero a pesar de haber envejecido,  continuaba poseyendo la gran capacidad de liderazgo que le caracterizaba, y su sabiduría aumentaba con los años. 

En el mes de diciembre unos caballos del ejército  español se presentaron en el Monte del Pardo con una noticia que inquietaría a los animales.

Un caballo negro con una mancha blanca en la frente se dirigió al jilguero ante la mirada atenta de unas perdices que caminaban por allí:

-Camarada, sabemos de su revolución y sería un placer para nosotros formar parte de ella.

-Gracias por vuestro interés, sois bienvenidos todo tipo de animales- dijo el jilguero mientras observaba que los caballos llevaban una montura del ejército.

 Los caballos ,que tenían una gran educación, continuaron:

- Como puede usted percibir, somos caballos del ejército y por ello estamos aquí. Hemos escuchado estos meses las pretensiones de los humanos militares y no tienen buenas intenciones.

-¿A qué os referís? – intervino la culebra, que se había convertido en la mano derecha del pájaro después de la operación ejecutada en el baño de Franco.

    -Pretenden instaurar de nuevo un régimen dictatorial dando un golpe de estado, el 23 de febrero del próximo año. Por lo que las clases fascistas y  altas poseerían de nuevo el poder. En consecuencia incrementaría la compra de armas, abrigos de piel, entre otros productos perjudiciales que solo las élites económicas se pueden permitir.

-Y gracias a vuestra información podremos intervenir- respondió el jilguero haciendo un gesto de agradecimiento con la cabeza- Necesito que continuéis informándome del  futuro golpe de estado  durante estos meses, para poder llevar cabo una planificación.

Perdices
-¿Estáis locos?- interrumpió la madre de las perdices que no había dejado de escuchar disimuladamente desde que aparecieron los caballos- Los militares van armados. Siempre hemos dirigido ofensivas hacia humanos que no iban armados, los   pillábamos desprevenidos. No voy a poner en riesgo a mis hijos.

-Si no impedimos el golpe de estado, el resto de humanos no  lo harán , será demasiado tarde . Ellos no tienen la ventaja de saber esta noticia. Podemos planificar suficientemente bien la ofensiva. Además , si el golpe de estado tiene éxito, volveremos a la situación inicial. Debemos hacer el último esfuerzo.

Este argumento convenció a la perdiz, si sus hijos no morían ahora lo harían más tarde si el golpe de estado tenía éxito.

 Después de unos gorjeos repetitivos, el jilguero dio por terminada la charla y los caballos espía volvieron al ejército español en busca de nueva información. 

Establos del ejército de caballería a principios de febrero de 1981.

Un caballo negro con una mancha blanca en la frente discutía frenéticamente con un caballo color canela que había en el establo contiguo:

-Llevamos investigando semanas y no tenemos nueva información. No se podrá a llevar a cabo la misión del pájaro- dijo el caballo color canela con una expresión decaída.

- No debemos rendirnos, nos queda  casi un mes, pueden cambiar las cosas en cualquier momento- Respondió el caballo negro.

De repente escucharon pasos, algún humano se acercaba. Ambos caballos giraron el cuello hacia la ventanita principal de su establo y para cuando los dos hombres se habían acercado los animales fingían mascar heno.

Uno de ellos era el jefe del ejército de caballería pero al otro hombre no lo conocían. Llevaba un sombrero propio de la guardia civil, pero lo que más llamaba la  atención de su rostro era un enorme bigote. 

La conversación de los hombres fue clave para la misión del pájaro.

Después de acariciar a algunos caballos los hombres se fueron.

Los animales habían escuchado toda la conversación, y se habían quedado con la cara del guardia civil. Pronto visitarían al jilguero.

Monte del Pardo,  una noche de febrero de 1981.

Un galope se escuchaba cada vez más próximo a la vieja encina. Los animales nerviosos estaban reunidos esperando a la llegada de los caballos. 

Jilguero
El jilguero ya conocía la información pues se había reunido con ellos una semana antes para poder planificar con antelación la ofensiva. Hoy los caballos y el jilguero anunciarían la estrategia al resto de animales.

Por fin llegaron los animales del ejército. Después de una reverencia al pájaro y un gesto de saludo con la cabeza al resto de animales, el jilguero inició su peculiar gorjeo y comenzó a hablar:

- Buenos noches camaradas,  como bien sabéis mañana es 23 de febrero. El día de la ofensiva decisiva en nuestra lucha animal. Debo decir que estoy muy orgulloso de lo que hemos conseguido y mañana será el último esfuerzo , la última hazaña por la que nos recordaran las próximas generaciones. Gracias a vosotros.

-Gracias a ti también pájaro- respondió la culebra junto a otros animales.

Congreso de los Diputados en Madrid
-Bien, ahora que estamos todos- dijo el jilguero mirando a los caballos- debemos explicaros lo siguiente: el plan que tienen los humanos es irrumpir en el Congreso de los Diputados en Madrid, a tiroteos y expandir un golpe de estado por toda España. Están planificados en diferentes ciudades de forma clandestina, lo que sorprenderá y asustará a los ciudadanos españoles. Lo que no saben es que nosotros en función de su planificación hemos distribuido a nuestros animales en la península y archipiélagos.

-¿Congreso de qué?- respondió un erizo, que aunque no era tan inteligente como los caballos o el jilguero, resolvió la duda del resto de animales con esa pregunta pues casi ninguno conocía el Congreso de los diputados.

-El Congreso de los diputados es un importante edificio de la capital. Lo reconoceréis porque tiene dos leones fuera.

Después de esta aclaración, los animales quedaron satisfechos, todos sabían qué eran dos leones.

El pájaro continuó:

Nos desplazaremos a la ciudad esta misma noche para pasar desapercibidos. Los animales callejeros de Madrid nos darán cobijo y escondites. 

Antonio Tejero
El hombre al que va dirigido fundamentalmente este ataque es Antonio Tejero, un guardia civil que lidera el golpe de Estado- intentó explicar el caballo negro.

Pero el jilguero se dio cuenta de la expresión confusa que esbozaron los animales. Así que  describió a este hombre para que lo pudieran reconocer con facilidad.

-Es un hombre con un gran bigote. Más grande que el del famoso “hombre del bigote” que todos conocíais.

Los animales asentían todos a la vez. Así todo lo tenían mucho más claro. Lo llamarían “El hombre del bigote , pero más grande”, aunque el apodo era un poco largo, lo recordaban con facilidad.

El jilguero continuó explicando hasta asegurarse de resolver todas las dudas. Finalmente partieron a la ciudad.


Congreso de los diputados, sesión de investidura de Calvo Sotelo, 23 de febrero de 1981.

-¡QUIETO TODO EL MUNDO! – interrumpió un hombre armado, con un bigote muy grande .

En ese mismo momento Antonio Tejero disparó diversos tiros sin una dirección establecida. Cuando por accidente uno de ellos se dirigió hacia Felipe González, uno de los integrantes de la sala. Ese tiro habría acabado con su vida si no hubiera sido por un inusual jilguero que  avanzó a través de una ventana al escuchar el grito de Tejero. El animal impidió que muriese Felipe González, muriendo él mismo atravesado por la bala.

Tejero en el Congreso el 23-F


Valencia , 23 de febrero de 1981.

Milans del Bosch desplegó numerosos  tanques por las calles de la ciudad.  A su vez, palomas, garzas, colls verds y otros animales de la albufera se abalanzaron contra los militares.

Esto mismo ocurrió en otras ciudades de España,  que aunque fracasaba  el golpe de Estado militar, la última ofensiva animal era un éxito. Llevando a cabo lo que su líder siempre había deseado como homenaje al pájaro caído.

Los tanques en las calles de Valencia el 23-F


Elecciones generales de 1982.

Ganador, Felipe González.  Y por mayoría. Era feliz y era el presidente del gobierno. Estaba agradecido a  la vida  por esta oportunidad y haría de su gobierno el mejor de la España democrática.

Pero no era la vida la que le dio esta oportunidad, sino un pequeño animal, cuyo gorjeo nunca consiguieron silenciar.

Felipe González jura su cargo de Presidente del Gobierno ante
el rey Juan Carlos I en 1982

FIN
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Hoy publicamos el relato que fue galardonado con el SEGUNDO PREMIO ex aequo de la categoria B (los relatos relacionados con el proyecto sobre la Guerra Fría que hemos desarrollado este año y que llevaba por título THE WALL)

Su autor es ALEX ORTIZ, de 1º de bachillerato, aL que quiero agradecer que me haya permitido publicar el relato en el blog. Espero que disfrutéis de la lectura del relato de ALEX. Aquí está la reseña breve y a continuación el relato:

El relat titolat La inocencia inducida té una cuidada prosa que ens va sorprendre. Paraules apropiades, varietat de vocabulari, ritme mesurat i calculat... Un molt bon treball que de segur farà disfrutar als amants de les paraules. Un relat ambientat al Niger, amb la Guerra Freda de trasfons on hi ha un joc d'interessos per aconseguir el preciat urani en un moment de carrera armamentística clau per a la Història. Un tema original, ben escrit i molt ben platejat. Enhorabona Alex.

LA INOCENCIA INDUCIDA


El avión de la compañía Royal Air Maroc proseguía su descenso cuando Yuri se acercó a la ventanilla y vio las primeras imágenes del aeropuerto de Niamey. Había leído mucho sobre Níger en las últimas semanas en su habitación de la base de Nueva Zembla en el ártico a las órdenes del célebre General Kudryavtsev. 

Yuri no era militar, al contrario, siempre había pensado que las guerras nunca solucionan los conflictos sino que los empeoran. Pero él era ruso y, en la Unión Soviética, uno no elegía a qué se dedicaba. 

Había sido seleccionado para trabajar en el programa de pruebas nucleares porque había obtenido las mejores calificaciones en la universidad y su tesis de fin de carrera sobre las posibilidades del uranio enriquecido había recibido elogios del propio rector y, lo que es más importante, del representante del PCUS. Por ello, había comenzado en la agencia hace seis años, justo tras acabar la carrera y los comienzos no fueron nada fáciles. De hecho, si no hubiera sido por su jefe directo, el doctor Sergei Romenko, probablemente habría terminado en un Gulag por culpa de su espíritu crítico y su carácter rebelde e irreverente. 

Admiraba enormemente a Sergei, un científico del máximo nivel y no un burócrata como muchos de sus compañeros. Sergei le acogió con los brazos abiertos y había aprendido mucho de él en estos años sobre técnicas de determinación de la calidad del uranio. Sergei era físico, como él; pero además era un reconocido geólogo y una persona con gran experiencia internacional. Hablaba ruso, alemán e inglés, como el propio Yuri, pero también francés, español y otras cuantas lenguas que había aprendido cuando era joven, acompañando a su padre, diplomático y miembro destacado del PCUS, por medio mundo. 


Yacimientos de Arlit
Tal era su consideración que no dudó cuando Sergei le propuso viajar juntos a Níger para una misión delicada. Tenían que llevar a cabo unas pruebas sobre un tipo de uranio que se extraía en los yacimientos de Arlit, al norte del país. Las informaciones preliminares hablaban de la posibilidad de que este material tuviera unas propiedades que le harían inigualable. A Yuri no se le escapaba que, de ser así, la Unión Soviética haría todo lo posible para hacerse con el control de estos yacimientos, lo que le daría una buena ventaja frente al “enemigo imperialista”. 

De hecho, era en eso en lo único que Yuri no coincidía con Sergei. Yuri, no creía que hubiera un “enemigo” y en más de una ocasión había sido criticado por su carácter tolerante y pacifista. Sergei a sus cincuenta años, mostraba continuamente su resentimiento hacia los americanos y hacia el capitalismo como si fuera un joven radical. Yuri pensaba la virulencia política de su jefe se debía a que había crecido en un ambiente acomodado gracias a la posición de su padre y no en un mísero apartamento del extrarradio de Moscú como él.

Ahora ambos estaban aterrizando en Niamey provistos de pasaportes de la República Democrática Alemana. Sergei la había explicado que era mejor que no se identificaran como soviéticos. El mismísimo General Semichastny, reciente director de la KGB, les había recibido en su despacho y les había habado de la importancia de su misión. Les había explicado que el momento era complicado y que todavía lo sería más; sus últimas palabras aún resonaban en su cabeza: La URSS cuenta con vosotros. 


Yuri no alcanzaba a comprender por qué se había metido en aquel lío. Nunca había sido un joven valiente, ni tan siquiera le gustaba viajar. Él era feliz entre sus libros y en su laboratorio. Allí era donde encontraba la paz y donde podía olvidarse de las penurias de su niñez. Tampoco lo hacía por convicciones ideológicas, ni mucho menos. Era mucho más simple: no tuvo valor para decir no a su jefe. Sergei le había contado que los protocolos de seguridad de la KGB obligaban a que este tipo de misiones siempre fueran realizadas por al menos dos personas y que por eso había pensado en él.

El calor era sofocante en esa noche de octubre. La aparente tranquilidad desapareció tan pronto llegaron a la terminal del aeropuerto. Todo era caótico, gente que iba de un lado para otro alzando la voz, personas que intentaban colarse en el control de acceso, policías tumbados en el suelo y empleados que se peleaban por recoger las maletas de los viajeros. Nada que le recordara a su país, donde todo estaba tan tristemente planificado.

Al salir de la terminal, un taxista local les condujo al Hotel Sahel, en el que tenían reservadas dos habitaciones. Pese a lo avanzado de la noche, todos los establecimientos estaban abiertos y había mucha gente en la calle. Seguramente aprovechaban las horas nocturnas en las que las temperaturas descendían.


El hotel Sahel
Tras dejar sus maletas, Sergei vino a buscarle para bajar a la cafetería. Se sentaron y aunque era ya muy tarde, pudieron saborear un magnífico té con menta. Al cabo de unos minutos, un hombre de unos 50 años, de tez morena, con el pelo rizado y vestido con una túnica blanca, se sentó junto a ellos. Sergei no se alteró; de hecho, debía estar esperando que algo así sucediese.

Buenas noches - saludó el desconocido en alemán- Les aconsejo que usen repelente de mosquitos. Pero no lo compren en la farmacia que hay enfrente. Allí venden productos de contrabando –continuó el recién llegado.

Gracias, sólo utilizamos la marca Relec -respondió Sergei en la misma lengua.

A partir de ese momento, el tono de la conversación cambió. Se trataba sin duda de una especie de contraseña mutua prefijada, intuyó Yuri.

El visitante, que se identificó como Louis, les contó que trabajaba para una empresa egipcia implicada en labores logísticas de los yacimientos y que en un par de días les conduciría en helicóptero hasta las minas donde se harían pasar por técnicos de su empresa y tendrían acceso a muestras del material que se extraía y a un laboratorio perfectamente equipado. La visita no les daba derecho a pernoctar en las minas y las muestras no podían salir de las instalaciones mineras porque el ejército nigerino controlaba rigurosamente todo lo que entraba y salía del lugar.

Yuri sintió la presión de tener que hacer todo su trabajo en apenas una jornada pero comprendió que no podía ser de otro modo. Dio por seguro que el mero hecho de haber conseguido la colaboración de Louis era el fruto de un trabajo nada fácil de sus servicios de inteligencia y que no volverían a tener otra oportunidad.

Cuando Louis abandonó la cafetería pasaban ya de las cuatro de la madrugada. Tendrían toda la jornada libre para ellos y se volverían a citar a las cinco de la madrugada de día siguiente en el hotel para su viaje a las minas.


Espectrómetro
Yuri se acostó pero no podía conciliar el sueño. ¿Sería por el cansancio del viaje? ¿Por la tensión de la situación? De pronto cayó en la cuenta. Había algo que fallaba en lo planteado por Louis. Para poder determinar en tan pocas horas la riqueza del material, necesitarían un espectrómetro de alta resolución de un modelo del que solo se dispone en el ejército soviético o seguramente también en el norteamericano. Hasta él sabía que era imposible que ese instrumento pudiera encontrarse en una instalación civil. No se trataba de un aparato voluminoso y se podía dividir por partes de forma que entrase en una bolsa de viaje. No comprendía por qué no habían traído uno con ellos.

Nada más encontrarse para el desayuno presentó sus dudas a su compañero quien no pudo evitar una sonrisa.

-¿Te gusta la artesanía? – se limitó a decirle.


“Marché capital” de Niamey
Se levantaron y tomaron un taxi para dirigirse al “Marché capital” de Niamey. Descendieron y pasearon entre sus tenderetes. Entraron en varias tiendas y regatearon el precio de algunas pequeñas piezas de plata y de madera. No habían comprado gran cosa cuando se adentraron en una tienda dirigida por un anciano de raza “bambara” que dijo llamarse Kone. Les mostró bellas máscaras y estatuas de camellos y elefantes, pero a Sergei no le gustaron. Le dijo que buscaba algo único y singular porque él había vivido de joven en Níger y buscaba algo que le recordara una colección de piezas que había en casa de sus padres en esa época. Se trataba de tres figuras de monos: uno que se tapaba la boca, otro lo ojos y el tercero la boca, pero con la particularidad de que en todas ellas, la mano derecha tenía un dedo de color rojo. El anciano le dijo que estaba de suerte y que tenía una colección así en el almacén. Sergei pagó sin regatear y llamaron a un taxi que les condujo al hotel.

-No sabía que habías vivido en Níger – dijo Yuri ya en el taxi con reproche.

-Hay muchas cosas que no sabes de mí – respondió cortante Sergei.

Al llegar al hotel, fueron juntos a la habitación de Sergei. Aplicando una pequeña llave que Sergei había comprado en otra tienda, éste hizo que las figuras de los tres monos se abrieran y dijo:

Ahí tienes tu espectrómetro LT-46. Es igual al que usas en la base. Vuelve a cerrar las figuras. Nos vamos a comer – Ordenó con aire satisfecho ante la sorpresa de Yuri. 

Antes de salir, le explicó que jamás hubieran podido pasar ese material por el aeropuerto, pero que los servicios soviéticos ya habían pensado en ello. A Yuri le molestó la alusión de su jefe a la magnificencia de su país, pero tuvo que reconocer que al menos en esta ocasión tenía razón.


Calles de Niger
Sergei indicó al taxista una dirección en perfecto francés. Durante el trayecto tuvieron tiempo de comprobar la pobreza de la gente de Níger, la ausencia de electricidad y agua, la suciedad en la calle. Yuri tuvo que reconocer que al menos en la URSS las necesidades básicas estaban cubiertas. Sergei le contó que había vivido en Niamey durante cuatro años, cuando era colonia francesa, porque su padre estuvo destinado en la embajada soviética. Estaban en 1962 y de aquello habían pasado quince años, pero Sergei había hecho grandes amigos en aquella época y ahora iban a comer a casa de uno de ellos.
Llegaron a una zona apartada del centro y se detuvieron frente a una vivienda de apariencia acomodada aunque no opulenta. Un hombre de edad similar a Sergei salió a recibirles a la puerta.
Ambos se fundieron en un profundo abrazo y Yuri pudo comprobar lo sincera que era su amistad. Seguramente llevaban muchos años sin verse, pero eso no había hecho sino aumentar las ganas de rencontrase.


Mahamadou Denna
-Éste es Mahamadou Denna– dijo Sergei señalando a un hombre que tendría su misma edad - es para mí como un hermano –continuó. Su familia es una de las más antiguas del país y es uno de los referentes de su clan, uno de los más significados de la etnia haussa. Pero no pienses que es un hombre rico que explota a su pueblo; al contrario, es respetado y querido por todos. Lo que no entiendo es porque no se dedica a la política.

-Encantado – dijo estrechando la mano de Yuri. No hagas caso de todo lo que dice Sergei. En cuanto a la política, ni lo pienses; detestó todas esas mentiras y manipulaciones.

La comida consistió en unos suculentos dátiles con crema y un mesui de cordero y los tres la degustaron sentados en el suelo. La conversación trató principalmente sobre recuerdos mutuos y Yuri se perdió una buena parte de ella porque ambos hablaban a menudo en francés aunque, cuando se daban cuenta o se dirigían expresamente a Yuri, lo hacían en inglés.


Presidente Hamani
Mahamadou les explicó cómo tras la independencia de Francia, dos años atrás, la situación política de su país era inestable. El Presidente Hamani intentaba controlar una sociedad tribal pero el equilibrio era complicado. Seguía bien relacionado con los franceses, pero no quería tomar partido ni por occidente ni por el bloque soviético. Por esa razón, sólo permitía que empresas árabes explotaran el potencial minero del país.

Las sequías eran frecuentes y la gente vivía con dificultades pero el gran temor de la población era que se produjese una guerra civil. Mahamadou sabía que la mejor baza de su país era la riqueza de su subsuelo y confiaba que repercutiera, aunque fuera poco a poco, en el bienestar de su pueblo.

Cuando parecía que la velada tocaba a su fin, Mahamadou espetó bruscamente:

-Sé a qué habéis venido a mi país.

-¿A qué crees que hemos venido? – reaccionó Sergei con frialdad mientras Yuri contenía a duras penas un grito de pavor.

-A comprobar si a tu país le interesa el uranio que los egipcios están extrayendo de Arlit – afirmó mirando fijamente a los ojos de Sergei – No me contestes, por favor; prefiero un silencio a una mentira- prosiguió. Lo único que te pido es que consideres las consecuencias de tu decisión. Si la URSS se interesa por ese uranio, no dudará en fomentar  un “movimiento de liberación nacional” como habéis hecho en otros lugares. Los americanos responderán y la guerra civil será inevitable. Níger quedará dividido y arrasado como Corea. Mi gente moriría y los que sobrevivan, tardaran décadas en recuperarse de la devastación.


El silencio se hizo atronador. Yuri sabía que Mahamadou estaba en lo cierto, pero lógicamente no se atrevió a abrir la boca. Esperó a que su jefe respondiera…. Pero no lo hizo; optó por hacer oídos sordos y cambiar de tema para, pocos minutos más tarde, anunciar que debían partir.

Durante el trayecto de regreso al Hotel, Sergei no dijo palabra. Yuri por su parte no paraba de mirar a los niños jugando en la calle y de pensar en el futuro que les esperaba si estallaba una revolución. Yuri se sintió sobrecogido por la responsabilidad que se le venía encima.

Esa noche, cenando en la cafetería del Hotel, Sergei aparentaba estar más animado y no hizo más referencia a lo sucedido en casa de Mahamadou que un simple “olvídalo”. Cuando estaban a punto de finalizar, algo de lo que sucedía en la sala les llamó la atención. Los clientes se agolpaban sobre una pequeña televisión en la que el presentador de un noticiero hablaba con aire preocupado de un incidente que acabada de suceder entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a raíz del descubrimiento de la intención soviética de instalar misiles nucleares en Cuba.


General Semichastny
-Así que a eso se refería el General Semichastny  cuando anunciaba tiempos difíciles -murmuró en voz baja Sergei - Esta vez me parece que la hemos cagado. Los americanos nunca consentirán esos misiles tan cerca de sus costas.

-¿Tú crees que no se arreglarán? – preguntó incrédulo Yuri – Nadie está tan loco como para iniciar una guerra que destruya el mundo entero.

-Yo no estaría tan convencido amigo mío. Esto va a ser cuestión de horas o de días. De todos modos, Níger no es un mal lugar para morir contemplando como una gran nube radioactiva arrasa todo lo que encuentra.

Yuri comprendió la gravedad de la situación, los americanos habían iniciado un bloqueo naval de la isla con el visto bueno de sus aliados. La tensión era máxima y cualquier gesto podía desencadenar la hecatombe nuclear y el fin de la humanidad. Hasta ese momento, los enfrentamientos entre ambas superpotencias se habían producido de forma menos directa: Corea, Berlín… Pero ahora estaban en presencia de un ultimátum. El Presidente Kennedy parecía dispuesto a llegar hasta el final y el Presidente Kruschev no era un hombre que se anduviera con ñoñerías.

Se le quitaron las ganas de más charla. Además ambos tenían que madrugar al día siguiente para cumplir su misión. Louis vino a recogerles con un coche de su compañía y les trasladó al aeropuerto donde tomaron un helicóptero privado. La tensión era patente, nadie habló durante los tres cuartos de hora de vuelo. Tomaron tierra dentro de las instalaciones de la empresa egipcia que explotaba las minas. De inmediato fueron conducidos a un control de seguridad del ejército nigerino.

El control de entrada fue superficial y a nadie extrañó que unos técnicos alemanes llevaran consigo algo de artesanía local entre su equipaje. No cabía duda de que el control a la salida sería mucho más exhaustivo.


Mineral de uranio
Louis les llevó hasta un laboratorio moderno y les dejó solos durante unos treinta minutos, el tiempo justo para que pudieran ensamblar las piezas del espectrómetro de precisión que habían traído camuflado. Cuando Louis regresó con un trozó de mineral de aproximadamente doscientos gramos de peso, Sergei le ordenó abandonar el laboratorio y lo emplazó para tres horas más tarde.

Yuri sentía como su corazón se paralizaba y la sangre se le helaba en las venas pese al sofocante calor de la sala. Pero era el momento de trabajar y se dispuso a hacerlo conforme al plan que ya habían establecido previamente. Pero Sergei cambió el programa previsto y comenzó a improvisar. Encomendó a Yuri las tareas más simples y lo relegó a un segundo plano. 

Al principio, Yuri pensó que era la vanidad de Sergei la que le llevaba a asumir el trabajo importante pero, poco a poco, se dio cuenta de que simplemente le estaba apartando de la posibilidad de conocer de primera mano el resultado de las pruebas. Yuri se rebeló.

-Eso no es lo que estaba previsto. Si seguimos así, no podré  participar en el dictamen – se atrevió a decir.

-Tú limítate a obedecer –contestó tajante Sergei

Y así fue. El tiempo pasó y las pruebas finalizaron, pero solo Sergei había podido conocer si el uranio tenía la calidad esperada o únicamente se trataba de un material más o menos estándar.

Sergei encargó a Yuri que desmontase y destruyese el espectrómetro introduciéndolo en un horno. Poco después regresó Louis llevándose el trozo de material que habían utilizado para devolverlo a su ubicación habitual antes de que nadie descubriera lo que había pasado.

Minutos más tarde estaban de regreso en el helicóptero. Habían pasado el control de seguridad sin problemas. No se llevaban nada de la mina y las anotaciones de Sergei en su bloc eran indescifrables para los soldados. Eran ya las seis de la tarde cuando tomaron tierra en la capital y desde allí al hotel para tomar una rápida ducha y prepararse para el vuelo que les alejaría de Níger en pocas horas. 

Justo cuando descendían de las habitaciones encontraron a Mahamadou que visiblemente apenado se había acercado para decir adiós a su amigo de la infancia. Se fundieron en un abrazo conmovedor durante minutos que parecieron horas y se despidieron con una sonrisa.

Yuri no pudo ver las notas de Sergei. Durante el vuelo hasta Casablanca, Sergei le intentó convencer de que era mejor que no supiera la realidad y que en el informe oficial figuraría que el uranio de las minas de Arlit no tenía especial interés. Yuri solo tendría que corroborar ese resultado delante del General  Semichastny.

-¿Pero, qué voy a responder cuando me pregunte sobre los resultados? – preguntó- yo en realidad no sé lo que ha pasado.

-Lo mejor para todos es que le digas que yo dirigí las pruebas y que, según tú, los resultados son lo que figuran en el informe. No hace falta que le cuentes los detalles, ni que le hables de Mahamadou- le aconsejó Sergei.

-Ya, pero seguro que me obliga que me pronuncie expresamente sobre si mi opinión coincide con la tuya. Tendré que decirle que sí o que no….

-Esa será tu decisión… tú verás lo que debes hacer.


Sede de la KGB en Moscú.
Nada más aterrizar en Moscú, fueron conducidos a presencia del todopoderoso jefe de la KGB. Todo el mundo corría por los despachos; la tensión por la crisis de los misiles era patente. Aun así, el General les dedicó unos minutos. 

Primero entró Sergei que, como jefe de la misión, hizo entrega del informe. Su entrevista duró pocos minutos. Luego entró Yuri. Las primeras preguntas fueron protocolarias, pero enseguida entró en materia.

-¿Está usted de acuerdo con el contenido del informe? -preguntó.

-Así es.- fue su escueta respuesta.

-Sabe usted que nuestros protocolos de seguridad obligan a que las misiones estén integradas por dos científicos para tener dos puntos de vista independientes. Según su propia opinión personal ¿el uranio de Arllit tiene algo de especial?

-Nada que le haga diferente del resto. Estoy seguro de ello. Las pruebas han sido concluyentes. – afirmó categórico.

-Entonces, la Unión Soviética le agradece su trabajo aunque no puedo negarle que estoy un poco desencantado. Habíamos depositado nuestras esperanzas en ese material para decantar la balanza de esta “guerra tan peculiar” a nuestro favor –concluyó.

-Yo también lo siento, mi General.- mintió Yuri.

La víspera de la entrevista había sido muy dura para Yuri. La pasó meditando sobre lo que debía decir. De entrada, no conocía las conclusiones reales del informe; así que se consoló pensando que en realidad no mentía, que lo que iba a decir era más bien una media verdad. Se trataba solamente de omitir su irrelevante participación en las pruebas. Además, estaba su profundo respeto y agradecimiento hacia Sergei. Y por último, pero quizás lo más importante, no quería tener bajo su conciencia la muerte y desolación que un resultado positivo pudiera implicar para Níger.


Salió relajado de su entrevista, todo había ido bien. El director de la KGB estaba tan ocupado que no había sido demasiado insistente y su conciencia estaba tranquila.

Días más tarde supo que la solución diplomática había triunfado: los americanos hacían un gesto de distensión retirando sus misiles de Turquía y a cambio de ello, los soviéticos desmantelaban su armamento de Cuba y lo traían de vuelta a la URSS. Parecía que el haberse visto al borde del abismo hubiera traído un poco de cordura a los dos dirigentes mundiales. Incluso le habían llegado rumores de que habían instalado un “teléfono rojo” que les comunicaba en todo momento. A Yuri le gustaba pensar que él había puesto su pequeño grano de arena.

Como premio a su tarea, obtuvo un puesto de profesor en la Facultad de Física de Moscú. Su vida había mejorado en los últimos tres meses. Aunque en la URSS no existían en teoría privilegios, la realidad era un poco diferente. Su nueva posición le permitía acceder a algunas prebendas: televisión en su apartamento, un pequeño vehículo… 
Instituto de Ingeniería Física de Moscú


Una fría mañana de febrero, al salir de la Facultad, un coche negro se detuvo junto a él y dos hombres fornidos le invitaron a subir. Se trataba sin duda de agentes de la KGB y de nada valía preguntar.

Cuando fue conducido al despacho del General Semichastny, sus peores pesadillas se hicieron realidad. El general soviético tenía un aire severo cuando comenzó a explicarle que, la semana anterior, Sergei había pedido asilo político en Finlandia aprovechando una visita científica a Finlandia. Las investigaciones de la KGB habían demostrado que llevaba años cooperando con Occidente. Era un espía al servicio del Reino Unido.

Yuri intentó mantenerse frío pero se derrumbó cuando el General le contó que los americanos habían tomado posiciones en Níger, habían nombrado a Mahamadou Denna Ministro de Industria y Energía y además habían firmado un pacto para explotar unas minas de uranio.

No pudo seguir mintiendo y confesó lo que había ocurrido en su viaje. Se sentía atemorizado por las consecuencias de sus actos, pero le dolía todavía más haber sido traicionado de esta manera. Comprendió que todo formaba parte de una estrategia de Sergei: su elección como compañero en la misión, su exagerada defensa de las bondades del régimen comunista, la visita a casa de Mahamadou, la visión apocalíptica que éste les presentó, el aparente enfado entre ambos. Intuyó que fue en su último encuentro en el hotel antes de salir del aeropuerto cuando Sergei había entregado las anotaciones reales a su cómplice. Había picado el anzuelo como un inocente pececillo y ahora iba a pagar los platos rotos.


Gulag de Siberia
El General no podía apiadarse de Yuri. Había sido un traidor al no informar del comportamiento irregular de Sergei. Pero el jefe de la KGB pensaba que tan solo se trataba de un ingenuo joven que había sido obligado a jugar una partida para la que no estaba preparado. Además, a un hombre de su posición no le interesaba evidenciar que había sido engañado tan burdamente. La solución parecía sencilla: Yuri sería enviado a un Gulag en Siberia por disidente y rebelde, sin ninguna alusión al incidente de las minas de Níger. Así el General evitaba un enojoso ridículo en estos tiempos convulsos y Yuri se salvaba de un pelotón de fusilamiento.

Yuri tuvo que aceptar la propuesta. Pensó que lo tenía bien merecido; que se había dejado llevar por su inocencia. Una inocencia inducida.


FIN


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Hoy publicamos el relato que fue galardonado con el SEGUNDO PREMIO de la categoria A (los relatos de cualquier época histórica hasta el año 1972 como tope)

Su autor es DANIEL MOLINER, al que quiero agradecer que me haya permitido publicar el relato en el blog. Espero que disfrutéis de la lectura del relato de Dani tanto como yo lo he hecho. Aquí está.

CRÓNICAS DE UN MUERTO

Jamás debería haber saltado, pero tal vez no tenía otra opción. Soy otro preso de este loco mundo. Corrí, huí, me fugué, mas jamás tuve escapatoria. Siempre pensé que yo era más importante, que ellos deberían estar a mis pies. Me creí ser algo más especial para ti… Toda una vida desperdiciada por un salto, un salto por amor.

Dicen que mi cuerpo fue encontrado días más tarde, dicen que fue un suicidio,… ¡Oh Sofía! ¡Dicen tantas cosas! Puedes estar tranquila, nadie sabe que me asesinaste. Deberías verme ahora, me llaman cadáver, y todo es tan extraño… A ti Sofía, a ti te extraño. Ahora que no estoy, nuestros sueños pueden ser cumplidos; tú tendrás al príncipe de tus sueños, mientras que yo me conformo con verte feliz. De nuevo ríes, aunque lo que no sabes, es que te veo cómo te acuestas llorando, pensando en lo que jamás pudimos cumplir, gritando mi nombre; pero no sueñes más, puesto que yo, Geremías, me he ido para no volver. Qué lunático mundo, ¿verdad Sofía? Lástima que no vinieses conmigo, puesto que los dos sabemos que hoy aborreces tu vida de princesa. Vuelves a Grecia, y ahora te casas.

Aún estando muerto recuerdo, te recuerdo. Y pensar en cómo se cruzaron nuestros caminos, en cómo chocaron, y en cómo los dejaste separar… Sé que no puedes verme Sofía, pero estoy sonriendo, ya que al haber muerto, lo único que me queda de la vida humana son los recuerdos… Y te recuerdo. Repaso una y otra vez el momento en que nos conocimos, repito la escena de nuestro primer beso, releo todo aquel, nuestro romance, que fue escrito en nuestros ojos, para jamás ser olvidado.

Posiblemente no lo sepas, pero yo fui el primero en verte, y en cuanto lo hice, supe que estábamos predestinados. Por aquel entonces tú no eras más que una chiquilla de catorce años, dispuesta a comerte el mundo. Por el momento, tu inexperiencia en la vida te cobró la cuenta, e hizo que nuestras miradas se cruzaran aquel 13 de diciembre de 1951, al salir del internado de Salem. Qué pena, ¿verdad? Qué posibilidades tendría un simple alemán de dieciséis años con la misma hija del rey de Grecia.

Al parecer sí que tenía.

Dos días más tarde recibiste mi nota, ¿te acuerdas, Sofía? Te la hizo llegar tu amiga Marta, la cual jamás te dejó de lado, hasta el mismo momento en que murió de tuberculosis permaneció en tu ayuda. Gracias a ella nos conocimos, hasta te acompañó en nuestra primera cita. Claro que su ayuda era necesaria para huir de tu casa, ya que no es normal que dejen salir a una princesa por las oscuras calles de Alemania una noche sin luna, sin más compañía que la de sus pensamientos.

Poco a poco nos íbamos conociendo. Quedábamos horas enteras para observar las estrellas sentados en el prado de tu internado. Aquel fue el lugar de nuestro primer beso… Lo retengo, pero creo que jamás conseguiré revivir la experiencia sin tus labios junto a mi cara… Claro que no fue tan fácil conseguirlo. Pasaron meses antes de aquello. Aquella noche era diferente. Ocurrió dos semanas después de tu décimo quinto cumpleaños. Nos sentamos tras el rosal de tu jardín, y nos acurrucamos mientras me contabas tus secretos. Yo asentía, pero no te escuchaba; aquella noche no podía escucharte. El único sentido por el que percibía algo era mi vista; no sentía, no oía, no olía, sólo veía.

Pues aquella era una noche para ver: vestías con aquel vestido blanco bordado, el pelo recién lavado te caía por los hombros como caería una suave lluvia oscura por una montaña, la luna hacía brillar tu piel, y se dibujaba en tus ojos. Entonces sentí tu llamada. Me acerqué hasta que tu suave aliento de menta rozaba mis mejillas, y te besé. Me asusté de mis propios actos, ya que nadie podría enterarse, pero tú no me rechazaste. ¡Oh Sofía! Si estuvieses aquí, si estuvieses conmigo…

Poco después de separarnos oímos los gritos de tu maestro llamando tu nombre. Corriste, saltaste por el alféizar de tu ventana, y te hiciste la dormida sobre tu cama; pero antes de cerrar los ojos, vi esa mirada, aquella dulce y delicada mirada, que prometía nuevos besos, y un futuro juntos. ¿Por qué me diste esperanzas, Sofía, si jamás podrían ser cumplidas?

Pasaron los años, poco a poco, dando tiempo al tiempo, aumentando nuestro amor hasta hacerlo casi insoportable. Tú me hablabas de que siempre habías soñado con casarte con un príncipe azul, como el de los cuentos de hadas, para luego decirme que aún así me preferías a mí antes que a miles de príncipes. A pesar de ello, yo sabía que no eras feliz. Jamás podría darte una historia de amor maravillosa que contarle a tus hijos.

Me hiciste sufrir Sofía. Rememoro el día en que cumpliste los dieciocho años. Ya acostumbrábamos a quedar por las tardes, puesto que no teníamos suficiente con las noches, mientras que tú decías a tus padres que quedabas con tus amigas. Pobre inocente.

Llegaste llorando a mis brazos, te abracé y me besaste. Estaba confuso, pero preferiría haberme quedado con esa confusión para siempre antes que saber lo que se avecinaba.

-¿Qué ocurre Sofía?- Te pregunté.

Seria, me miraste a los ojos, apoyaste la cabeza sobre mi pecho, y sin dejar de abrazarme respondiste:

-Me marcho, Geremías.

-¿Cuándo volverás?- Me aparté de sus brazos, la miré a los ojos, y le repetí la pregunta- ¿Cuándo volverás?

-Nunca Geremías. Me marcho para siempre. Dentro de tres meses volveré a Grecia con mi familia. No intentes venir, mi padre no te lo permitiría. Siempre supimos que en algún momento llegaría este día, el día en que separamos nuestras vidas. Tú eres hijo de un arquitecto, yo de un rey.

Aquellas fueron tus últimas palabras del tema. Durante los siguientes meses no volvimos a mencionarlo. Vivimos el tiempo que nos quedaba juntos cómo si fuera lo único que nos quedaba por hacer. Jamás compaginé de la misma forma la alegría con la tristeza. Pues era feliz, al fin y al cabo, ya que  tenía tu corazón. Lo que no sabías es que volvería a por ti. No me importaba lo que me costase conseguir el dinero para pagarme el viaje, ni significaba nada para mí el tiempo que tardaría en volver a verte, pues sabía que no sería consciente de que tendría una vida sin ti.

Tan rápido como apareciste en mi vida, desapareciste de ella. Contigo te llevaste la luz, el color, la música, la vida…

Los siguientes cinco años los pasé muerto, pero vivo. No vivía por mí, ya que mi vida ya no tenía sentido, vivía por ti. Me busqué mi propio trabajo, gané dinero, ahorré y conseguí lo suficiente como para pagarme cuatro viajes de Alemania a Grecia y volver. Pero no podía marcharme. No quería saber lo que habrías encontrado allí, no quería ver, no quería creer.

Al final tomé una decisión. Lo que vivía lo vivía sufriendo, y era muy fácil acabar con éste sufrimiento. Acabar con la vida de un humano es tan fácil… No hace falta más que unas gotitas de veneno en la bebida, un pequeño cuchillo en el corazón, o incluso… un pequeño salto. No tenía nada que perder, más que lo poco que me quedaba de juventud, y antes de que esta también se me agotara decidí salir en tu busca.

No me resultó difícil llegar a Roma. Sin embargo, sí me costó encontrarte.

Habían pasado seis años desde que te marchaste, y volver a verte fue sentir un duro golpe sobre el pecho, que no se apartaba; me oprimía hasta cortarme la respiración. Pero no podía morir ahogado, y menos ahora que te había encontrado. Paseabas tranquilamente por la orilla del lago di Bracciano, sola, como acostumbrabas a hacer de pequeña.

Me acerqué por detrás de ti. En ese momento pensé en tocarte el hombro, entonces tú te girarías y me besarías. Pero eso no sucedió; no hacía falta. Simplemente te detuviste, giraste tu esbelto cuerpo, y ahí estaba yo, de nuevo, preparado para atormentarte de nuevo en tus pesadillas.

Tu primera reacción fue la sorpresa, seguida de la confusión. Me miraste dos veces de arriba abajo, y saltaste sobre mis brazos. Pero no dio tiempo a nada más. Bruscamente te apartaste de mí, volviste a mirarme y enfadada me gritaste:

-¿Qué haces aquí? ¡Te dije que no vinieses!

-No podía seguir viviendo sin ti.- Repliqué.

Pero no pudimos hablar más. Tu guardaespaldas escuchó tus gritos y acudió en tu ayuda. Afortunadamente, a su llegada, yo ya me había marchado.

-No pasa nada Bearny,- Le dijiste a tu guardaespaldas- solo me había parecido ver una sombra en el agua.

Él se apartó, y continuaste caminando.

La siguiente vez que nos vimos fue unas semanas más tarde. Aquella noche te espiaba. Vi como entrabas en el salón de bailes, y allí me quedé, encaramado a la ventana, viendo cómo te morías de ganas de que alguien te sacara a bailar, mientras el resto de mujeres, acompañadas de sus esposos, se deslizaban en un tranquilo vals. ¡Cuánto habría dado yo en ese momento por haber sido hijo de un noble para sacarte a bailar, para rodar y pasear de la mano sobre el entapizado suelo de madera!

Poco más duraron mis ensoñaciones. Un hombre que no era yo, se ofreció para sacarte a bailar, y mayor fue mi sorpresa, cuando aceptaste su petición.

Una de tus manos en su hombro, la suya en tu cintura, mientras que las otras dos se mantenían unidas en el aire, para comenzar así a presidir el baile en aquel maldito salón. Pocas fuerzas me quedaban para continuar observando aquella escena, pero mayor fue mi sufrimiento cuando parasteis en el centro, mientras el resto de parejas bailaban a vuestro alrededor. Él se inclinó sobre ti, acercasteis vuestras caras, y os fundisteis en un profundo beso.

Recuerdo perfectamente la sorpresa de tu cara cuando, al separaros, me viste a través de la ventana. Y corrí. Poco después, me encontraste en la cima de un acantilado, a punto de saltar. Te quedaste de pie, mirando, esperando.

-¿Quién es él?- Te pregunté.

-Le llaman Juan Carlos. Es príncipe en España.- Con esto dio un paso más hacia mí… y salté.

Salté porque ya había oído suficiente. Ella había encontrado al príncipe de sus sueños; yo había perdido a mi princesa.

Si hoy tuviera una segunda oportunidad, posiblemente no hubiese saltado, pues ahora he visto cómo países enteros luchan en una pelea conocida como la Guerra Fría; he observado cómo potencias tan grandes como lo son Estados Unidos y la URSS pelean, crean armas, matan y mueren por el simple hecho de querer ser los primeros a los ojos del mundo. ¿Enserio, Sofía, crees que es esto necesario? La única razón por la que de verdad deberíamos morir, tendría que ser por amor; pero claro, esto no es posible para todos.

¡Oh Sofía! Ahora ya nada de esto me importa, no puedo pensar más que en el tiempo que pasé a tu lado. Lo único que ahora deseo, es que una de las bombas caiga cerca de ti, y que te reúnas conmigo. Puedes estar tranquila, donde ahora yo vivo, no existen ni príncipes ni princesas, todos somos iguales.

Todos estamos muertos. Supongo que estamos todos locos aquí.



FIN

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CURSO ESCOLAR 2013-2014

  • Memorias de Denisse de Árisa Horie                                                                   PRIMER PREMIO Categoría B
  • ¿He sido yo? de Andrea Barberá.                                                                      PRIMER PREMIO Categoría B
  • Cinco días en Vietnam  de Patrick Ferrer.                                                        SEGUNDO PREMIO Categoría A
  • La alambrada del amor  de María Moragón.                                              SEGUNDO PREMIO EX AEQUO Cat. B
  • En la angustia del momento pensé en ti y no fui capaz de recordar tu voz de Nuria Valladolid.                                                          SEGUNDO PREMIO EX AEQUO Cat. B

Le toca el turno al relato escrito por:

  ÁRISA  HORIE  VELASCO  de 3º ESO A

PRIMER PREMIO en la categoría A
(relatos históricos y de viajes) 

La calidad literaria y el ritmo del relato, junto con el rigor histórico y la profundidad de los personajes han sido los argumentos que el jurado esgrimió para darle el premio a este relato ambientado en la II Guerra Mundial, en un París ocupado que muestra como la guerra trunca los sueños y las vidas de muchas personas. Un estupendo relato que esperamos que os guste y con el que ponemos fin a la publicación de los relatos galardonados en el concurso de este año, no sin antes repetir la enhorabuena a los premiados y el agradecimiento a los participantes. 

Y no olvidéis seguir leyendo y escribiendo también en vacaciones. tenéis una lista de libros recomendados y recomendables en el blog haciendo click aquí entre los que a buen seguro encontraréis buenos títulos que os harán disfrutar y pasar un buen rato además de disfrutar de la lectura. Aprovechad el tiempo.


Memorias de Denisse



22 de junio de 1994
Lo recuerdo como si fuera hoy. Yo tan solo era una niña, con mucha vida por delante y mucha inocencia. En realidad hace mucho tiempo de aquello, 55 años para ser exactos, pero hay cosas que te dejan marcada de por vida, tanto que desde entonces no vuelves a ser la misma, y eso es justo lo que me pasó a mí.
Me llamo Denisse Douchamp, y nací en una gran ciudad llamada París. Siempre fui una niña alegre a la que le gustaba jugar y divertirse, pero es sorprendente como las cosas pueden cambiar de un día para otro, y como la vida te hace madurar en cuestión de segundos.
Corría el año 1939 y estallaba la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo días antes, ver a mis padres preocupados, hablando en susurros. En esos momentos me preocupaba, imaginaba que algo malo iba a pasar; pero todo el miedo se esfumaba cuando ellos con una gran sonrisa me decían: ‘todo va a ir bien, cariño’. No entendí realmente lo que iba a pasar hasta que sucedió.
3 de septiembre de 1939
Mi padre me pidió que me sentara con él en el sofá. Fui con una sonrisa forzada, pues sabía que lo que tenía que decirme no era bueno; me temblaban las piernas, pero lo logré disimular. Me senté encima suyo dispuesta a escuchar. Sinceramente siempre he sentido gran admiración y cariño por mi padre, y aún a mis 15 años me encantaba sentarme sobre él. Me contó que junto con Gran Bretaña habíamos declarado la guerra a Alemania por haber arrasado Polonia. En ese momento me quería morir. ¿Y si mandaban a mi padre al frente? o ¿y si moría pilotando un avión? Mi padre era piloto, amaba su trabajo, y en esos momentos yo lo odiaba. La rabia me inundaba por dentro, pero sabía que no debía enfadarme con él, no, no era su culpa. Me limité a darle un abrazo mientras una lágrima surcaba mis mejillas y él me decía: ‘no pasará nada pequeña, todo irá bien’.
Un tiempo después de que se declarara la guerra, Francia estuvo más o menos tranquila, como si nada hubiera pasado, esto se conoció como la ‘drole de guerre’, pero yo aún así no dormía por las noches, por lo que pudiera pasar. La masacre no llegó a mi país hasta el día diez de mayo del 40, día en el que mi miedo aumento aún más.
Pero el día que cambió mi vida por completo, el día que me derrumbó para clavarme una espina que aún no he podido sacar fue el 13 de mayo. Ese día mi padre fue a trabajar, esta vez para el general Vuillemin, vigilando desde su avión la ciudad, pues el día anterior las panzerdivisionen alemanas después de franquear el bosque de los Ardenas irrumpieron con sus potentes blindados en la llanura francesa y rebasaron por la espalda el ejército francés y la línea Maignot.
Esa tarde yo fui a mis clases de teatro, creo que ese era para mí el mejor momento de la semana, meterme en otro papel, apreciar cada mínimo detalle de cada personaje, me encantaba; y tenía muy claro que en un futuro sería actriz. Al volver iba especialmente contenta, me habían dado el papel protagonista para la obra y el otro protagonista era Lucas, el chico del que llevaba tiempo enamorada. Por un momento olvidé todo lo relacionado con lo que de verdad sucedía a mi alrededor. Al llegar a casa no pude notar el olor a la cena proveniente de la cocina que había siempre, no le di importancia y saludé mientras canturreaba una canción. Enfilaba el pasillo hacia mi habitación cuando una voz quebrada proveniente del salón me dijo: ‘Denisse, ven por favor’.
Lo que vi al entrar me horrorizó, mi hermana Celine y mi hermano Hugo no podían apenas respirar, y mi madre tenía los ojos rojos de tantas lágrimas a pesar de que se hacía la dura.
-¿Qué ha pasado? No quiero veros mal, ¿lo sabéis? Sois para mí lo más importante.-dije.
-Denisse cielo, a veces la vida es muy injusta-dijo mi madre tomando aire- y se lleva a quien menos se lo merece.
-¿Qué quieres decir?-pregunté alterada.
-Tu padre ha muerto, iba en un caza ‘Poted 631’ cuando le alcanzaron murió al impactar el avión contra el suelo. Pero... -dijo impidiéndome hablar- has de ser fuerte, tienes hermanos pequeños, amigos y gente que te aprecia mucho.
-Me lo prometió -dije con un hilo de voz- me prometió que nada pasaría.
En ese momento recordé una frase que escuché una vez ‘en todas nuestras vidas hay una caída de la inocencia, y después de esto nunca somos los mismos’. Nunca había entendido esa frase, ahora ya lo hacía, y deseaba no hacerlo. En ese momento dejé atrás la inocencia.
Sin papá esto ya es una familia -dije para mi- Y acto seguido me encerré en mi cuarto.
Estuve una semana exacta llorando amargamente lo que en mi vida lo había hecho. Hasta que un día me decidí a salir. Lo primero que hice fue dirigirme hacia mi madre y mis hermanos, los abracé mientras les recordaba lo mucho que los quería.
Al día siguiente las bombas nos tenían atemorizados, y mi madre me dijo que no iría más al colegio. Por la calle todo era diferente, el olor a pólvora inundaba la ciudad. Podías ver árboles, coches…y miles de cosas quemándose a causa de las bombas, e incluso cuerpos inertes por los suelos. Pero lo peor no era el aspecto de las calles, sino el de la gente. En las caras de las personas se apreciaba el dolor, el miedo, la rabia… Todos tenían caras largas, con ojeras. Nada era lo mismo. Parecía que de otra ciudad y otras personas se tratase.
Los siguientes días transcurrieron lentos, prácticamente no salimos de casa y el ambiente no era el mismo.
El 26 de mayo me enteré de que a las 23:00 en Dunkerque se puso en marcha la ‘operación Dinamo’, para evacuar las fuerzas francesas y al cuerpo expedicionario inglés que quedaron atrapados con sus espaldas al mar. Cada vez la guerra se iba más de las manos, y cada vez era más peligroso salir.
Los días pasaron y llegó el 1 de junio. Estaba muy emocionada, ese día veía a Lucas. Antes de salir mi madre me dijo que este mes no iría a teatro, pues lo veía peligroso y una locura que no se suspendieran las clases y no teníamos apenas dinero. Yo asentí pues no quería ocasionar problemas, pero haría lo que hiciera falta por seguir con mis clases, al fin y al cabo, era mi sueño.
Después de cenar me encerré en mi cuarto, y cuando nadie me veía salte por la ventana, corrí todo lo que pude, pues tenía miedo, y llegué al teatro. Solo había llegado Lucas, me saludó con dos besos y me sonrío. Era un poco más alto que yo, y llevaba los pantalones grises de siempre. Para mi tenía la sonrisa más bonita de todas y ese don de hacerme reír por todo. Sé que puede que no fuera el chico más guapo, pero lo que me gustaba era su forma de ser. Al salir de clase el propietario de la escuela me recordó que tenía que pagar junio, y yo sin pensarlo dije que lo haría. A punto de llegar a mi casa vi una enfermería que solicitaba una enfermera nocturna, a cambios de vales para comida, y a pesar de que sabía lo peligroso que era, no me lo pensé dos veces, últimamente la comida escaseaba en mi casa, y aunque eso no sirviera para pagar mis clases, y tuviera que dejarlo valdría para alimentarnos. Ser actriz era mi sueño, sí; pero mi familia era más importante.


Al día siguiente me volví a escapar para trabajar mientras todos dormían. Mi secreto solo lo sabía Alice, mi mejor amiga, quien vigilaba desde su ventana a mi madre, pues yo no quería que esta se preocupara, ya me inventaría alguna excusa para explicar de donde salía la comida.
El tres de junio 300 aviones de la Luftuaffe alemana bombardearon París. Ese día fui con gran miedo a trabajar, tanto que volví a casa con lágrimas en los ojos, tenía miedo pero necesitaba la comida.
El día siguiente lo pasé en casa, evitando las miradas de mi madre por si acaso sospechaba algo. Ese día millones de soldados franceses e ingleses se vieron obligados a replegarse a Dunquerque, una población en la costa, y se improvisó inmediatamente su evacuación por el mar, que duró 10 días y salvó 33800 soldados de ser capturados por el ejército alemán. Yo imaginaba que mi padre estaba entre ellos, que aún vivía y vendría a darme las buenas noches, pero no era así.
Pasaron los días y cada día que pasaba era un poco peor, al llegar a casa un mar de lágrimas surcaba mis mejillas cuando todos dormían. Necesitaba hablar con alguien, contarle mis miedos, mis inseguridades, el problema era que no tenía con quien.
El 14 de junio las tropas nazis entraron a París, recuerdo que aquel día me escapé como siempre mientras Alice vigilaba desde su ventana, lo que vi al llegar al hospital no lo había visto nunca, un montón de gente ensangrentada y a punto de morir, y caras de agonia en las personas, ahí me di cuenta de que la guerra es lo más cruel y horrible que te puedas encontrar, muchos hablan de lo terrible que sería, pero no lo sabes de verdad si no lo has vivido. Ya no era solo el sufrimiento de las personas en aquel hospital, sino también en las calles, las ganas de matar a sangre fría de todas las personas, simplemente por tener ideas diferentes, incluso el agua y la comida empezaban a escasear.
El 17 tras la toma de la ciudad a manos del ejército nazi, el general Henri Petain anunció su intención de firmar un armisticio con Alemania, y el 18 Charles Degaulle hizo un llamamiento a sus compatriotas para seguir luchando en la guerra bajo su liderazgo. Yo tenía miedo de lo que pudiera pasar, cada día las cosas iban a peor, y cada día veía a mi madre más cansada a pesar de que intentaba disimular.
Al día siguiente me enteré de que los nazis habían reclutado a Lucas y a otros chicos del barrio para limpiar las calles de bombas y adiestrarlos en el arte de la guerra, cada vez veía a más personas morir sin nadie que se apiadara desde mi ventana, sabía que si Lucas seguía así acabaría muriendo. Cuando miraba por la ventana veía a Lucas con los ojos entristecidos y se me partía el alma, durante unos días mi día se resumió en mirarlo desde la ventana. Un día una bomba cayó cerca de mi casa y de pronto lo vi tirado en el suelo, acto seguido unos alemanes se acercaron y le dieron una patada para asegurarse de que había muerto, no respondió, inmediatamente las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos, al rato alguien llamó a mi puerta, me acerqué y mis ojos no daban crédito a lo que veían, era Lucas, lo tenía delante mío, a apenas unos centímetros, a pesar de todo no había perdido la sonrisa. Le hice pasar y me dijo:
-Denisse, ahora creen que estoy muerto, necesito tu ayuda, este es el único sitio donde me puedo refugiar.
Yo asentí con una sonrisa tímida, y en seguida le hice un hueco en mi habitación. Los días pasaban y mi relación con Lucas cada vez iba siendo más estrecha, mi amor por él crecía poco a poco en silencio, a la vez que el miedo de que se enteraran de la verdad, pues entonces estaba muerto. Los días que pasó conmigo logró llenar el vacío que sentía después de todo, él me sacaba mis más sinceras sonrisas.
Recuerdo que el 19 de junio salí cautelosamente a por comida, y cuando me quise dar cuenta un soldado alemán me rodeaba la cintura con sus brazos, si mi memoria no falla me dijo que era muy guapa, mientras acercaba con una sonrisa pícara su cuerpo al mío e intentaba quitarme la ropa, apuntaba con una pistola en mi sien, amenazándome con disparar si no le obedecía, yo no me opuse, estábamos yéndonos cuando de pronto el soldado cayó al suelo, una piedra le golpeó la cabeza.
-¡Denisse corre a casa, no mires atrás!-dijo una voz familiar.
Corrí, pero no pude evitar darme la vuelta para ver quién me había salvado. Me giré y vi como Lucas corría detrás de mi, cuando de pronto escuché un disparo y vi a Lucas en el suelo a la vez que el soldado quedaba inconsciente. Me acerqué a Lucas lo más rápido que pude.
-¿Por qué lo has hecho? Podías haberte salvado-dije sin poder contener las lágrimas.
-Debía hacerlo, mi vida no tiene sentido sin ti. Te quiero Denisse, te quiero más que a nadie, jamás lo olvides, pase lo que pase.
-Yo también te quiero Lucas, siempre lo he hecho, y lo haré por el resto de nuestras vidas, no te dejaré escapar, saldremos de esta-dije mientras colocaba mi camisa a modo de venda en su sien.
Corrí a mi casa a pedir ayuda, y nos apresuramos a llevarlo a una enfermería cercana. Mientras estaba tumbado en la camilla me dijo:
-Prométeme que no iras más a trabajar, que aunque parezca que no yo me entero de todo-dijo mientras sonreía sinceramente.
-Te lo prometo. Prométeme tu a mi que saldrás de esta.
Pero ya era tarde. Lo tenía tomado de la mano y noté como su pulso se paraba a la vez que su respiración.
Las lágrimas brotaban de mis ojos como si de un mar se tratase. Cuando pensaba que las cosas no podían ir a peor, al día siguiente mi madre murió por la gripe.
El 22 de junio Francia por fin se rindió ante Alemania, cuando firmó un armisticio. Me alegraba de que para nosotros la guerra hubiera acabado, pues en otros países acababa de empezar. Pero me sentía vacía, nada me llenaba, solo me hacía seguir el hecho de tener que cuidar de mis hermanos.
A día de hoy, como he dicho antes ya han pasado 55 años, el dolor es más lejano, pero aún sigue ahí. He escrito este texto para sacar una espina que tenía clavada hace mucho tiempo, necesitaba contarlo a alguien y he decidido plasmarlo en el papel. Aunque por mucho que haya intentado expresarme lo mejor posible jamás sabrás lo que sufrí si no estuviste presente.
22 de junio de 2014
Me llamo Alice y tengo 89 años. Sí, lo has adivinado, soy la mejor amiga de Denisse. Hoy ya hacen 20 años desde que escribió esto, desde que sucedió aún más. Denisse está muy enferma, le han diagnosticado cáncer y el médico dice que no sobrevivirá mucho tiempo. He decidido añadir esto por si algún día alguien se lo encuentra, para que sepa como acaba la historia de Denisse, pues es una de las personas más fuertes y valientes que he conocido.
Ahora mismo está casada, y es feliz junto con sus dos hijos Lucas y Pierre (en honor a su padre). Por mucho que quiera a su marido, se que jamás ha significado para ella lo que significó Lucas, pues aún se le escapa esa sonrisa cuando habla de él y no hay día que no lo recuerde, para ella es un héroe, el que le salvó la vida. Pienso que amores de verdad solo hay uno en la vida y que de verdad solo nos enamoramos una vez; y ella, sin duda alguna, lo hizo con apenas 15 años y fue de Lucas, a pesar de que quiera a su marido.
Espero haberme explicado bien, y que la historia de Denisse os sirva de ejemplo de superación para el resto de vuestras vidas. Ahora solo espero que allá donde vaya Denisse se reencuentre con todos los seres queridos que perdió en la guerra, y consiga ser del todo feliz para siempre.
 ÁRISA HORIE VELASCO

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En la publicación de los relatos que han sido galardonados en la III edición del Concurso de Relatos Cortos Históricos y de Viajes le llega el turno a los mejores. Hasta ahora hemos publicado los segundos clasificados de la categoria B (históricos y de viajes relatos del Holocausto)

Le toca el turno al relato escrito por:

ANDREA BARBERÁ de 1º de bachillerato

PRIMER PREMIO en la categoría B 
(relatos del proyecto Holocausto "AMF") 

Para otorgar este premio, el jurado tuvo muy en cuenta la originalidad del argumento utilizado por Andrea para narrar su historia, basada en el Holocausto y en la II Guerra Mundial. No quiero desvelar nada más. Sólo os invito a sumergiros en su lectura que a buen seguro os hará disfrutar.

¿He sido yo?

Una tarde de diciembre de 1940, en el salón de una de las casas del pequeño barrio alemán Schnoor de Bremen, un niño comenzaba a abrir su regalo de cumpleaños…

Aquella caja era enorme, posiblemente la más grande que había visto en ocho años. Bueno, nueve recién cumplidos. A Adam se le resistía aquel lazo rojo que sujetaba la abertura de su regalo. No cabía duda que su madre Anne,  quién había envuelto el regalo después de hacer la tarta de chocolate favorita de Adam, era una experta en cabuyería.

Después de  varios intentos fallidos, Adam consiguió deshacer aquel lazo y comprobó el interior de su regalo. El niño se llevó la mano izquierda a su cabeza despeinando su pelo rubio. Sus ojos azules se abrieron como platos a la vez que su boca, manchada por el chocolate de la tarta que Anne había preparado.

¿Cómo era posible?  Si no esperaba ese regalo hasta Navidad ¿Cómo sabían sus padres que era lo más ilusión le hacía?  Adam pensó que sus padres eran  los padres más listos que había visto en nueve años a la vez que gritó con  júbilo:

–¡Lo que yo quería, los soldaditos de juguete de la tienda del Señor Winkler!

Sus padres sonrieron orgullosos por su acierto. Emma, su hermana pequeña de seis años, se acercó a su hermano, sorprendida por el alboroto:

–A ver…–dijo cogiendo la enorme caja a la vez que se le caía al suelo produciendo un gran ruido y la furia de su hermano.
–¡Torpe!– exclamó Adam perdiendo la sonrisa de su rostro.
–Pesaba mucho… – dijo Emma rascándose su pequeña y pecosa nariz.
–¡Torpe y tonta!– continuó Adam mientras recogía su preciada caja del suelo.

Emma ofendida guiñó un ojo como pudo, frunció el ceño y sacó la lengua a su hermano. Era la cara más fea que sabía poner.  Después corrió sollozando a la cocina para contarle a su madre  lo malo que era su hermano mayor.

Adam recobró su amplia sonrisa al ver desaparecer a Emma del salón.  Se sentó en el sillón  y comenzó a sacar los soldaditos de la caja.  Los contemplaba uno a uno y pronto se dio cuenta de que habían dos tipos de soldaditos: unos rojo y otros azul grisáceo. Adam supuso que eran dos bandos diferentes. 

Un soldado rojo fue el que más llamó la atención del niño. Era más grande que los demás y parecía más robusto, llevaba el traje más bonito. Adam decidió que sería el líder de los soldados rojos y en el momento en el que iba a comenzar entusiasmado  a jugar, su madre apareció con su hermana de la mano con el pijama puesto.

–Adam, hora de irse a dormir, mañana tendrás tiempo de jugar.– dijo Anne después de bostezar suavemente.
–Está bien mamá – suspiró Adam recogiendo sus soldados uno a uno y metiéndolos en la caja. No quiso protestar pues estaba muy agradecido por su regalo.

La madre acompañó a los niños a sus dormitorios, los besó en la frente y después de desearles unas buenas noches  volvió a su dormitorio junto a su marido.

Adam ya en la cama , no dejaba de pensar en el cumpleaños , la tarta de chocolate y por su puesto su regalo, estaba feliz. Poco a poco fue durmiéndose para continuar pensando en sus soldaditos, pero esta vez  sintiéndose como uno de ellos, en el mundo de los sueños.


Una tarde después del colegio, en una de las casas del pequeño Schnoor en Bremen…

Adam se sentía cansado, los lunes siempre son agotadores , sobretodo si tienes que ir al colegio.  Normalmente cuando llega a casa está tan cansado que tan sólo  come unas chocolatinas y después se sienta a leer cuentos. Su favorito era el de Hansel y Gretel, lo leía a menudo. También le encantaba inventar historias y escribir.

Sin embargo aquella tarde las chocolatinas y los cuentos tuvieron que esperar. Lo primero que hizo Adam al llegar a casa una vez acomodado en el salón, fue abrir su caja de los soldaditos y retomar el juego interrumpido por su madre el día anterior.

Lo que Adam tenía claro es que habían dos bandos: el rojo y el azul. Como el color favorito de Adam era el rojo, el bando de este color sería el que siempre ganaría en sus juegos.

Después de haber alineado enfrentados ambos bandos, el niño tomó el soldado rojo más grande y lo puso a la cabeza de su bando. Adam estaba preparado para empezar a jugar.

Esa misma tarde, en esa misma casa de Bremen, muy cerca de dónde Adam jugaba…

Anne preparaba la cena, una cena de la cuál probablemente sus hijos se quejarían horas más tarde. Sopa de coliflor.

Anne sonreía. Desde la cocina oía a su hijo emitir una serie de ruidos : “¡Pum pum pum!” y de frases: “¡No os saldréis con la vuestra!” “¡Ahhhhh!” Que demostraban el gran acierto de regalarle a su hijo aquellos soldaditos. Por lo menos se olvidaría de aquella absurda idea de ser algún día escritor. Últimamente en Alemania, no era un oficio bien visto… Anne se sentía satisfecha.

Esa misma tarde, en una habitación cercana a dónde Anne preparaba su famosa sopa de coliflor…

Adam había terminado su primera batalla. Victoria del bando rojo. Ahora sólo quedaba hacer presos y castigar a los soldados azules.  Adam cogió un pelotón de soldados azules y los metió en una caja negra cercana a la chimenea del salón. A otros los enterró en un lugar del jardín. 

Cuando el niño volvió satisfecho al salón creyendo que había terminado con los soldados azules, se dio cuenta de que el más pequeño  de ellos permanecía manteniéndose en pie en la alfombra. Adam  lo cogió y lo golpeó contra el suelo. Sobretodo en los pies , ¿A caso creía que lo  había despistado por ser el más pequeño de todos? Una vez castigó a ese pequeño soldado, recogió a todos los soldados rojos y se los llevó a su dormitorio. Pasaría la noche con ellos. Pero antes…

–¡Niños a cenar!– exclamó la madre mientras ponía la sopa de coliflor en la mesa.

Adam puso la mejor cara de espanto que sabía poner.  Sin duda , los soldados azules no habían sufrido un peor castigo que el que sufrirían las papilas gustativas de Adam.

 
Esa misma tarde, en un lugar de Polonia…

Un pelotón con uniformes andrajosos de rayas azules se dirigían apáticos hacia una construcción oscura de la cuál chimeneas expulsaban humo sin cesar.  Mientras entraban en la cámara de gas todos suponían su futuro próximo, mientras entraban los últimos del pelotón. Oscuridad.


En esa misma tarde , no muy lejos de aquellas cámaras de gas…

Otros prisioneros  de sentimientos embotados cavaban hoyos en la tierra, sabiendo que estaban cavando su propia tumba. Después de ser fusilados por los guardias, quedaron enterrados en el hoyo, que horas atrás habían comenzado a cavar.

Cerca de allí un grupo de  guardias arrastraban a un muchacho de doce años al que habían obligado permanecer en posición firme varias horas y a trabajar a la intemperie , bajo la nieve, con los pies desnudos porque no quedaban zapatos en el almacén.  Se le habían congelado los dedos de los pies  y el médico procedió a arrancarle los negros muñones gangrenados con unas tenazas uno a uno.

Durante unos años  en  una de las casitas del barrio Schnoor en Bremen…

Nuevos días y con los días , meses y años. Adam iba creciendo al igual que su ejército de soldaditos. Las cajas de soldaditos se multiplicaban conforme pasaban los años. Y las victorias del bando rojo y  los castigos de los soldados azules se repetían todos los días. Adam era un gran aficionado y disfrutaba con ello. Posiblemente la frase que más repetía el niño cada año era:

            –Papá, papá, ¿Podemos ir a la tienda del señor Winkler a ver si han traído más soldaditos?

Su padre, normalmente le obedecía, se alegraba de que se le fuera de la cabeza  aquella idea de ser escritor. Pero tampoco quería malcriar a su hijo, así que sólo le compraba los soldaditos con la condición de que se portara bien.

Durante esos años, Adam se comportó como si fuera  el hijo perfecto, lo que causó celos  a Emma.

El niño ayudaba a su madre en la compra, ordenaba su habitación e incluso le daba masajes en los pies a su padre. Emma pensó en hacer algo similar para no quedarse atrás, pero su pequeña nariz pecosa no soportaba los olorosos pies del padre.
Los padres estaban encantados, lo que provocaba que en la habitación de Adam se acumularan cajas y cajas de soldaditos rojos y azules.

Adam durante esos años había oído mucho sobre política y guerras , pero no prestaba suficiente atención. Él sólo jugaba. Sin embargo hubo un día en que Adam no oyó, sino que escuchó, y a partir de ese día todo comenzó a cambiar para el niño. Lo que no sabía Adam es que a partir de ese momento no sólo cambiaban las cosas para él, sino también para Alemania y para el mundo.

Una tarde otoñal de 1944 en una de las casas de Bremen…

El padre de Adam  hablaba con un amigo en el salón. Adam mientras ayudaba a su madre a distribuir la compra en la cocina , escuchó la conversación.

El padre del niño parecía alertado por su tono de voz. Y es que el invitado estaba contando algo aterrador:

–Hemos vivido engañados muchos años, amigo.  Verás… tengo información confidencial sobre que está pasando… Me refiero… Sobre que está llevando acabo el Führer y el partido… Muy poca gente en Alemania lo sabe.


 –¿A qué te refieres Emil?–  preguntó el padre curioso.

Emil se rascó la barbilla pensativo, buscando la manera más concisa de contar aquello que le quitaba el sueño.

–Los judíos están en campos de exterminio, se está llevando un secretismo absoluto sobre esta campaña genocida, apenas la gente sabe sobre ello, esta no es la Alemania que queríamos.

El padre de Adam se quedó boquiabierto. Ambos hombres eran antisemitas pero eso no significaba que apoyaran el exterminio judío.

–¿Pero cómo es posible?

– Han convertido los campos de concentración en industrias de la muerte. Someten a los judíos a atrocidades diarias: experimentan con ellos, los entierran, los torturan, los matan  por hambre o enfermedades, los  esclavizan, o bien los meten  en cámaras de gas…Lo importante para los guardias de las SS es exterminarlos no importa de que forma, sólo les importa que sea de forma rápida.  Los judíos están anulados cómo personas, más que nada porque no son tratados como tal. Han perdido su identidad ,en el campo de concentración son simples números. Números que siempre pierden y guardias que siempre ganan.

El padre de Adam se quedó sin palabras.

Esto último que dijo Emil,  también sorprendió al niño , que esta vez escuchaba detrás de la puerta. A Adam le recorrió un escalofrío por la espalda. Todo aquello le resultaba muy familiar… Todo lo que había explicado Emil era exactamente lo que pasaba en sus juegos de soldaditos cada día.

El niño a pesar de esa noticia continuó jugando a los soldaditos, pero estaba preocupado. A menudo  visitaba a Emil y le preguntaba si sabía algo nuevo de aquel lugar…Auschwitz.

El viejo Emil sorprendido por la insistencia del niño, le contaba lo que sabía cada semana. A Adam cada vez que visitaba al amigo de su padre, le recorrían escalofríos por la espalda. Lo que pasaba en aquel lugar era exactamente lo que pasaba en su juego.

El niño para  asegurarse de que realmente no eran sensaciones suyas, decidió dejar de jugar a los soldaditos durante un mes. Y para el asombro del niño durante ese mes Emil no recibió ninguna noticia de lo que estaba pasando, era como si de repente todo se hubiera apagado.

Adam no podía creérselo, aquello no podía estar pasando ¿Qué ocurría con aquellos soldaditos?

Como se puede imaginar, Adam es un niño, y no podía aguantar mucho más sin disfrutar de  su afición favorita. Así que continuó  jugando unos meses más , pero no de la misma forma que al principio. Mientras Adam jugaba durante esos meses  en su rostro se reflejaba la preocupación de volver a recibir noticias cada semana de Emil.

Una mañana de enero  de 1945 en una de las casas de Schnoor en Bremen…

Adam no podía soportarlo más. Su mayor afición se había convertido en una pesadilla. Ya no disfrutaba jugando a los soldaditos, sólo pensaba en todas las atrocidades que se cometían en la realidad  a raíz de su juego. Debía de hacer algo, debía parar todo aquello, pero… ¿Cómo? ¿Cómo iba a conseguir un niño acabar con el partido nazi, si ni si quiera podía el mundo?

Aquel día a Adam se le ocurrió una gran idea. Pensó que si todo lo que ocurría en su juego, ocurría después en la realidad ¿Qué pasaría si sacaba a los soldados azules de las cajas negras y los desenterraba del jardín? Tal vez dejarían de sufrir los prisioneros en la realidad.

Esto es lo que hizo el niño. Estuvo durante todo un día sacando a los soldaditos azules de sus prisiones: vació todas las cajas negras que tenía en casa y buscó por el jardín a todos los soldaditos azules que había enterrado durante estos años. Al terminar el día se hizo con muchísimos soldados azules en su habitación. Estaban todos.  Esa noche dormiría con ellos  y no con los soldados rojos.

Unos días después  Adam recibió una gran noticia gracias a una nueva visita de Emil.

El hombre  se dirigió a su casa para contar personalmente una noticia impactante: Las tropas soviéticas liberaban Auschwitz y habían salvado a los judíos del campo de concentración.

Mientras los adultos estaban admirados por la noticia, Adam detrás de la puerta escuchaba , mientras esbozaba una sonrisa orgullosa en su rostro.

Adam era consciente de que su plan no había terminado. Aún podía hacer más. Emil le había informado mucho durante estos meses sobre el tema, y el niño sabía que habían muchos más campos de concentración a parte de Auschwitz y que no sólo les ocurrían atrocidades a los judíos.

Al principio al niño se le acabaron las ideas, pues el no tenía más soldaditos azules que desenterrar o que sacar de cajas negras.

Es cierto que pensó en buscar todos los soldaditos azules de Alemania  y liberarlos de las tiendas de juguetes pero eso le llevaría mucho tiempo y muchos zapatos para recorrer el país.

Así que pensó en algo mejor. El niño se dio cuenta de que no tenía soldados azules que liberar, pero sí tenía soldados rojos.  Adam decidió que debía acabar con el problema de raíz , el problema que había causado todo aquello y que había mandado castigar a los soldaditos azules. Adam pensó en aquel soldado rojo grande  que le llamó la atención el día que abrió por su cumpleaños, su primera caja de soldaditos.

Una tarde de abril de 1945 en una de las casitas del pueblo de Bremen…

Adam se encontraba en el salón, sentado  con las piernas cruzadas en el suelo. Estaba solo en casa. Ese día por fin había tomado la decisión de terminar con todo, así que con la mano izquierda cogió el soldadito  grande y rojo, que había sido el líder del bando rojo y había conseguido la victoria en todos sus juegos. Y a  pesar de que había sido el juguete favorito de Adam  durante años, el niño se armó de valor y con la mano derecha estiró con todas sus fuerzas de la cabeza del líder del bando rojo hasta arrancarla. Después la arrojó a la chimenea. Mientras la cabeza se consumía entre las llamas, Adam sintió paz. Todo había terminado.

Esa misma tarde de abril en un búnker de Alemania…

 Adolf Hitler se suicidaba pegándose  un tiro en la parte derecha de la cabeza y su esposa Eva Braun envenenándose  con cianuro.

Adam recibió la noticia al cabo de unos días y se sintió orgulloso porque después de todo había conseguido un niño lo que no habían podido conseguir  durante estos años las potencias aliadas.  Quién pensaría que un niño alemán de Bremen  utilizando su ingenio haría fácil lo  que resultaba difícil a los demás.


Sin embargo la gente siempre halagó a las grandes potencias aliadas por la victoria contra la Alemania nazi, olvidando por un momento que mucha gente pequeña, haciendo cosas pequeñas, en muchos sitios pequeños... 

¡Son los que realmente consiguen hacer algo grande!

ANDREA BARBERÁ

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Seguimos con la publicación de los relatos que han sido galardonados en la III edición del Concurso de Relatos Cortos Históricos y de Viajes. Hasta ahora hemos publicado los segundos clasificados de la categoria B (relatos del Holocausto)

Hoy le toca el turno al relato escrito por Patrick Ferrer de 4º ESO A, que participó con este relato en la categoría A (históricos y de viajes) y que obtuvo el SEGUNDO PREMIO. Aborda un conflicto muy reciente y tratado ampliamente por los norteamericanos, especialmente en el cine. narra las vicisitudes de un soldado en la guerra de Vietnam. Espero que os guste.

Cinco días en Vietnam.

Jueves, 2 de abril de 1962:

Querida mamá, te escribo esta carta para que sepas que hemos conseguido tomar un bastión vietnamita en la colina 937. Ha sido una victoriosa batalla y casi ninguno de nosotros ha caído, creo que del batallón 137 de caballería han abatido a un tal Willy, no lo conocía mucho, solo de vista y he  oído que era un chico del bajo Manhattan, no es que tuviera mucha relación con él, pero siempre duele que un compañero se vaya. 

Nos desplegaron en una explanada en la falda de la colina 937 mediante transporte aéreo, yo iba en un Bell 204, o como lo conocéis en la ciudad, un Huey. Se nota que nuestro ejército tiene un entrenamiento muy intenso para las fuerzas del aire, ya que mientras bajábamos haciendo rappel, el helicóptero tuvo que hacer varias maniobras evasivas y justo en una de ellas yo estaba colgado de la cuerda, me caí al suelo pero no pasó nada más. Es un terreno bastante escarpado, tiene muchos desniveles y bastante vegetación, seguro que algunos de esos malditos diablos del vietcom se esconden detrás de esos grandes arbustos. 

Del clima ya ni hablemos, parece el mismísimo infierno. La humedad es insoportable, y cada dos por tres llueve, con lo cual hace que el terreno sea muchísimo más fangoso. ¡Está todo lleno de barro! Otra que detesto de Vietnam, es la cantidad de insectos que hay, desde los típicos mosquitos de Nueva York, hasta sanguijuelas, pasando por orugas venenosas y algún que otro monstruoso saltamontes, no estoy acostumbrado a la “vida” de campo.

Por cierto, me alegró muchísimo la carta que me enviaste el pasado domingo. La recibí nada más llegar de explorar el terreno donde íbamos a pasar  la noche, no parecía haber peligro pero por si acaso pusimos varias minas y cada dos horas los chicos y yo hacíamos turnos para vigilar que no pasara nada grave y nos tuviéramos que arrepentir de no haber hecho dichas cosas.

Mañana día 3, saldremos a asaltar unos de los cinco bastiones que quedan por asaltar para poder tener el objetivo de liberar a Vietnam del Sur de la opresión comunista a la que están sometidos. Cuando vuelva de la misión te escribiré  otra carta diciéndote como ha salido la misión, un beso, tu hijo Fred Melson.

Viernes, 3 de abril de 1962:

Hola mamá, antes que nada, te tengo que decir un pequeño incidente que me ha pasado, no es grave, así que no te preocupes. 

Mientras estábamos subiendo otra colina, de entre los arbustos salió un maldito cerdo comunista y me intentó clavar su bayoneta en el cuello, por suerte, el oficial Matt lo vio a tiempo y le dio un tiro en la cabeza, pero yo en ese momento no debía haber estado junto a ese camino, porque de la inercia me clavó una parte de la bayoneta en el pecho. Me han dicho los médicos de campo que no pasa nada, que solo han sido cinco centímetros y que en unos días estaré de nuevo listo para combatir. Tengo muchas ganas de recuperarme para poder descargar toda mi ira contra el enemigo, ya sabes que soy bastante cabezota y pronto estaré de nuevo subido a un helicóptero surcando el cielo.

Me han transportado a una nueva base que han construido al otro lado de la montaña donde se supone que yo tenía que haber conquistado junto a mis compañeros. La verdad que han tardado poquísimo, solo cinco horas, cuando de normal estamos catorce horas luchando casi sin descanso.  Sé que ha sido una conquista rápida porque desde donde yo estaba tumbado, no he ido casi disparos y he olido el dulce olor de victoria de nuestro napalm ¡bendito sea el que lo descubrió! Después del ataque aéreo se ha podido oír algunos gritos estremecedores de algunos enemigos agonizando por las quemaduras del napalm. Me va a costar mucho quitarme ese sonido de la cabeza. Poco tiempo ha pasado desde el ataque aéreo cuando se han oído algunas explosiones a lo lejos. Supongo que serían nuestras tropas entrando en Laos con los tanques. Intuyo que es Laos porque muchas de las carreteras por donde avanzábamos rápidamente estaban asfaltadas.

 Hasta mañana mamá.

Domingo, 5 de abril de 1962:

Mamá, ayer sábado me subió mucho la fiebre y fue cuando recordé cómo me cuidabas cuando era pequeño. Me deprimí mucho. Me han dicho los médicos que mi estado tiene que mejorar, pero no te asustes, los dos sabemos que soy valiente y que un guerrero no le teme a nada, a parte, el abuelo se que nos cuida desde arriba, y no va a dejar que nos pase nada malo. Ya es la una y me van a traer la comida, hoy tengo sopa de ajo y algún trozo de pan, espero que cuando vuelva me hagas un buen cocido para cenar, lo deseo, Dale un abrazo fuerte a Tim, y que sepa que tiene todo mi apoyo con los exámenes que va a tener dentro de poco. ¡Que estudie mucho!

Tengo una mala noticia madre, a las 16:27 un grupo de comunistas asquerosos han atacado la base donde yo estaba descansando y bueno, nos es que me encuentre muy bien, noté un fuerte dolor en un costado del pecho y tosí un poco de sangre. Dile a Tim que todo marcha completamente bien y que hemos conseguido tomar la última colina. Esta batalla ha sido la más dura que hemos sufrido hasta ahora, enviamos como 21000 hombres a esa maldita colina y han vuelto enteros 10000, se han ido a un lugar mejor 5000 y los restantes, van a tener que necesitar un psicólogo durante mucho tiempo. La guerra es muy dura, pero nuestra bandera es más dura todavía.

Martes, 7 de abril de 1962:

Estimada señora Melson, soy el capitán de la División 101ª de aerotransportada, me resulta un poco duro decirles las palabras que voy a escribirle a continuación. Como usted sabe, el pasado domingo 5 de abril la base terrestre 214 a los pies de la colina 546 sufrió un ataque de las fuerzas norvietnamitas y a su hijo le hirieron de gravedad, por mucho que él insistía. Ha sido un placer luchar junto a su queridísimo hijo en el campo de batalla. En los años que llevo luchando aquí en Vietnam, nunca he visto a un soldado tan audaz y valiente como el Cabo I Fred Melson Garrix. En nuestro regimiento era y es muy querido por todos. 

Le parecerá que estas palabras son las típicas que se suelen decir, pero estoy muy orgulloso de usted, por haber dado a luz y criado a un hijo como fue él. Ahora Fred está de camino al encuentro con su abuelo. Sus últimas palabras antes de abandonarnos fueron: 

“No le digas al mundo que fui un héroe, dile al mundo que soy la causa por la que ellos cenan el día de Navidad seguros en sus casas mientras yo me dejo la piel velando por su seguridad y que si un día osan revelarse contra las fuerzas del orden, que se lo piensen dos veces porque gracias a mí, ellos pueden dormir tranquilamente en sus casas. Mamá, dile a Tim que hoy brillará una estrella junto a la del abuelo, y que le estoy observando. Te quiero mamá y no llores, porque me he ido por un tiempo, y mi alma sigue estando a tu lado aunque mi cuerpo no, gracias por todo madre.”

 

PATRICK FERRER LORO

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Hoy publicamos el relato que fue galardonado con el SEGUNDO PREMIO ex aequo de la categoria B (los relatos relacionados con el proyecto sobre el Holocausto judío que hemos desarrollado este año y que llevaba por título ARBEIT MACHT FREI)

Su autora es MARÍA  MORAGÓN, de 1º de bachillerato, a la que quiero agradecer que me haya permitido publicar el relato en el blog. Espero que disfrutéis de la lectura del relato de María. Aquí está.


La alambrada del amor

Una sinfonía de bombardeos amenizaba la noche en el gueto de Varsovia. El frío calaba sus huesos. Tiritaban.  Pero no les importaba, pues el amor que se profesaban era capaz de evadir sus miedos, sus pensamientos, sus limitaciones, su destino. Un amor puro, descubierto contra todo pronóstico. Aquella gélida noche de enero de 1942, Janina y Hans se entregaron a la pasión con más fuerza que nunca. Eran demasiado frágiles como para dejar escapar aquel sentimiento.

 
Otro día más acababa en aquel fatídico lugar. El silencio imperaba en las calles, al contrario que en las anteriores veladas, en las que el ejército alemán descargaba su ira aplacando con ataques fortuitos, inesperados por algunos. Pero aquella noche ella diferente. Aquella noche, en los recovecos del gueto de Varsovia, reinaba la paz.

En unas de estas silenciosas calles, en uno de los lugares que había establecido la población judía que allí malvivía para rezar, se encontraba Janina. Jugaba con su pequeña estrella de David cosida a su abrigo sucio y harapiento. Toda su familia rezaba por su salvación, por la de todo el pueblo judío. Es lo único que les quedaba, mantener la fe, regocijarse en la esperanza de una nueva vida. En cambio, ella meditaba. Se imaginaba un campo lleno de margaritas, sus flores favoritas. Un sol resplandeciente lucía en esa maravilla de paisaje. Con su vestido de lino azul y su sombrerito de vestir, corría sonriente, feliz, al encuentro de Abraham, su gran amigo, su gran amor. Ella nunca se lo referiría, pero él era lo suficientemente astuto como para saberlo.

Algo llamó la atención de la joven. Ella, sin percatarse al instante, dirigió la mirada hacia donde había provenido la voz. Un chico de ojos claros, brillantes aún con la caída del sol absoluta, le sonreía con cansancio, y le preguntó en un suave susurro, ya que su estado físico no le permitía alzar más la voz, qué pensaba. A Janina de repente le subieron las mariposas desde el estómago hasta la boca para pronunciar unas simples palabras:
- Nada, Abraham, sólo pensaba en lo feliz que hubiera sido fuera de este infierno.
- ¿Junto a mí, quizás? – el joven, para sorpresa de Janina, no calló todo lo que había estado sospechando todos aquellos años atrás, quizás porque él también sentía ese pinchazo en el alma cada vez que la joven le miraba.

Janina, estupefacta, intentó disimular gracias a la oscuridad de la noche que se había vuelto a ruborizar. Tantos años esperando aquel momento, y llegaba en ese instante, en esa situación infame, desequilibrada, imposible de sostener. Nunca conseguiría estar junto a él, ni aunque el joven estuviese dispuesto a ello. La fe no les salvaría. No saldrían de allí con vida. Antes de retirarse a intentar descansar en las mugrientas literas que les había proporcionado el ejército alemán, Janina volvió a dirigirle una última mirada a Abraham. Una lágrima caía por su pómulo. Sonrió y miró al cielo. El sol asomaba por el horizonte, le quedaban pocas horas de descanso, más bien ninguna. Comenzaba una nueva etapa de su vida.

Los disparos involuntarios pusieron en pie a Janina y a los suyos. Hoy tocaba retirar nieve acumulada de las calles. Sin más protección que sus manoplas deshilachadas, la joven y su hermana Joanna se dispusieron a colocarse en el lugar que les correspondería aquel día. No tenían concepción del tiempo que llevaban allí, y de cuántos días habían realizado ya esa desagradable tarea. Se arrodillaron en el suelo húmedo, y comenzaron a cavar. Con los días, sus frágiles dedos se habían acostumbrado a tamaña tarea, y el dolor cada vez era menor conforme cavaban. El frío directamente les congelaba los dedos, y carecían de sensibilidad.

Mirando fijamente al suelo, no cesaban en su tarea, y si lo hacían, un oficial de las SS les esperaba amenazante, pistola en mano, para acabar con ellas de un plumazo, y eso es lo último que querían. Con su instinto, Joanna percibió algo desde su mirada enfocada al suelo. Unas mismas botas de un oficial recorrían siempre el mismo trayecto, exactamente desde el lugar donde se encontraba hasta el de su hermana. Unos dos metros de distancia aproximadamente. Janina también se percató de aquello, y le dirigió una mirada cómplice a su hermana. Disimuladamente, alcanzó a levantar mínimamente la cabeza para intentar visualizar el rostro del hombre que les estaba amenazando con su constante ir y venir. Inmediatamente, sus miradas se cruzaron. Él no había parada de mirarla, y cuando ella lo descubrió, tampoco podía dejar de hacerlo. ¿Qué tenía aquel chico, rubio y de piel clara, que atraía tanto a Janina? Se quedaron mirándose fijamente un instante más, hasta que alguien lanzó un grito de dolor que se esfumaría pocos segundos después, y su conexión se rompió. El joven avanzó el paso hacia el lugar donde se había producido la eliminación, y Janina, dudosa, fingió que continuaba trabajando, pero lo único que hacía era escarbar en el mismo hueco de hielo que había estado escarbando durante las últimas dos o tres horas, quién sabe. Ahora era aquel oficial quien ocupaba sus pensamientos. Algo en él la había hechizado, aún siendo el enemigo. Aunque en cuestiones del amor no existen enemigos, pensaba Janina.

Durante los siguientes días, Abraham notó que Janina se encontraba distante con él, y el joven, muy a su pesar, conocía el motivo de antemano; en cambio, los días en los que les comunicaban que tocaba retirar nieve, Janina no lograba disimular su pequeño entusiasmo al saber que quizás volvería a ver a aquel oficial que le había robado una pequeña parte de su corazón con aquella mirada. Intentaba colocarse en el mismo sitio, aunque en aquel lugar lleno de nieve no se establecía el sentido de la orientación.

Una vez ya colocada junto a su hermana, lanzaba miradas furtivas para intentar visualizar su objetivo. Y allí estaba. Pareciese como si él también se encontrara en aquel lugar por obligación, y por tanto, con la obligación de permanecer en ese mismo lugar, recorriendo esos dos metros aproximados entre Joanna y ella, y con la obligación de robarle diez segundo de su profunda mirada para admirar la suya. ¿Qué le estaba pasando a Janina? Dejaba de acudir a rezar junto a los suyos, había abandonado la compañía que le ofrecía a Abraham. Ignoraba cada vez más las muertes, la destrucción. Ni ella misma era consciente, pero comenzaba a caer en la locura del amor no correspondido.

Tras varios días de tanteos y de observaciones, el apuesto oficial alemán acudía a los lugares que solía frecuentar Janina, con la excusa de realizar una inspección, y, sorprendentemente, siempre desarmado. No era su intención real acabar con alguien, sino tener la oportunidad de ver en otro lugar que no fuese las calles abarrotadas de nieve a la judía, a la joven que, a pesar de su religión y lo que ello suponía, le había encandilado hasta el punto de amarla.

Era ya noche cerrada en el gueto de Varsovia cuando, en uno de estos paseos a zona judía que solía frecuentar el oficial con el fin de “inspeccionar”, se topó de pleno con ella. De espaldas a él, se alisaba el pelo con un viejo cepillo de esparto ante un espejo medio roto ante el que no podría observarse si no fuese por una tímida vela del suelo. Vestía un fino camisón de su hermana, que le transparentaba su cuerpo ya huesudo y desnutrido. A pesar de ello, para el joven era una pieza sencilla, tímida, frágil… y hermosa. En realidad, Janina lo era.
De repente, se le escapó un pequeño estornudo que alteró levemente a la joven judía. Ésta advirtió una leve sombra asomando por el borde del espejo roto. Al principio era incapaz de reconocerla, pero poco a poco, fue vislumbrando que se trataba de él. Le dio un vuelco al corazón. Tímidamente, se giró con cuidado, y se quedó mirándolo fijamente, como habían hecho anteriormente en la retirada de la nieve. No tenía palabras. Lo tenía frente a ella, y no era capaz de formular ninguna cuestión. Sólo le observaba. Era un joven apuesto alemán, con una buena planta, alto y fornido. Al analizarlo de pies a cabeza, y con temor en el cuerpo por lo que le pudiera ocurrir, volvió a girarse hacia el espejo.
-      Vengo en son de paz – se atrevió a decir él- no temas.
Janina siguió sin pronunciar palabra, cubriéndose con sus delgados brazos el cuerpo.
       Tú eres la joven de la nieve, ¿me equivoco?
Janina tardó en contestar a esta pregunta, pero finalmente lo hizo, girándose hacia él:
-      Sí. ¿Aún llena de harapos en la nieve me reconoces ahora así?
-      Te reconocería entre todas las mujeres judías asquerosas que vivís aquí. Porque tú… eres especial.
Ese “eres especial” sorprendió a Janina, pero no por el simple hecho de que aquel hombre lo había pronunciado, sino por el tono en el que lo había hecho. Un timbre suave, como si aquel joven, que en teoría era su enemigo, quisiera ser su amigo… o quizás algo más.
-      Soy Hans. Y tú, ¿cómo te llamas pequeña?
De nuevo, Janina dudaba si contestar o no. Pero esta vez, se armó de entereza.
-      Soy Ja…

En ese preciso instante, una bomba explotó a unos cien metros de donde ellos se encontraban. Y otra, y dos más, y así sucesivamente. Janina no había logrado decirle al joven y apuesto oficial Hans su nombre. Pero no le importaba. Ahora era él quien no podía de dejar de observar su anatomía, la belleza de sus facciones, sus ojos color negro azabache. Se repitió la misma situación que cuando se encontraban en la nieve. Se sostuvieron la mirada unos instantes, instantes que ahora se habían convertido en minutos. Ninguno de ellos esperaba lo que iba a pasar en ese momento.

Aquellos bombardeos amenizaban la noche en el gueto. El frío calaba sus huesos. Tiritaban. Pero no les importaba, pues el amor que se profesaban era capaz de evadir sus miedos, sus pensamientos, sus limitaciones, su destino. Un amor puro, descubierto contra todo pronóstico. Aquella gélida noche de enero de 1942, Janina y Hans se entregaron a la pasión con más fuerza que nunca. Aquella joven judía y aquel oficial alemán no eran la pareja perfecta, pero tal vez la desesperación en aquel lugar y los sentimientos hicieron que, en aquel momento, fueran tan frágiles que no podían dejar escapar aquel impulso, aquel sentimiento.

Alguien golpeó la puerta donde se encontraban. Janina tenía sudor frío, y tiritaba aún más que antes, si cabe. Hans le prestó su chaqueta, se vistió de nuevo, y acudió al llamamiento de la puerta. Janina oía hablar alemán. Quizás habían tenido algún tipo de problema con la entrada de alimentos en el campo, o con la falta de personal de las SS. Pero en realidad, no era así. Aquella llamada significaba el principio del fin.

Hans marchó sin despedirse de Janina. Ella, obcecada y aún sorprendida por lo que acababa de acontecer en aquella habitación, comprendió que, como había sospechado, tendrían un problema grave. Se quedó de nuevo pensativa… ¿Qué diría Abraham sobre todo esto? Una infamia. Tampoco se lo diría, como tampoco haría con su amor hacia él. Pero aquello había sido tan bonito, tan especial… Janina logró recostarse sobre la chaqueta de Hans. Aún olía a él. Aquella noche, pudo dormir después de varios días sin poder hacerlo.

Con la luz del amanecer asomando por el cielo, alguien volvió a golpear la puerta. Janina dormía, así que Hans decidió entrar sin permiso. Con delicadeza, despertó a Janina de su sueño profundo. Intentaba aparentar entereza, pero su rostro pálido lo decía todo.
-      Janina, os trasladan al campo de Treblinka.

Janina, aún medio dormida, no comprendió al principio qué era eso de Treblinka, hasta que un recuerdo de una conversación con Abraham le sobrevino a la mente. En ella, el joven judío le contaba que los alemanes habían ideado un sistema de campos de exterminio para eliminar a toda su raza. De repente, Janina se puso pálida. Hans lo notó, y le dio un beso en la frente, consolándola.

-      Yo te cuidaré, pequeña… - le dijo él.

Los 160 judíos que habían malvivido durante cuatro meses en aquel mugriento gueto se encontraban ahora agolpados a la entrada del mismo, y estaban siendo clasificados por los oficiales de las SS que habían sido destinados allí. Mujeres y niños por un lado. Hombres por otro. Los trenes esperaban a la salida. Inhalar el humo negro que salía de la sala de máquinas les empezaba a asfixiar.

Janina fue clasificada junto a las demás mujeres, y Abraham aparentaba más edad de la que realmente tenía, por lo que le había clasificado con los hombres, a pesar de su evidente delgadez. Una vez más, los ojos de Abraham cautivaron a los de la joven. Tenía que aprovechar el momento. Quizás, sería la última vez que los contemplaría. Miró la estrella de David de su abrigo de nuevo, y se dispuso junto a Joanna a subir al vagón. Hans la observaba desde lejos, como ya se había acostumbrado a hacer, asimilando el destino que le esperaba a ella y a toda su familia.

Después de dos fatídicos días de viaje en aquel vagón de mala muerte, heladas de frío, las mujeres llegaron al campo de Treblinka. Cercado por densas vallas, una tropa de oficiales de las SS les esperaban con los brazos abiertos. Sonreían, aunque su sonrisa despuntaba maldad. En cambio, una sonrisa triste destacaba entre aquellas. Hans miraba con amargura aquel desembarco masivo en el que se encontraba Janina. Era tan triste y tan cruel lo que les iba a suceder… Inmediatamente, despojaron a las mujeres de sus enseres personales, y las llevaron a una sala tética donde les cortaron el pelo y las desnudaron. A continuación, las volvieron a vestir y las llevaron directamente a trabajar, como no, en la retirada de nieve que impedía el correcto funcionamiento de las vías.

Pocas horas después, llegaba un tren. Probablemente sería el tren de los hombres. Efectivamente, Janina intentó localizar con su pobre vista a Abraham, con un resultado satisfactorio, ya que lo encontró junto a su tío y a su padre, en aparente buen estado de salud. Hans, que como siempre, era incapaz de dejar de vigilar a Janina, percibió esa mirada de ternura hacia aquel joven judío, y le llenó de ira. Volvió a él ese sentimiento asesino con el que había sido educado todos aquellos años. ¿Por qué? ¿Por qué en tan poco tiempo podía comportarse así, y podía realizar cosas así por una joven judía? Estaba celoso. Celoso y rabioso de Abraham. Él se convertía ahora en su principal objetivo, por haberle robado la esperanza de salvar a Janina, ya que sabía perfectamente que ella se mantendría fiel a su familia, fiel a él, antes que marchar con un oficial nazi de pacotilla, con el que había pasado una noche de pasión, una noche de evasión de la realidad.

Hans se dirigió al joven. Janina les observó con cautela. Tenía miedo de que Hans descubriese que podía haber algo que nunca habría entre ellos, y que actuase al respecto. Abraham miró con miedo al oficial que se le acercaba. No temía la muerte, pero tampoco sería capaz de asimilar una muerte tan temprana. Al menos, querría decirle a Janina lo mucho que la quería y que la querría siempre. Se lo debía.

Hans, intentando disimular ante la mirada lejana de Janina, decidió que no actuaría de momento, y que se limitaría a encargarse de la distribución de los hombres, entre ellos Abraham. Cuando le tocó al joven judío, Hans mostró su faz más feroz y cruel. Se quedó mirándolo, pensativo, cual lobo esperando a que su presa reaccionase para acabar con ella. Abraham se mantenía firme.

Mientras, la joven continuaba e intentaba disimular su preocupación por aquella situación. Algo no marchaba bien. Han y Abraham juntos. Su gran amor, y su gran aventura, su gran muestra de desesperación. Perdida, comenzó a llorar en silencio.

De repente, un sonido de bala reinó el silencio en la entrada del campo de Treblinka. Todo el mundo consternado, pero incapaz de pronunciar ninguna palabra. En ese mismo instante, agentes de las SS se dirigían hacia las mesas de distribución. Allí, un joven judío yacía con sus ojos claros brillando más que nunca. Una bala atravesaba su frente. El autor del disparo se mantenía de pie, en estado de shock, sujetando su pistola con fuerza. ¿Había hecho eso por amor, por un verdadero amor? Aquel oficial de las SS pensaba que sí.

Unos pequeños pasos se oyeron correr hacia el lugar de los hechos. Una joven judía, delgada hasta los huesos, pero hermosa, se abalanzó hacia el joven tendido en el suelo. No podía ser. Ese no era el sueño que había estado planeando durante tantos años. Él no podía morir así. Él no podía morir. Por ella. Por su amor.

Janina se despojó de su estrella de David, incapaz de mirar a los ojos a Hans, llena de rabia y de ira, y llorando desconsoladamente ante el cuerpo ya sin vida de su amor, Abraham.

Otro disparo. Otro silencio absoluto. No, esto no era Romeo y Julieta. Esto era el culmen de la mentira, el resultado de la alambrada del amor. 

                                                    MARÍA  MORAGÓN


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Hoy publicamos el relato que fue galardonado con el SEGUNDO PREMIO ex aequo de la categoria B (los relatos relacionados con el proyecto sobre el Holocausto judío que hemos desarrollado este año y que llevaba por título ARBEIT MACHT FREI)

Su autora es NURIA VALLADOLID, a la que quiero agradecer que me haya permitido publicar el relato en el blog. Espero que disfrutéis de la lectura del relato de Nuria tanto como yo lo he hecho. Aquí está.


En la angustia del momento, pensé en ti, y no fui capaz de recordar tu voz.


Sé que nunca te lo dije, pero cuando te miraba a los ojos, tenía miedo.

Miedo a perderte, miedo a no tenerte. A apagar esa luz propia que tenías, con la oscuridad que yo llevaba dentro. Miedo a arruinar la inocencia con la que me mirabas, cuando yo te decía que no entendía, cómo podías quererme.

Sé que nunca te lo dije, pero cada vez que tú sonreías, yo tenía miedo.

Miedo a ser la razón de tu felicidad, miedo a no serlo. A la posibilidad de que, mi pésimo sentido del humor, junto con mi incapacidad para apreciar lo bonito de la vida, acabarían arrebatándote tu bonita sonrisa, para después arrebatarte a ti de mi vida.

Sé que nunca te lo dije, pero tenía miedo, de tus abrazos, de tus caricias, de tus besos. De la manera en la que gesticulabas, nervioso, cuando discutíamos. De tu risa, de tu olor.

Tenía miedo de todo lo bueno que me dabas, tenía miedo de perderlo. De no saber cómo seguir adelante si te ibas, de no tener suficientes tiritas para pegarme, si alguien me rompía otra vez.

Era 9 de noviembre, o quizá 10. Pero noviembre, eso seguro. Porque yo llevaba tu chaqueta, para resguardarme del frío. Estábamos sentados en el portal de la tienda de tus padres, y yo apoyaba mi cabeza sobre tu hombro, mientras tu fumabas, y mirabas al cielo. Nunca fuiste hombre de muchas palabras, y esa era una de las cosas que me hacían sentirme tan cerca de ti. No llenabas los silencios con palabras estúpidas, porque sabías apreciar la belleza en lo que otros consideraban incómodo.

De vez en cuando comentabas lo bonitas que eran las estrellas del cielo. No como las que nos hacían llevar en las camisas. Y afirmabas, que las cosas sólo podían mejorar. Que esto era el futuro, que esto era 1938.

Y yo sonreía, pensando que no entendías muchas cosas, para ser tan inteligente.

Un ruido de pasos perturbó la calma de la noche. Pasos apresurados, que corrían hacia nosotros. Demasiados para tratarse de únicamente una persona. El viejo Benjamín, muy querido y apreciado en nuestro barrio, dobló la esquina, y empezó a gritarnos algo, con los ojos muy abiertos, y moviendo los brazos, muy nervioso, muy deprisa. El viejo Benjamín cayó al suelo, un alemán arma en mano tras él.

No recuerdo ningún otro detalle de aquella noche. Oigo gritos, huelo humo, veo luces, y siento dolor. Noto cómo tu mano suelta la mía, recuerdo cómo te busco ansiosa entre la gente, sin encontrarte. Me quedo parada, mientras algunos me empujan y me dedican palabras furiosas. Alguien me agarra del brazo y me obliga a correr, y los recuerdos se desvanecen.

Noto cómo tu mano suelta la mía, te busco ansiosa entre la gente, sin encontrarte.

Falsa alarma, sigues a mi lado. A diferencia del viejo Benjamín, o de la señora Petunia, o de cualquiera de los cientos de judíos que han muerto esta noche.

Días después seguimos recogiendo los destrozos de nuestra tienda, cuando unos alemanes nos sacan a golpes. No hace falta que recojáis más, nos dicen. Nos llevan a otra parte a vivir, nos llevan a los guetos. No es que no hubiéramos oído hablar de esta decisión antes, pero no podemos evitar que el miedo nos golpeé. Yo sigo temiendo más por tu vida que por la mía, así que me pego mucho a ti, como queriendo proteger mi territorio. Un soldado me insta a coger todo aquello que quiera llevarme conmigo. Esto es todo lo que quiero llevarme, pienso, mientras te cojo de la mano.


Nos unimos a una larga fila de judíos que caminan por el medio de la calle. Parecemos un rebaño de animales, aunque jamás he visto a un ser humano despreciar tanto a los cerdos siquiera. Hay mucha gente mirándonos desde las aceras. Algunos nos escupen, pero lo aceptamos con resignación. A nadie le quedan fuerzas para defenderse, pisoteamos la poca dignidad que nos queda con nuestros pies, de lo cerca que está ya del suelo. Es eso o morir, y, sinceramente, nunca he tenido una autoestima muy elevada. Así que qué más da, si me escupen.

Lo alemanes lo llaman Beuthen, yo lo llamo el infierno. Pero lo digo muy bajito, prefiero el infierno de mi vida, que el que me espera si me matan.

Mamá se queja mucho de lo pequeña que es nuestra casa, papá le contesta que más que en una casa pequeña, vivimos en una habitación grande. Es difícil meterlos a ellos dos y a mis cinco hermanos bajo el mismo techo sin que las discusiones se conviertan en habituales. Muchas veces daría lo que fuera por estar en cualquier otro sitio, pero el panorama que me ofrece la calle es hartamente desagradable. Y no tengo fuerzas, para ver otra vez cómo la gente come del suelo. Cómo los alemanes disparan a un niño por pura diversión, cómo los ancianos raquíticos se arrastran en busca de empleo.

Esto es el futuro, esto es 1938.

Tú trabajas mucho, y vives lejos, y nos vemos poco. Estás distante y más delgado, y ya no comentas la belleza de las estrellas. Hace semanas que mi corazón se agrieta, y me pregunto, cuánto tardará en partirse en dos. Te quejas mucho de las condiciones bajo las que vivimos, y me miras con lástima, cuando te digo, que al menos nos tenemos el uno al otro. No sabes nada de la vida, me dices, y miras a otro lado, como si te molestara mi estupidez.

Ya no gesticulas al hablar, ya no te brillan los ojos. No destilas inocencia, y te esfuerzas en llenar cualquier silencio con palabras, como si fueras uno más.

He enumerado las razones que pueden haber acarreado estos cambios.

He sacrificado noches de sueño, por intentar entender, qué han hecho contigo.

Los alemanes lo llaman Beuthen, yo lo llamo el infierno. Y lo digo muy alto, porque desprecio el infierno de mi vida, y anhelo el que me espera si me matan.

Es 1942, pero, qué más da eso.

Mamá tiene canas, y Judith ya no está entre nosotros.

Tú te has cortado tu bonito pelo rubio, y apenas es apreciable. Tus ojos han oscurecido, y tus visitas son más breves.

Hoy hace especialmente calor. Soldados alemanes han seleccionado a varios de nosotros, y nos han conducido a la plaza más grande del gueto.

Un hombre robusto pasea entre nosotros, desnudándonos con la mirada. Nos separa en dos grupos. Tu mano suelta la mía, no te han asignado conmigo.

Habéis sido seleccionados para ser trasladados a un lugar mejor, dicen. El resto de vosotros los acompañaréis más tarde.

Pero cómo va a ser un lugar mejor, si tú no estás a mi lado.

No quiero el cielo si no es contigo.


Llega un tren, y todos los que hemos sido seleccionados entramos dentro. Me susurras al oído, me acaricias como solías hacer. Estarás bien, prometes. Pronto estaremos juntos, me dices.

La puerta se cierra, y todo está oscuro. Algunas mujeres chillan. Yo no, ya nada me importa.

Sé que nunca te lo dije, pero cuando te miraba a los ojos, tenía miedo.
Miedo a perderte, miedo a no tenerte.

Sé que nunca te lo dije, pero en la angustia del momento, en la oscuridad del tren, pensé en ti, y no fui capaz de recordar tu voz.

Me mentiste descaradamente, me dijiste que estaríamos bien. Que pronto estaríamos juntos.

Sé que nunca te lo dije, pero una noche, al quitarme la camisa, me fijé en la estrella cosida en ella, y sonreí, porque tenías razón. Las del cielo son mucho más bonitas.

No sé si llegaste al campo, yo ya no estaba allí para recibirte.

Oigo gritos, huelo humo, veo luces, y siento dolor. Noto cómo tu mano suelta la mía, recuerdo cómo te busco ansiosa entre la gente, sin encontrarte.


Nuria Valladolid (4t ESO B)



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