A propósito del día de los enamorados y para celebrar lo más importante del mundo, el AMOR, os regalo un cuento que escribí hace tiempo. Espero que os guste.
La primera vez que la vi, eran sobre las 6,30 de la tarde. Yo salía del trabajo, cansado, pensando en el sofá de casa y en la cerveza fría que me iba a tomar. Mi cuerpo olía al sudor acumulado de un largo día. La ducha me parecía una necesidad, casi más grande que la de comer.
Con la mochila cargada y la cabeza gacha me dirigía hacia el coche cuando, justo antes de cruzar la calle alguien llamó mi atención:
- ¡Pss , Pss! – escuché en la esquina.
Me paré, giré la cabeza, la vi y me sonrió, mientras movía la mano derecha a un lado y al otro saludándome. No sabía muy bien quién era. Una chica morena que giró la esquina y perdí de vista mientras yo, tímidamente devolvía el saludo.
Justo en ese momento, un autobús de la EMT pasaba a toda velocidad por delante de mí. No lo había visto y un segundo antes, me hubiera arrollado. Seguro. Gracias al saludo de aquella chica desconocida, me había salvado de morir atropellado. Sí, aquella morena que no conocía de nada, me había salvado la vida.
En el coche, de camino a casa, trataba de recordar cómo era ella y hacía memoria por si recordaba quien era. Era morena con el pelo largo. La cara, por más que lo intentaba, no la podía recordar, solo había visto su sonrisa, preciosa por cierto, que me había iluminado el día, con unos dientes blancos perfectos, del color de la luna llena.
Enfrascado en estos pensamientos llegué a casa. Solo Cayo, mi perro, salió a saludarme meneando la cola y haciendo cabriolas. Llevaba la correa en la boca. Era su hora del paseo. La ducha tendría que esperar. Desde que murió mi padre, tras una larga enfermedad, hace ya casi 2 años, mi madre, dedicada en cuerpo y alma a cuidar a mi padre durante casi cinco años, había revivido. Se había apuntado a un club de amas de casa y a otro de jubilados. No paraba: viajes, fiestas, clases de baile, de costura, exposiciones… ¡Vamos! ¡Qué casi nunca estaba en casa! Esta semana andaba por Galicia, haciendo el Camino de Santiago. ¡A los 73 años!
Tras la ducha y un bocata, el sueño comenzó a conquistarme y mientras cerraba los ojos, mi último pensamiento fue para aquella sonrisa, aquella boca, aquel bello sueño.
El teléfono móvil no paraba de sonar. Medio dormido, acerté a cogerlo de encima de la mesilla de noche, tras haber estado palpando en la oscuridad unos segundos.
- Diga… - dije con voz de ultratumba.
- ¿Te he despertado tío? - dijo la voz al otro lado.
- ¿Tú que crees? Un sábado a las 8 de la mañana, lo normal es que esté durmiendo.
- Pues se te acabó el chollo. En media hora te recojo y nos vamos a por las entradas del concierto, que si no vamos pronto, fijo que nos quedamos sin ninguna. Es el concierto del año tío.
- Bueno, ahora bajo. Espérame en el bar y desayunamos.
- Cinco minutos - y colgó.
Después de un café con leche y un par de valencianas sucadas, nos fuimos hacia la Plaza de Toros. Las taquillas abrían a las 9 y eran menos cinco.
Al llegar… ¡Flipamos! La cola daba dos vueltas a la manzana y el ambiente era tenso. La gente sabía que no habría entradas para todos. Se empujaban y arremolinaban junto a las taquillas, provocando un caos inmenso. Mi amigo dijo que, o se colaban, o se quedaban sin entradas. Era misión imposible. Empezaron los empujones y las avalanchas. Hacía mucho calor, demasiado. La hora se acercaba y la gente se ponía muy nerviosa.
De pronto una mano me cogió la mía e inexplicablemente tiró de mí hacia un lado, sacándome suavemente de la avalancha que se avecinaba. No sabía muy bien cómo, pero los gritos de la gente se perdían y me envolvían en un velo, una especie de cortina de protección me envolvía desde el momento en que esa mano, suave, tierna y tibia, me arrastraba y no podía ver de quién era.
Cuando sentí que me soltaba, toda esa magia se perdió y volvieron los gritos, las sirenas de la policía, el caos más absoluto.
Buscaba con la mirada aquella mano que le había sacado de allí y que me había salvado de ser aplastado.
No sé por qué, pero estaba convencido de que había sido ella. La buscaba con la mirada. Miraba a todas partes, pero no la encontraba. De repente caí en la cuenta de que mi amigo estaba en medio del mogollón.
La policía ya había llegado e intentaba poner orden a ese inmenso caos. Las ambulancias llenaron todo con su ruido y sus luces amarillas. Y entre el ruido de la gente, yo me envolvía en el velo de su caricia, sin poder encontrarla.
Entonces la vi. Estaba a unos pocos metros, mirándome y sonriendo. Volvió a agitar la mano saludándome.
No pude hablar, sólo mirarla y levantar la mano.
Una ambulancia pasó entre nosotros y por un breve instante la perdí de vista. Cuando ya había pasado la ambulancia, volví a mirar pero ya no estaba. La busqué con la vista, corrí hacia allí pero en el camino, vi a mi amigo en una camilla medio asfixiado, con una mascarilla de oxígeno. Me fui con él al hospital. En el trayecto pensaba que yo estaría en el lugar de mi amigo de no haber sido por aquella mano, aquella chica, aquellos labios de seda con su sonrisa perfecta.
Dos días estuvo mi amigo en el hospital recuperándose. Tenía una pierna rota y una costilla también, que le apretaba los pulmones y le dejaba respirar pero con dificultad. Había vuelto a nacer, decía, había estado muy cerca de la muerte.
Yo no. A mi, élla me salvó. Dos veces en menos de veinticuatro horas. Era mi ángel, mi ángel de la guarda, que dulce compañía, que no me dejaba solo ni de noche ni de día, como la oración que me enseñó mi madre cuando era muy pequeño.
Aturdido y abrumado me fui hacia casa. Estaba muy cansado y solo. Bueno solo no, estaba Cayo que siempre meneaba la cola y se alegraba de volver a verme, ajeno al caos que yo había vivido hoy en la cola de las entradas de aquel puñetero concierto.
- Vamos Cayo, paseemos un rato. Nos vendrá bien.
Bajé al parque y me senté en un banco. Cayo realizaba su ritual habitual: mear en los mismos árboles, oler las mismas esquinas, ladrarle a los mismos perros. Yo mientras no podía dejar de pensar… ¡En élla! ¿En quién si no?
Apoyé mis codos sobre las piernas y la cabeza sobre las manos, mientras miraba al suelo, perdido en el embrujo de su recuerdo.
Noté como alguien se sentaba a mi lado, pero no levanté la cabeza. No podía. Había recordado su sonrisa y la buscaba entre las formas de la gravilla y las ramitas caídas que había en el suelo.
Una voz angelical sonó a mi lado:
- ¿La encuentras? – preguntó.
Levanté la cabeza y estaba allí, a mi lado. La sonrisa más bonita del mundo, los labios más sensuales imaginables, los ojos más dulces nunca vistos…
- Sí. Es tu sonrisa y la tengo delante - respondí.
Se acercó lentamente mientras me miraba a los ojos. Olía a azahar y agua del mar. Entonces me besó. Fue el beso más intenso y sensual de mi vida. Cerré los ojos para sentirlo más intensamente y de repente, sus labios se separaron de los míos, noté como acariciaba mi pelo y al abrir los ojos… ¡Ya no estaba!
Había desaparecido.
Solo Cayo me miraba sentado frente a mí a dos metros, con la correa en la boca, esperándome. Volví a casa pensando que fue un sueño. Un sueño del que nunca me hubiese querido despertar.
Han pasado más de tres años. Todos los días bajo con Cayo al mismo banco. Sueño que aquello me vuelve a pasar. Sueño que mi ángel aparece de nuevo para besarme. Sé que volverá. No pierdo la esperanza.
EL JUICIO por Txema Gil
He
sido juzgado por mi nación y mis conciudadanos. Mi nombre figura en los libros
de texto que estudian en las escuelas de Japón como ejemplo de cobardía e
inmoralidad, como paradigma del deshonor. Fui condenado sin juicio previo, sin
que nadie preguntara por mi versión de los hechos. Se dejaron llevar por las
cifras, la tormenta mediática y las
repercusiones a escala mundial que llegaron tras aquella fatídica noche.
La
ancestral cultura de mi país y sus milenarias tradiciones fueron los jueces de
un auto injusto que jamás se realizó. Sólo aplicaron su condena, cubriéndome de
ignominia y deshonor por la mala suerte de estar en el lugar y momento
equivocado. Y para todos tomé la decisión errónea. Para todos menos para mí, mi
mujer y mis dos hijos.
¿Es delito
querer vivir? ¿Aprovechar la oportunidad que los demás despreciaron? ¿Es delito
aferrarte a la esperanza de la supervivencia para volver a ver a las personas
que amas?
Este
juicio al que estoy siendo sometido es inapelable. Dicen que no existe ninguna
razón que justifique mis actos. El honor de la patria está por encima de los
individuos. Por ese motivo exigen que sacrifique mi vida de forma pública
mediante el rito ancestral del Seppuku.
Haciéndome el Hara Kiri lavaría el
honor de mi nación y el de mi familia. La prensa lo pide en grandes titulares
acusándome de cobarde, los profesores universitarios claman en mi contra desde
sus tarimas. Me usan como ejemplo de inmoralidad. Dicen que me salvé a la vista
de todos y que no entregué mi vida de forma digna. Piden mi muerte inmediata,
como si mi propia vida fuera un trofeo que ellos pudieran exhibir ante el mundo
para lavar su impostada moralidad, arraigada en las raíces más profundas de una
cultura anticuada y retrograda.
Pero
no. No lo haré. Porque ningún deshonor cometí con mi actitud. Sólo hice lo que
los demás, que pudieron aprovechar su oportunidad, se negaron a hacer. Y si por
propia voluntad la gente quiso entregarse a la muerte, yo no tenía por qué dejarme
arrastrar por ellos. Era una insensatez. Yo hubiera cedido mi lugar a cualquier
mujer o niño que lo hubiera querido ocupar. Pero no querían. La oportunidad me
iba a pasar por delante y no la podía desaprovechar. Morir así, porque sí, no
es honorable. Es un absurdo. El instinto de supervivencia no es inmoral.
Hoy
estoy denigrado, señalado y socialmente apartado, tengo la necesidad de dar mi
propia versión. Tal vez a nadie le importe. Tal vez no haya posibilidad de
enmendar la situación, de recuperar mi vida anterior, de lavar el honor de mi
familia. Pero debo intentarlo y por ese motivo escribo estas líneas que enviaré
a todos aquellos medios e instituciones que han mancillado mi nombre.
Me ha
dado cierta esperanza el hecho de haber recuperado mi trabajo. Eso sí, estoy
relegado en un rincón oscuro, haciendo labores de oficinista, apartado de la
toma de decisiones, de la ejecución de proyectos. Marginado. La mayoría de los compañeros
no me hablan por temor a ser vistos relacionándose con un cobarde. Ellos sí son
cobardes, no tienen criterio propio y se dejan llevar por la presión social. Mi
carrera en el Ministerio de Transporte, se hundió también en las frías aguas
del Atlántico.
Hoy
limpio aquí mi conciencia y me libero del sufrimiento que atenaza mi alma desde
aquella noche de abril. Narraré los hechos, rendiré cuentas que nadie me ha
dado la oportunidad de rendir, con la esperanza de que me escuchen. Podré resurgir
así a una nueva vida. Podré pasar página de una vez. Y cuando lo haya hecho,
borraré de mi memoria el recuerdo de esos días. Prohibiré a los míos que jamás
se vuelvan a tratar en mi presencia este tema o cualquier otro aspecto
relacionado. Aunque mi destino ya esté escrito por los fríos renglones de la
ignominia a la que estoy siendo condenado. Pasaré página. Comenzaré de nuevo.
Ésta
es mi verdad.
Tengo
48 años, esposa y dos hijos. Provengo de una familia de funcionarios que sirve
al Emperador desde tiempos inmemoriales. Mi familia ha respetado las
tradiciones y honrado a su país durante muchas generaciones, ganando una
posición preeminente en la administración imperial, con trabajo sin descanso y
una fidelidad inquebrantable. Ello permitió a mi familia poder facilitarme una
educación privilegiada, tanto en mi propio país como fuera de él. Estudié
ingeniería y fui el primero de mi promoción. Por este motivo, accedí a un
empleo en el Ministerio de Transportes en un momento en el cual, la
industrialización de Japón estaba viviendo un proceso de aceleración, un
tremendo impulso. Y era necesario acompañar estas medidas del desarrollo de los
medios de transporte internos, que estaban anticuados. Ferrocarriles,
ampliación de puertos de mar, carreteras… Había que renovar para adaptar.
Además, nuestra accidentada orografía dificultaba muchísimo la situación.
Necesitábamos ideas nuevas.
Mi
carrera en el ministerio fue meteórica. Accedí a puestos de responsabilidad
gracias en parte a mi dominio del inglés y del francés, pues parte de mi
formación universitaria la realicé en estos países.
Mis
superiores decidieron entonces que sería buena idea hacer una gira por el mundo
industrializado para observar cómo estaban desarrollando su tendido
ferroviario, entre otros medios de transporte. En Rusia, el gobierno de los
Romanov había decidido comenzar a construir el transiberiano. Yo debía
atravesar Rusia hasta llegar a la vieja Europa y posteriormente viajar a
Estados Unidos. Desde allí volvería al Japón.
En
1910 dejé a mi esposa con un niño de 3 años y en estado de buena esperanza para
acometer un viaje que sería largo, pero que era fundamental para el progreso de
nuestro país. Lo dejé todo por el país que amo, por su futuro. Un país que
ahora me paga con ingrata moneda.
El
viaje por Rusia fue toda una odisea. Un país retrasado, con un nivel de vida
bajísimo. Se suponía que la zona más desarrollada sería la más occidental,
aunque la parte oriental de este inmenso país era una especie de pesadilla para
los sentidos y un auténtico infierno para la vida de las personas que
sobrevivían allí. Aprendí mucho, pero quedé con una terrible desazón al
comprobar la miseria que asolaba el país. Incluso la hermosa capital de los
zares, San Petesburgo, era un nido de desesperación en cuanto te alejabas de los
palacios de la opulenta nobleza. Más de año y medio me costó atravesar Rusia y
cumplir mi misión.
No
había mucho más que aprender e inicié mi segunda fase del viaje. Atravesé
Alemania y me impresionó el enorme contraste. Gente ordenada, trabajadora,
desarrollada. Orgullosa. Llegué a Francia, lugar que ya conocía de ni época de estudiante.
No permanecí mucho tiempo, pues mi misión se prolongaba en demasía y aún debía
recorrer la segunda mitad del mundo.
Gran
Bretaña era mi principal destino en Europa. Cuna de la industrialización y del
ferrocarril. Un inmenso imperio colonial que controlaba con su inmensa flota.
Su orografía era más accidentada y tal vez la observación del trabajo de sus
ingenieros podría aportar más luz a mis pesquisas. Durante seis meses recorrí
palmo a palmo su enorme red de ferrocarril.
Todo
el tiempo que permanecí en territorio británico, una noticia se repetía una y
otra vez. La ingeniería naval, el progreso y el lujo estaban siendo convertidos
en barco. En los astilleros de Liverpool ultimaban el mayor transatlántico
jamás antes construido. El Insumergible le llamaba la prensa, aunque su
verdadero nombre fuera Titánic. El viaje inaugural estaba previsto para abril
de aquel mismo año. Yo calculaba que para la fecha prevista de partida ya
habría finalizado mi observación sobre el terreno en el Reino Unido, por eso
mismo utilicé los contactos de los que disponía. Tenía que subirme a ese barco
fuese como fuese Por varias razones era una oportunidad que no debía dejar
pasar. En primer lugar para observar y anotar todos aquellos aspectos técnicos
que pudiera recabar sobre su funcionamiento y diseño. Sólo desde dentro podría
conseguir ver con mis propios ojos la mayor cantidad posible de cosas. En segundo
lugar, el destino del Titánic coincidía con la siguiente etapa de mi viaje:
América. Y en tercer lugar, un nutrid grupo de los ricos y poderosos miembros de
la sociedad británica y norteamericana viajarían en aquel primer trayecto. Dueños
de empresas relacionados con las grandes compañías comerciales; industriales;
magnates de las minas y de la industria siderometalúrgica… Una oportunidad
inmejorable para establecer provechosos contactos. Y además estarían relajados,
en un crucero de lujo, sin ningún otro lugar a donde ir. Iniciarían sosegadas
conversaciones de temática variada pero sobretodo, hablarían de futuros negocios.
Era allí donde no podía dejar de estar. Cualquier contacto o negocio establecido
a bordo sería un espaldarazo a mi carrera profesional al regresar a mi país.
Finalmente
conseguí un pasaje. Mi disgusto fue mayúsculo cuando me comunicaron que no era
posible que viajara en primera clase por no ser ciudadano británico o
estadounidense. Daba igual la cantidad de dinero que ofrecieras por el pasaje.
Fue un no rotundo. Alegaban que era por cuestiones de ocupación máxima. Todos
los extranjeros sabíamos que era incierto. Pero no dejé que aquel feo detalle
estropeara mis planes. Ya encontraría la forma para acercarme a ellos.
Días
antes de la partida, el Titánic llegó desde Liverpool hasta Southampton. No
hubo nadie en Londres que no se desplazara al puerto para observar aquella inmensa
mole de acero, el nuevo prodigio de la navegación, un coloso que atravesaría el
océano más rápido que ninguna otra embarcación antes construida. La prensa, en
los días previos a la partida, publicaba artículos ensalzando el coraje con el
que el hombre moderno iba a desafiar al mar. A fuerza de repetir que aquel
buque era insumergible, la gente asimiló el hecho. En las entrevistas hechas al
capitán, al armador y al ingeniero jefe, todos afirmaban que el Titánic sería
capaz de llegar a Estados Unidos en tiempo record.
En
este ambiente de euforia, el Titanic zarpó el 10 de abril de 1910. Aquella
mañana mi destino cambiaría para siempre.
Durante
cuatro días la navegación fue placentera y transcurrió sin ningún problema. El
barco era sólido, estable y se notaba que cada vez iba más rápido. Pasada la impresión
inicial recordé por qué estaba allí y tracé un sencillo plan de trabajo para
esos días a bordo. Por las mañanas me dedicaba a pasear por la cubiert de
segunda clase arriba y abajo, estableciendo la mayor cantidad de conversaciones
posibles. A pear de intentarlo sin éxito en varias ocasiones, el tercer día de
navegación aproveché un despiste del vigilante de los accesos para colarme en
la cubierta de primera clase. Para mi desgracia mis ojos rasgados me delataban
y no tardaron mucho en darse cuenta de mi presencia. Fingí que me había
despistado y me devolvieron sin más a segunda clase, el lugar asignado a los
extranjeros como me espetaron con desprecio los miembros de la tripulación. Me
molestaba sobremanera esa actitud discriminatoria de los británicos.
Todos
los días a la caída del sol, soplaba un viento helado que hacía caer en picado
las temperaturas, no en vano navegábamos muy al norte para ganar tiempo y
aprovechar las corrientes marinas. La gente se retiraba a los camarotes y se
acicalaban con sus mejores galas para la cena. La marinería cambiaba de turno y
se producía un pequeño relajamiento de la vigilancia en ese momento. Una tarde
conseguí llegar hasta la sala de máquinas. Me encontré un mono de los que
gastaban los carboneros y no desaproveché la ocasión de hacerme pasar por uno
de ellos y poder profundizar más en los secretos ocultos de aquella mole
marina. Embadurné mi cara con hollín para disimular mis rasgos y así camuflado
pude descubrir sin levantar sospechas un espectáculo que me maravilló. Aquellos
motores eran impresionantes logros de la mecánica que iban a revolucionar la
navegación en el futuro. Infinidad de calderas, toneladas de carbón,
generadores eléctricos… Para no perder ningún detalle hube de repetir visita y
táctica en varias ocasiones más. A escondidas realicé bocetos y dibujos que me
serían muy útiles al regresar al Japón.
Durante
la cena seguía estableciendo contactos con los pasajeros de segunda clase, aunque
por la noche se resistían a hablar de negocios y preferían temas más triviales.
La mayor parte de las conversaciones, evidentemente, ensalzaban las maravillas
del Titánic.
La
noche del 14 de abril después de cenar me retiré al camarote para anotar mis
reflexiones como acostumbraba, tratando de no olvidar ningún detalle. De pronto
noté una sorda vibración y un ligero estremecimiento. No le di mucha importancia
hasta que percibí como las máquinas se paraban. Entonces me preocupé. Algo
importante debía suceder para aminorar la marcha de tal manera. Pocos minutos
después llamaron a mi puerta. Un miembro de la tripulación me pedía amablemente
que, por precaución, me pusiera el chaleco salvavidas. Aquel aviso, lejos de
tranquilizar al pasaje, desató el nerviosismo. Además la gente empezó a
percibir con estupor como el barco estaba inclinándose ligeramente hacia proa.
Cogí
mi abrigo y me dispuse a salir a cubierta. Pero las verjas de acceso estaban
cerradas y la tripulación impedía de malas maneras el paso. El pánico crecía al
mismo tiempo que la inclinación del barco se acentuaba. Cada ruido, cada
crujido del casco acrecentaba nuestro nerviosismo y aumentaba la desesperación
de nuestras reacciones que pasaron a ser violentas. Finalmente, junto a otros
muchos, forzamos la verja y alcanzamos la cubierta exterior.
En
ese momento fui consciente de lo que pasaba. La proa apenas podía verse. Estaba
siendo lentamente tragada por el mar. Busqué un bote salvavidas por puro
instinto. La confusión reinaba por doquier. Recuerdo la incredulidad que me
produjo oír aún la música de la orquesta sonar en medio de aquel caos. El bote
número diez, al que yo me acerqué, empezaba a ser ocupado. Pero por alguna
extraña razón, la gente se resistía a subirse a él. El sobrecargo que trataba
de dirigir el embarque, anunciaba voz en grito el consabido:
-
Las mujeres y los niños primero.
Pero ni las mujeres ni los niños querían abandonar
a sus padres y esposos:
-
¡El Titánic es insumergible!
-
¡Aguantará!
-
Mejor permanecer a bordo que aventurarse en el océano en
un bote salvavidas.
Empujado
por mi instinto me fui acercando al bote mientras seguían habiendo plazas
disponibles que nadie ocupaba. Pensé que moría y no quería hacer nada inmoral
ni deshonroso. Sólo pensaba en sobrevivir. Entonces el sobrecargo se volvió
hacia mí y me ofreció saltar al bote. Me dijo que necesitaba otro hombre para
remar. La situación se agravaba y empezaban a descolgarlo hacia el mar. Era ese
momento o nunca. Giré la cabeza y no había nadie detrás de mí. No lo pensé más.
Salté y agarré un remo.
Tocamos
agua y empezamos a alejarnos del barco. La proa ya no se distinguía, la
inclinación era enorme. Mientras remaba conté el número de ocupantes. El bote estaba
a medio vacío. Éramos treinta y cinco. No podía creer que la gente hubiera
preferido quedarse a bordo, pero así había sido. Habían elegido la supuesta
seguridad del Insumergible.
El
pánico se desató definitivamente cuando las luces empezaron a fallar. Vimos
como la gente se tiraba al agua producto de la desesperación. El que dirigía el
timón del bote exigía que remáramos más fuerte para evitar que la gente que
nadaba por doquier abordara el bote y nos hundiera por sobrepeso. Y había que
alejarse para evitar ser tragados por la inducción del barco. Pero yo remaba de
cara al Titanic y mientras nos alejábamos fui testigo de aquella tragedia.
Una
de las chimeneas se partió, la popa comenzó a levantarse dejando a la vista las
tres enormes hélices propulsoras y entonces, con un enorme ruido, el Titánic se
quebró por la mitad, cayendo la popa de nuevo y aplastando a la gente que
trataba de alejarse nadando. Luego volvió a inclinarse en vertical y fue
engullido por el mar a gran velocidad, hasta desaparecer por completo. El sobrecargo sacó su reloj, lo observó a la
tenue luz de la bengala que sostenía a modo de baliza y sentenció a modo de
epitafio que eran las dos y veinte de la madrugada del 15 de abril de 1912.
Estábamos
bloqueados, escuchando en la oscuridad los gritos de la gente que poco a poco
desaparecieron, dejando paso a un lúgubre silencio que nadie se atrevía a
interrumpir.
Apenas
unos minutos después vislumbramos entre la oscuridad lo que parecían las luces
de un barco que se aproximaba. Tras marcar nuestra posición con las bengalas
que nos quedaban fuimos rescatados. Incrédulos, los tripulantes del Carpathia,
que así se llamaba aquel buque, nos preguntaban por lo sucedido. Pero casi
nadie podía hablar debido al trauma vivido hacía menos de dos horas. Casi todos
desconocíamos los verdaderos motivos por los cuales se había desencadenado
aquel terrible naufragio.
Estuve
mucho tiempo en estado de shock. Decidí comenzar a escribir a mi esposa desde
la cubierta del Carpathia mientras nos acercaba a Nueva York para contarle lo
ocurrido y decirle que estaba vivo. Atravesé Estados Unidos olvidando por
completo mi misión, con la idea clara de volver a casa y abrazar a mi familia.
Me costó mucho embarcarme de nuevo, esta vez para atravesar el Pacífico. Pero
las ganas de volver a casa y olvidar me dieron fuerzas.
Pero
los datos del naufragio precedieron mi regreso al Japón. El balance final de
víctimas estaba claro, no así las circunstancias del naufragio. Se decía que el
Titánic había chocado contra un iceberg, pero poco más se sabía. De dos mil
doscientas personas embarcadas, solamente alrededor de setecientas fueron
rescatadas. Más de mil quinientos desaparecidos. Al llegar se desató la
tormenta a mi alrededor mientras yo me refugiaba en casa, de dónde aún
prácticamente no he salido.
Ahora
mi conciencia está tranquila. Disfrutaré del placer de la vida en los años que
me queden. La segunda oportunidad que me brindó el destino está por encima de
cualquier juicio al que me sometan los hombres. Viviré acompañado de los míos,
en mi casa, en el país al que entregué mi esfuerzo y dedicación.
La
mayor parte de mi familia me repudia, pero no me quitaré la vida. No tengo
culpa de nada. He llegado al final de la prueba a la que me vi sometido. Pongo
fin a mi sufrimiento. Hoy empieza el resto de mi vida. El juicio ha terminado.
Soy
Masabumi Hosono, el único japonés que viajó en el Titánic y sobrevivió.
EL TRIUNFO DEL INFAME MONADIO por Txema Gil
9 de octubre de 1909. 12:30
horas.
Sala de vistas
de la prisión celular de Barcelona.
—En el alegato final, el
ministerio Fiscal tiene la palabra. Cuando quiera Sr. Ugarte.
—Con la
venia Señoría. Después de ochenta testimonios, aportados a lo
largo de este proceso, ha quedado suficientemente demostrado que el
acusado, aquí presente, es culpable de los delitos que se le
imputan. Estos son: delito de rebelión y alzamiento público de
abierta hostilidad, tipificado en el artículo doscientos cuarenta y
tres del código penal ordinario y el delito de rebelión militar,
tipificado en el artículo doscientos treinta y siete del código de
justicia militar. Todos ellos acaecidos en la semana del veintiséis
de julio al dos de agosto de mil novecientos nueve, aquí, en la
ciudad de Barcelona.
La prueba
documental aportada, obtenida en el registro exhaustivo de la casa
del acusado, refuerza el hecho de que, no solo incitó la rebelión
explícitamente, sino que, además, la lideró, siendo autor material
del incendio del convento y las iglesias de Premià.
Es necesario,
llegados a este punto, incidir, por si hubiera la más mínima duda
de su naturaleza subversiva, en el historial del acusado, un ácrata,
anticlerical y ateo declarado, como bien demuestran sus escritos y
sus obras, republicano extremista, incitador de revoluciones contra
el poder establecido, cómplice del intento de regicidio —como bien
recordara el jurado, Mateo Morral, uno de sus más estrechos
colaboradores, fue el autor material del fallido atentado contra Su
Alteza Real Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia el día de su
boda en las calles de Madrid— y por el que estuvo encausado por su
más que probable implicación.
No creo menester señores del
jurado, por no aburrirles más y extender innecesariamente el juicio,
repetir aquí ante ustedes más motivos, razones, pruebas y
testimonios que demuestren que el acusado es culpable de los delitos
que se le imputan y que han quedado reflejados en este alegato final.
Como
representante del ministerio fiscal y en nombre del Estado, pido una
sentencia firme, ejemplar y ejemplarizante. En base al apartado uno
artículo doscientos treinta y ocho del Código de justicia militar,
solicitamos la pena de muerte.
Eso es todo señoría.
—Muchas gracias, señor fiscal.
Tiene la palabra el abogado de la defensa. Sea breve Capitán
Galcerán, estamos aquí desde las ocho de la mañana y es ya casi la
una de la tarde y tenemos que hacer un receso para el almuerzo y la
posterior deliberación.
—Con la venía señoría.
Antes de nada,
me gustaría hacer constar el trato vejatorio al que ha sido sometido
mi defendido al que se le ha negado el derecho a vestir
correctamente, arrebatándole sus ropas y que ha venido ante el
tribunal con un indigno sayal, más propio de los tiempos de los
autos de fe incoados por los tribunales de la Santa Inquisición.
¿Qué será lo siguiente? ¿Un sambenito? ¿Un capirote?
—¡Modérese
abogado! ¡No toleraremos estos desacatos ante este tribunal!
—Está bien,
seré menos sardónico. Me gustaría denunciar la gran cantidad de
arbitrariedades e irregularidades que se han cometido y se siguen
cometiendo en este juicio al que está siendo sometido mi defendido.
En primer lugar deben ser conscientes de que no se me ha permitido
acceder a los más de mil doscientos folios del sumario instruido
hasta ayer por la mañana, escasas veinticuatro horas antes de la
realización de esta vista oral. Mi defendido no tuvo abogado
asignado durante la elaboración del sumario que encargó su señoría
D. Vicente Llivina hace apenas un mes. Estas flagrantes
irregularidades, que han impedido el correcto ejercicio de mi
defensa, deben tenerlas en consideración los miembros del jurado
Tampoco
podemos entender cómo es posible que, si mi defendido fue detenido
el pasado treinta y uno de agosto, en base a un auto procesal del
juez de Mataró, imputado por un delito de proposición de rebelión,
nos veamos ahora aquí, ante un tribunal militar, afrontando otras
acusaciones. No reconocemos este tribunal como el adecuado para
juzgar los hechos que se le imputaron en su día y por los que fue
detenido. Debería ser juzgado por un tribunal civil. Según está
tipificado, solo en el caso de ser hallado culpable, le
correspondería una pena de prisión correccional y el pago de dos
mil pesetas de multa por los costes del proceso. En ningún caso la
pena de muerte.
Dejando
a un lado las arbitrariedades arriba mencionadas, debo alzar una
queja firme ante este tribunal debido a que han impedido el ejercicio
de la defensa al prohibir a los testigos de descargo que proponía la
defensa comparecer y declarar en este sala. Deberían saber que le
gobierno ha desterrado a Alcañiz y posteriormente a Teruel, a todos
los familiares y amigos de mi defendido, impidiendo su comparecencia
pública, impidiendo una declaración en la cual podrían haber
testificado sobre los hábitos, costumbres y últimos desplazamientos
de mi defendido. Y todo diciendo que ya estabamos fuera de plazo.
¿Cómo voy a cumplir ese plazo si hace poco más de veinticuatro
horas que me designaron este caso y he tenido que hacer frente al
voluminosa documentación sumarial? Otra flagrante irregularidad.
En
otro orden de cosas, no logro todavía entender cómo la prensa ha
tenido acceso a la documentación propia de este sumario que ha
salido publicada en estos últimos días. Se ha iniciado una agresiva
campaña mediática contra mi defendido, combinando documentación
que está presente en el sumario, con invenciones y mentiras,
acusaciones de todo tipo y naturaleza, sin fundamento ninguno, que ha
llevado a la opinión pública, sobre todo a la que vive fuera de
esta ciudad, a juzgar y condenar sin pruebas, a un linchamiento total
que no es de recibo. Los artículos publicados en los último días
por los diarios integristas y conservadores como La Vanguardia o El
Correo Catalán por poner solo dos ejemplos, y que aporto como
prueba documental en este momento -aquí tienen una copia-, son
absolutamente intolerables y al que ha contribuido alguien ¿Cuál es
el origen de esas filtraciones? ¿Quién es el responsable? ¿Cómo
es posible que la prensa haya accedido al sumario mucho antes que el
propio abogado defensor?¿Qué pantomima es esta?
—Capitán
Galcerán, no toleraré más insinuaciones de negligencias vertidas
sobre este tribunal ni más salidas de tono. La próxima vez le
retiraré la palabra. ¡Vaya usted finalizando!
—Está
bien. Volvamos sobre lo que hemos podido ver y escuchar a lo largo de
la mañana en esta vista. De los más de ochenta testigos que ha
aportado el ministerio fiscal ni uno solo de ellos, repito... ¡Ni
uno solo!... Ha sido testigo directo de los hechos de los que se le
acusan al imputado. Todo han sido testimonios indirectos de gente que
dice que le han dicho haber visto a mi defendido haciendo tal o cual
barbaridad. Incluso por parte de las autoridades se ha hecho un
llamamiento público a la población para que aportaran testimonios
acusadores. ¡Habrase visto tamaña insensatez! ¿Es el gobierno
causa y parte del litigio? ¿No debería garantizar los valores
constitucionales de presunción de inocencia?¿En que clase de
sistema liberal vivimos?
Todos y cada uno de los testimonios que
acusan no han sido capaces de declarar bajo juramento y ante este
tribunal que han visto con sus propios ojos los hechos. Nadie ha
declarado ver a mi defendido ser el autor material de la quema del
convento de Premiá. ¡Ninguna iglesia de Premià ha sido incendiada!
¡Nadie ha visto ningún incendio en el convento! ¡Ningún testigo
lo ha dicho explícitamente! Y si me hubieran dejado, habría
presentado testigos que demuestran lo que estoy diciendo.
—Señor
abogado. Si sigue usted por ese camino tendrá que hacer frente a la
acusación de desacato a este tribunal. No lo digo más.
—Quiero
contestar a la siguiente acusación, la de instigar y liderar la
rebelión en la trágica semana de este mismo verano que todos
pudimos vivir en Barcelona y sus alrededores, de tan ingrato
recuerdo. Está demostrado que mi defendido no estuvo presente en
Barcelona en los días comprendidos entre el veintiséis de julio y
el dos de agosto, periodo de tiempo en el cual, varios testigos
presenciales indican que estuvo permanentemente en su casa de
Montgat. ¿Cómo pudo coordinar y liderar la rebelión si no estuvo
presente?¿Cómo pudo incendiar un convento y varias iglesias si no
salió de su casa?¿Tiene el don de la ubicuidad mi defendido?
Todo
esto me lleva a la siguiente conclusión: aquí no se está juzgando
un hecho material en sí. Ese hecho es únicamente una excusa. Aquí
se está buscando un cabeza de turco, un chivo expiatorio al que
cargarle la culpa y la responsabilidad de los hechos de la semana
trágica antes indicada. Así el gobierno demostrará eficacia y
contundencia. Se busca una condena ejemplar aunque para ello, se sea
arbitrario y se atente contra la esencia de la justicia.
El sumario habla durante
novecientos veintisiete folios, de los casi mil doscientos de los que
se compone, de cuestiones generales no relacionadas con los delitos
que se le imputan. Incluyen hechos y pruebas de veinte años atrás,
con un objetivo claramente subversivo, tratando de crear una opinión
previa de mi defendido. Sólo al final se habla claramente de las
acusaciones. En mi dilatada experiencia, jamás había visto un
sumario tan insensato, tan poco fundamentado jurídicamente y tan
irregular como este.
Pero
vayamos al kit de la cuestión para tratar de concluir, si es que aún
no han quedada claro la cantidad de arbitrariedades cometidas en este
proceso. Me gustaría preguntarme... ¿a quién beneficia esta
sentencia de pena capital? ¿A quién beneficia la desaparición de
mi defendido? ¿Quiénes son los verdaderos enemigos, presentes en
espíritu pero no físicamente?
Son
tres los verdaderos beneficiados en el hipotético caso de la
desaparición del acusado: en primer lugar, el poder ejecutivo, o
mejor dicho en este caso, ejecutor. El gobierno que preside Don
Antonio Maura, que busca un culpable, una cabeza que mostrar ante la
opinión pública que justifique su labor al frente del ejecutivo. Y
le da lo mismo si para ello tiene que pisotear la justicia. Mata dos
pájaros de un tiro: por un lado tiene un culpable y por otro,
elimina un peligroso rival político que ¡oh pecado mortal! piensa
de forma diferente.
En
segundo lugar la monarquía que sustenta al gobierno. Su majestad el
rey Alfonso XIII guarda un rencor atroz al acusado. No olvida el
intento de regicidio, como antes a recordado el ministerio fiscal,
perpetrado por uno de sus colaboradores y quiere venganza. Pero ambas
instituciones, gobierno y monarquía obvian la mano de la justicia
que en su momento acometió el juicio contra mi defendido y por el
que fue absuelto por falta de pruebas que lo incriminaran. Repito...
¡fue absuelto! Su majestad pretende eliminar un republicano
convencido y activo, que defiende legalmente, así lo permite la
constitución cuando habla de libertad de expresión, la opción de
la república como forma de gobierno. ¡La ley le ampara!¡La
libertad de expresión es para todos, nos guste o no lo que digan!
Y
en tercer lugar, la Iglesia Católica. Señores del jurado, somos un
estado confesional. Durante siglos el poder y la influencia del clero
ha sido patente, especialmente en todo lo referente a la educación.
Y mi defendido ha dedicado su vida a la creación de la Escuela
Moderna, una institución que se opone a la enseñanza tradicional,
que ofrece alternativas... ¡y que asusta a Santa Madre Iglesia! En
la Escuela Moderna se enseña en libertad, alejado del autoritarismo.
Es laica. Y la iglesia no va a permitir que los niños, sus futuros
feligreses, crezcan en libertad, alejados de su autoritarismo.
Eliminan con la condena a un ateo confeso que además les hace la
competencia.
En
definitiva, como abogado defensor quiero hacer constar en nombre del
acusado qué no reconocemos este tribunal militar como competente
para este juicio lo que, añadido a las escandalosas condiciones en
las que se ha producido y por todas las razones mencionadas, solicito
la nulidad de este juicio. Las acusaciones que se imputan a mi
defendido no son más que patrañas, la pena capital que se le quiere
imponer demuestra que las mentiras vertidas sobre su honor y sus
actos son solo la punta del iceberg de un objetivo mucho más
profundo y de mayor calado social y político, como he tratado de
demostrar en mi intervención. Me
he encontrado cara a un proceso «terminado», sin que la instrucción
pública, interesada solo por los cargos, haya buscado ni en un solo
momento la verdad.
¡Basta ya de irregularidades! ¡Han vulnerado a conciencia y con
descaro la imparcialidad de la justicia!
—Abogado
de la defensa, sus continuas ofensas y faltas de respeto a la
autoridad de este tribunal militar, que me honra presidir, han
excedido los límites de lo permisivo. A nuestro entender, era
absolutamente innecesario llegar a estos extremos. Deshonra usted con
su comportamiento el uniforme que lleva y tendrá que responder por
ello a la acusación de desacato. ¡Alguacil, detenga al capitán
Francisco Galcerán Ferrer! ¡Llévelo a la prisión militar hasta
que responda ante un tribunal por su insolente comportamiento!
El juicio queda visto para
sentencia. El jurado se retirara a deliberar y comunicara su decisión
en este mismo lugar esta misma tarde. Quedan todas las partes
convocadas. Se levanta la sesión.
Mismo día. 19:15 horas.
Mismo lugar.
—Se levanta la sesión. Buenas
tardes a todos los presentes. Les hemos convocado para la lectura por
parte del jurado del resultado final de este juicio. Señores del
jurado, ¿tienen ustedes un veredicto?
—Si Señoría.
—Perfecto.
Procedamos entonces. Por el delito de rebelión y alzamiento público
de abierta hostilidad tipificado en el Código Penal Ordinario,
declaran ustedes al acusado…
—Culpable.
—Por
el delito de rebelión tipificado en el Código de Justicia Militar,
declaran ustedes al acusado…
—Culpable.
—Por
el delito de destrucción del patrimonio cultural y religioso de la
villa de Premià, vandalismo e incitación a la violencia, tipificado
en el Código Penal Ordinario, declaran ustedes al acusado…
—Culpable
también, Señoría.
—Muy
bien. Pues entonces, de acuerdo a la sentencia de culpabilidad de
todos los hechos que se le imputan emitida por parte de este jurado y
por la autoridad que me compete como juez de este tribunal militar
extraordinario, tengo la potestad, según consta en el apartado uno
del artículo doscientos treinta y ocho del Código de Justicia
Militar, para condenar al acusado a la incautación de todos sus
bienes, con los que se pagarán los gastos propios de esta causa y
los daños y perjuicios ocasionados durante la rebelión, y a la pena
capital.
Se
establece un periodo de cuatro días, hasta la reunión del próximo
Consejo de Ministros del próximo día doce del presente mes de
octubre, para que la defensa pueda solicitar o apelar en última
instancia, si así lo creyera conveniente. Pasado dicho plazo, si no
hay novedad, se procederá a la ejecución de la sentencia por los
procedimientos habituales según nuestras leyes castrenses. Se
levanta la sesión.
12 de octubre de 1909. 18 horas.
Celda G45 de la prisión celular
de Barcelona.
—¡Hija!¡Qué alegría
verte!¡Abrázame!
—¡Padre!
—Creí
que no te dejarían regresar desde Teruel ¿Cómo andan tus
hermanas?¿Y os demás?
—Muy
bien Padre, no nos han hecho nada. Nos han permitido volver y estamos
alojados en casa de unos amigos, pues nos han confiscado de manera
inmediata la masía de Montgat y todas nuestras posesiones en
Barcelona. No nos queda nada.
—Tranquila Sol, hija. Al final
la justicia prevalecerá. Soy inocente. Esta causa no es más que un
ajuste de cuentas político. Cómo bodevil ha estado muy bien, pero
no se atreverán a ejecutar la sentencia. ¿Hay alguna noticia desde
Madrid?
—Hemos
hecho las peticiones de indulto tanto al gobierno de Maura, pero tras
la reunión de hoy del Consejo de Ministros, no lo han concedido…
—No llores hija…
—Sólo
nos queda la posibilidad del indulto real. He escrito personalmente
una carta a Alfonso XIII solicitando la anulación de la sentencia.
Aún no se ha pronunciado. También hemos tenido noticia de la
llegada de escritos desde todas partes de Europa. Han enviado una
carta de solicitud de anulación al gobierno donde figuran las firmas
de Shaw, H.G. Wells, Conan Doyle e incluso el mismísimo Kropotkin.
Se están movilizando en París, Londres, Bruselas… Europa entera
es un clamor. No se atreverán.
—¿La prensa sigue vertiendo
falsedades sobre mi?
—Los diarios de siempre se han
cebado con todos nosotros. Han recordado lo peor de tu pasado, se han
mofado de ti por el incidente con Madre. Dicen que fue una lástima
que no acertara en ninguno de los tiros que te disparó cuando el
juicio por nuestra custodia. Han recordado hasta la saciedad el
asunto del atentado de Morral contra el rey, afirmando que fuiste tú
el inductor. Han criticado a todos tus contactos y están sometiendo
al escarnio público a todos aquellos que han intentado defenderte en
España. Pérez Galdós publicó un artículo en el que denunciaba el
proceso, pero el Gobierno ha impedido la salida a la calle de las
ediciones de los diarios no afines. Están ejerciendo la censura
incluso en las comunicaciones telegráficas. Intentan que nadie se
entere de lo que ha pasado aquí, pero no lo conseguirán.
—Era
de esperar. No cejarán en su empeño de quitarme del medio. ¿Y el
capitán Galcerán? ¡Qué gran valor el suyo! Es un hombre
admirable. Sacrificó su carrera en aras de la justicia. No se lo
perdonarán, aunque espero que así sea.
—Sigue detenido a la espera del
juicio por desacato. Esperemos que impere la cordura. Hizo lo que
debía.
—No le abandonéis.
—No lo haremos Padre.
—Pues si no hay indulto del
gobierno, la causa está perdida. Soy hombre muerto.
—¡No Padre! ¡No digas eso!
—Por
favor hija, no viertas más lágrimas por mí. He vivido una vida
intensa y si este es mi final, que así sea. He viajado por el mundo
y he visto cosas maravillosas, os he tenido a ti y a tus hermanas, he
luchado por los ideales en los que creía sin descanso, he hecho
realidad mi sueño de una escuela moderna y libre… La mía ha sido
una vida plena. Elegí intentar cambiar el mundo pero me hice muchos
enemigos y muy poderosos: el Rey, la Iglesia, el Estado… Son
demasiados.
—Has
hecho felices a más de cien niños en la Escuela con tus enseñanzas.
Eso tiene un valor inmenso. Muchos critican con las palabras pero no
con los hechos. Tú lo haces de ambas formas. Eres un ejemplo a
seguir. No dejaremos morir la idea de un mundo más justo donde
impere el libre pensamiento, como tantas veces no has enseñado.
—¿Recuerdas
Las
aventuras de Nono,
el primer libro que imprimimos en la imprenta de la Escuela? Aún
eras una niña, pero recuerdo que a ti y a todos os gustaba muchísimo
la historia del país de Autonomía en su lucha contra el reino
autoritario de Argirogracia, liderado por el pérfido Monadio. Allí
se explotaba a la gente, existía la servidumbre y se perseguía a
los que buscaban la felicidad en el libre pensamiento. No dejéis que
al final persistan los horrores de la sinrazón. Puedo perder la
batalla contra el infame Monadio, pero no dejéis de luchar. La
victoria final será nuestra mientras no consigan controlar nuestras
mentes. Y eso jamás sucederá.
—El tiempo de la visita ha
terminado. Por favor señorita, debe poner fin a la visita.
—Seguiremos luchando Padre, no
cejaremos en el empeño.
—Un
último favor hija. Solicita que me den material para escribir. Me
gustaría hacer testamento por si llegado el caso, restituyen mis
bienes como es de ley. La esperanza para mí está perdida, pero
vosotros aún podréis seguir luchando por lo que es en justicia
vuestro.
—¡Abrázame
Padre!¡Nos volveremos a ver!¡No permitiremos esta injusticia!
—Cuida de tus hermanas y
despídeme de todos. Os quiero y os agradezco todo lo que hacéis por
mi y todo lo que me habéis dado. Adiós hija.
13 de octubre de 1909. Entre las
8 y las 9 horas de la mañana.
Ciudad de Barcelona.
Una
ruidosa tartana con ruedas espera con el motor encendido en la puerta
de la prisión celular, la que ya todos llaman la Cárcel Modelo. Es
una típica mañana otoñal en Barcelona, fresca y gris. La humedad
imperante anuncia una más que probable lluvia torrencial, a poco que
gire el aire que está empezando a soplar procedente del
Mediterráneo.
La puerta se abre y los guardias
civiles llevan entre sus manos a un hombre abatido, vestido con un
mísero sayal. En su cara se refleja el estupor, pero hay cierta
firmeza en su mirada que no le hace perder ni un ápice de su
dignidad.
El vehículo atraviesa las calles
de la ciudad donde la vida despierta con celeridad acompañando a la
triste luz del amanecer que se filtra entre los feos nubarrones.
Llega a Montjuïc y empieza una lenta subida hacia la prisión
militar que está en lo alto de la montaña. No hay palabras. Todos
saben lo que va a pasar.
A su llegada a la prisión, un
pelotón debidamente uniformado y armado conduce a la triste comitiva
hasta el foso de Santa Amalia. El mando militar que les dirige coloca
al reo en el muro y le intenta colocar la venda reglamentaria en los
ojos.
El condenado renuncia a la venda.
Quiere mirar de frente a la muerte.
—Según orden del tribunal
militar que le ha condenado —lee el jefe del pelotón de
fusilamiento— y tras no haber recibido el indulto por parte del
Gobierno ni de su Majestad el rey Alfonso XIII, una vez cumplido el
plazo indicado, vamos a podrecer al cumplimiento de la pena capital
por fusilamiento. Pelotón… ¡Atención!
—Soldados,
¡vosotros no tenéis la culpa! ¡Apuntad bien!
—¡Carguen!
—¡Viva la Escuela Moderna!
—¡Apunten!
—¡Muero inocente y feliz de…!
—¡Fuego!
Una
bala se incrusta en el cuello y tres más en el cráneo. El hombre ya
es cadáver antes de chocar grotescamente contra el paredón y caer
al suelo fulminado. El pelotón de fusilamiento ha cumplido el último
deseo del ejecutado. El hombre que se encomendó a la defensa de la
razón frente al autoritarismo, que no creía en el castigo como
método educativo, ha sido víctima de uno de ellos y ya es historia.
Su nombre desatará protestas y movilizaciones en los días
siguientes por toda Europa. Caerá el gobierno de Maura, se
tambalearán los cimientos del sistema…
Pero
eso, Francesc
Ferrer i Guàrdia,
un profesor autodidacta que ha querido revolucionar la educación
arrancándola de las garras de la Iglesia, un republicano que ha
evolucionado hacia el anarquismo, un ateo que no cree en la vida más
allá de la muerte… ¡Jamás lo sabrá!
La injusticia ha prevalecido en
la España del siglo XX. Se ha consumado el triunfo del infame
Monadio.
LA TRAICIÓN DE VALENCIA por Txema Gil.
 |
València al s. XV |
Los golpes de martillo sobre los clavos en la madera retumbaban por las estancias de toda la casa. Puertas y ventanas estaban siendo concienzudamente tapadas y reforzadas para tratar de repeler de forma desesperada el ataque que sin duda caería sobre ellos en cualquier momento. La situación había llegado al límite, no cabía la menor duda y todo el mundo estaba convencido de que el gobernador Cabanilles y el Marqués de Zenete no soportarían más la tensión y harían valer su fuerza en cualquier momento.
Muchos eran los que colaboraban en estos trabajos a pesar de lo avanzado de la jornada y la poca luz que quedaba. Algunas mujeres se afanaban en encender velas y lámparas de aceite, otras cocinaban algún guiso y otras consolaban a los niños tratando de que no se contagiaran del nerviosismo y la incertidumbre que reinaba en toda la casa, mientras los hombres se dedicaban a hacer acopio de piedras, picas, enseres puntiagudos y cualquier otra cosa que sirviera como arma arrojadiza o defensiva frente a lo inminente. Empezaba a apretar el frío en aquella tarde noche del dos de marzo de 1522 y es que el invierno en Valencia aunque suave por el día como preludio de la primavera, era frío y húmedo al caer la noche.

Vicent iba de un lado a otro: hablaba con los hombres, arrimaba el hombro cuando había que cargar algún mueble o tablones, estiraba hasta desollarse las manos de la improvisada polea que habían colocado en la azotea para subir piedras que después poder arrojar, hacía carantoñas a los niños cuando se cruzaba con ellos… Disipaba sus fantasmas y sus miedos mostrando una amplia sonrisa y un ánimo envidiable, tratando de mostrar confianza a pesar de que todos sabían que su situación empezaba a ser desesperada.
Bajó para tratar de animar a sus vecinos de la Calle Virgen de Gracia que imitaban los trabajos de su casa. Al fin y al cabo todos eran parte del gremio y el ataque, en caso de llegar, también sería contra ellos. Todos los menestrales de la ciudad es decir, los artesanos urbanos agrupados en gremios y que sobrevivían con el trabajo de sus manos en oficios tan diversos como los cordeleros, pelaires, tejedores, terciopeleros y muchos otros más, habían recibido a Vicent Peris, Capitàn General de las tropas Agermanadas, como un héroe hacía unos días cuando regresó desde Xátiva a Valencia para resarcir su honra y tratar de resucitar en la ciudad cabeza del Reino la traicionada Germania. Su entrada por las Torres de Serranos en loor de multitudes le hizo albergar la esperanza de que aquello pudiera hacerse de nuevo realidad. El pueblo no le abandonaría y juntos todos los menestrales recuperarían el control municipal plantándole cara al inepto gobernador y al bastardo traidor del Marqués D. Rodrigo, hermano del Virrey Don Diego Hurtado de Mendoza. Días antes, los tres juntos habían instruido un proceso criminal en la Real Audiencia contra Vicent Peris, declarándole traidor y confiscando todos sus bienes.
Vicent volvió a la ciudad para ponerse en manos del pueblo. Si lo tenían que procesar que lo procesasen y si lo tenían que descuartizar, que así lo hiciesen, pero él siempre había servido con absoluta lealtad al pueblo de Valencia y a ellos se debía. Pero en contra de lo que le hubiera gustado al gobernador Cabanilles, que trató infructuosamente de detenerlo con una partida de sus hombres antes de que llegara a Valencia en una escaramuza en la torre de Silla, pudo esquivar al gobernador con la ayuda de unos refuerzos venidos desde Alzira, llegando sano y salvo a la ciudad de Valencia.
 |
El marqués de Zenete |
Rodeado de los suyos, el gobernador hubo de consultar al gobierno municipal que se mostró partidario del perdón para Vicent, un indulto que evitaría tumultos y conflictos mucho más serios. Aunque en realidad era una estrategia para ganar tiempo, reunirse con el Marqués de Zenete y los agentes del Virrey en la ciudad y urdir un nuevo plan para acabar con su ascendencia entre los menestrales.
Peris fue perdonado oficialmente el 27 de febrero de 1522 lavando su honor y el de su familia, que realmente era lo que más le importaba. A ellos era a quien Vicent había venido a proteger después de perseguir el sueño agermanado en sus luchas contra los hombres del Virrey por las tierras del sur de Valencia.
Pero desgraciadamente, en pocos días la situación había cambiado mucho. Aquellos con los que había creado la Germania, o bien habían muerto en el campo de batalla o se habían plegado a las presiones de los ricos maeses de los gremios que veían interrumpidos sus negocios por la guerra. Ahora sólo los suyos, los más allegados del gremio, las viudas y los huérfanos de sus germans muertos en el campo de batalla de Orihuela días atrás defendiendo su sueño, que ya no tenían más esperanza que vencer o morir, se aprestaban a la defensa del seguro ataque del Marqués y sus acólitos a los que llamaban los mascarats. Resistirían y con la ayuda de Dios tal vez vencerían. Aún había esperanza y eso es lo que Vicent proclamaba aquella fría noche, ya cerrada.
-Id a descansar. Atrancad bien las puertas y ventanas. No salgáis hasta el alba. La noche es aliada de los traidores y de esos hay muchos últimamente en esta ciudad. El nuevo día traerá la solución. No lo dudéis. La justicia de Dios está de nuestra parte. Los agermanados de Xátiva y Alzira resisten con nosotros.
Vicent se recogió el último y atrancó también la puerta de su casa. Dentro estaban su mujer Isabel Navarro, sus dos hijos y un buen número de fieles agermanados. Habían establecido turnos de vigilancia en las azoteas y un sistema de alerta mutua en previsión de algún tumulto nocturno o un ataque sorpresa. De los “amigos” del de Zenete se podía esperar cualquier cosa.
 |
Fernando el Católico |
La planta baja de la casa de Vicent Peris era al mismo tiempo tienda y taller de terciopelo, en lengua vernácula llamado vellut, oficio del que era maestro desde su época segorbina y con el que se ganaba la vida. Cuando llegó a Valencia años ha, había un gran número de maestros del gremio de velluters lo que hacía difícil sacar el negocio hacia delante y conseguir buenos precios en los productos manufacturados. Muy poco a poco se hizo un sitio entre los artesanos y en la organización del gremio. Vicent Peris tenía mucha energía que mostraba en cada uno de sus intervenciones en las reuniones comunes. Esto hizo de él un líder que tuvo que animar a los suyos en una de las coyunturas más desfavorables para los valencianos de principio del siglo XV. Las hambrunas eran periódicas en un Reino tradicionalmente deficitario en trigo. El intrusismo extranjero en los mercados internos y sus nefastas consecuencias para la economía local, era facilitado por la monarquía que les permitía negociar de forma desleal con mejores precios en su territorio a cambio de cuantiosos préstamos con los cuales, pagar las campañas militares por el Mediterráneo que tan obsesionado tenía al Rey Fernando el Católico. Y además, la indeseada presencia año tras año de la temida peste, que se propagaba con facilidad en una tierra pantanosa como era la ribera del Turia haciendo auténticos estragos entre los más desfavorecidos.
Junto al taller estaba la cocina y alrededor de la mesa un buen número de fieles maestros de su gremio y de otros gremios menestrales agermanados como él, que creían en la esperanza que prometían sus proclamas. Creían en sus promesas de libertad.
- Los menestrales hemos intentado participar en el gobierno municipal como es justo y de ley. Pero nos lo niegan una y otra vez con la connivencia del Rey –empezó diciendo Vicent a los allí reunidos- Joan Llorenç siempre creyó en que el Rey Carlos legitimaría la Junta de los Trece por las buenas y sería fiel a los fueros y leyes propias de nuestro Reino. Pero no fue así y nos vimos abocados a la guerra. Ahora, cuando la situación se complica, son nuestros propios hermanos los que nos dan la espalda. Germans, no dejad que los traidores a la Germania ganen esta batalla. He vuelto a Valencia para resucitar el espíritu de unidad de los menestrales y recuperar el control de la Junta de los Trece que ha sido copado por los ricos maestros de los colegios de arte Mayor, que han vendido la Germania al marqués de Zenete, al Virrey y a los caballeros. Creen que son como ellos y no es así. Nunca les aceptarán aunque les beneficien en estos duros momentos. Debemos resistir a la presión a la que ahora nos vemos sometidos. Y si lo hacemos, el pueblo que ahora está dubitativo, nos apoyará. Recuperaremos el control de la ciudad. Expulsaremos a los traidores y a su líder el Marqués. Le obligaremos a huir junto con el puerco de su hermano el Virrey y haremos de Valencia una república como las italianas. Si el Rey no nos quiere, nosotros tampoco le queremos a él. Usemos las armas que nos dieron para defendernos de los piratas de la Berbería que atacan impunemente nuestras costas y defendámonos con ellas de la tiranía de los poderosos. Hagamos de Valencia un foco cultural y comercial en el Mediterráneo y olvidemos a un Rey que, de tan poderoso, nos ningunea y nos ignora, negándose a venir en persona a jurar nuestros fueros, leyes y costumbres.
 |
Adriano de Utrech recibe
a los Agermanats |
A pesar de la arenga y del enérgico tono de voz que Vicent trataba de insuflar a su discurso, las dudas emergían a los ojos de los allí congregados, que habían permanecido en silencio. Pero cuando iba a continuar para tratar de sacar a los suyos de las dudas que les embargaban, una voz desde la azotea rompió el silencio.
- Un hombre a caballo está en la entrada de la calle y se dirige hacia aquí.
- ¿Va sólo?
- Sí Vicent. Cuando le hemos parado nos ha dicho que trae un mensaje para ti del Marqués y del Gobernador.
- Dejádle pasar. Veamos que nos tiene que decir.
Peris fue hacia la puerta y esperó a escuchar los cascos del caballo. Cuando se cercioró mirando por la ventana de la identidad del interlocutor que le enviaban comenzó a desatrancar la puerta. El mensajero era Jaume Ballester, del gremio de los calderers, un viejo conocido de la Junta de los Trece con los que se había iniciado esta aventura agermanada. Jaume era moderado en sus planteamientos y siempre trató con sus discursos de evitar a toda costa la guerra, pero no se opuso a la intervención armada cuando la situación se hizo insostenible ante las negativas de legitimar la Germania por parte del rey y la concentración de tropas en el Sur por parte del Virrey que amenazaban Valencia. Era alguien de fiar y además venía sólo. De todos modos el menestral, ahora improvisado centinela a las puertas de la casa de Vicent, se cercioró de que no llevara arma alguna encima. El mismo Peris le recibió en la puerta, le hizo pasar e inmediatamente después la atrancó a sus espaldas. Si tenía alguna mala intención debía saber desde el principio que de allí no saldría con vida en caso de intentar alguna treta.
- Traigo un mensaje para Vicent Peris de parte del Marqués de Zenete y del Gobernador Cabanilles. Un mensaje que quiere evitar conflictos y problemas. Un mensaje de paz.
- Buen emisario han enviado, pues desde siempre Jaume has defendido la paz como única alternativa. Bien yo lo sé. Y aunque nos es muy extraño escuchar que el Marqués quiere hablar de paz cuando nos ha traicionado y no ha dudado en apoyar a los nobles con los que nos hemos tenido que batir en el campo de batalla, seremos corteses contigo y escucharemos su mensaje.
- ¿No sería mejor tratar este asunto en privado? – dijo Jaume bajando el tono de voz.
- Nada he ocultado nunca a mis germans y nada les ocultaré jamás. Di lo que hayas venido a decir.
- Está bien. Si es esa tu voluntad… - Jaume se aclaró brevemente la garganta y comenzó sin más dilación a transmitir su mensaje – Bien sabes que el pasado 27 de febrero quedaste absuelto de los delitos que la ciudad te imputaba como traidor y rebelde. Fueron los Trece los que impusieron su postura a la del gobernador que tenía voluntad de procesarte.
- Podréis llamarme cualquier cosa – interrumpió Vicent, pero jamás he sido traidor al pueblo de Valencia.
 |
Jurats de la ciutat de València |
- Y bien que lo sabemos en la Junta de los Trece y por ese mismo motivo presionamos para conseguir tu absolución como así finalmente fue. Eso Vicent, demuestra que el pueblo de Valencia te quiere y te está agradecido por todo lo que has hecho por él. Pero no nos obligues a ponernos en contra de las autoridades una vez más. Ya hicimos aquello que tú proclamabas frente a las posturas de Joan Llorenç más moderadas y que tú tanto criticabas. Nos enfrentamos con las armas a los poderosos señores para defender nuestros derechos. Pero hemos caído derrotados Vicent y la resistencia a ultranza no traerá otra cosa que el desastre.
- Los germans de Alzira y Xativa aún resisten y nos apoyan a muerte.
- No te equivoques Vicent. Las tropas del Virrey se acercan tras la victoria de los mascarats en Orihuela. No nos quedan hombres que enfrentar a las cada vez más numerosas fuerzas del virrey. Recibe constantes refuerzos de mercenarios castellanos que vienen en busca de dinero fácil en una campaña que ven ganada de todas todas. El contacto con Mallorca y Cataluña está cortado, pues nuestros milicianos del norte también han sido aniquilados. El Rey apoya a los mascarats y sus caballeros tienen recursos económicos para seguir contratando mercenarios. Y además los moriscos vasallos de sus tierras no tienen más remido que luchar en su bando.
- ¡Esos cerdos infieles! Deberíamos haberlos expulsado junto con los judíos hace años. Siempre han apoyado a los piratas moros en sus ataques a nuestras tierras. Ahora también nos traicionan y se vuelven contra nosotros…
- Tú les obligaste a la conversión forzosa en Gandía cuando derrotaste al Virrey en Vernisa. Y ellos no te lo han perdonado. Saben que si la Germania de Vicent Peris triunfa, su situación será muy débil.
- Las tierras del Reino de Valencia serán para los buenos cristianos. Los moros deben ser expulsados definitivamente de las tierras ganadas en buena lid por la fe católica – intervino Bertomeu Martí, líder de los labradores de la huerta de Valencia que con la Germania aspiraban a mejorar sus duras condiciones de vida accediendo a los ricos campos de regadío junto a la Albufera, en propiedad y uso de los caballeros valencianos que se beneficiaban de tan fértiles tierras y para los que trabajaban los moriscos que aún permanecían en el Reino tras la conquista cristiana de Jaume I hacía ya casi 300 años.
- La situación es delicada y no podemos hacer frente a tan poderoso enemigo. Debemos buscar una salida honrosa que evite otro baño de sangre. Ya sabes Vicent – dijo Jaume con un tono de voz conciliador – que siempre he querido evitar que nos matáramos entre nosotros. Por eso he venido hoy aquí voluntariamente, para ofrecerte un acuerdo que evite más muertes y sufrimiento. Sólo te pido que lo escuches y lo sopeses. Es un acuerdo que nos puede devolver la paz.
Vicent, ante tan sensatas palabras, tomó asiento en una silla de paja y madera e invitó con un gesto de la mano a hablar a Jaume Ballester, que breve y claramente pronunció las condiciones del acuerdo que ofrecían los mascarats de la ciudad que lideraba el de Zenete, hermano del Virrey. Se le pedía que no fuera en contra del rey ni de ninguno de sus oficiales en ningún caso. Estos últimos estaban nerviosos con su presencia en la ciudad que, suponían, tenía como objetivo reavivar la Germania y seguir enfrentando a la ciudad contra el representante del Rey. El Marqués había visto con buenos ojos el cierre del proceso iniciado contra él días atrás y pretendía que la absolución se considerase una muestra de su buena voluntad ante la situación. El de Zenete no se mostraba rencoroso por el triste episodio del castillo de Xátiva en el que Vicent le había prendido a traición cuando trataban de negociar un acuerdo ventajoso para ambas partes que pusiera fin al conflicto agermanado. Él ahora le ofrecía una salida ventajosa de la ciudad, con una galera que le esperaba en el Grao dispuesta a zarpar hacia donde él quisiera. Le podían acompañar su familia y sus más fieles sin temer nada en absoluto. Y para demostrar su generosidad, le ofrecía dos mil ducados con los que poder iniciar una nueva vida allá donde tuviera a bien establecerse. Pero todo ello con una única condición, que se presentara al día siguiente ante él y le besara la mano como símbolo de rendición y de obediencia al Rey. Si realmente a Vicent le importaba el pueblo de Valencia a quien siempre había dicho defender, sabía que su sumisión y exilio era lo mejor que ahora mismo a los valencianos les podía suceder. El Marqués no podría garantizar más su seguridad si no aceptaba estas condiciones.
- ¿Qué garantías tengo de que todo eso que se me ofrece es real y no es una artimaña para prenderme?
- El Marqués propone que el encuentro se realice en sagrado, es decir, en la Iglesia de Santo Tomás. Mañana desde el amanecer y hasta la hora del rezo del Angelus, el Marqués y el Gobernador os esperarán allí. Éste es mi mensaje de paz.
Dicho lo cual, Jaume se dio media vuelta y se dirigió a la salida, que fue desatrancada por un oficial del gremio que le franqueó la salida. Antes de cruzar el umbral se giró y con potente voz dijo:
- Vicent, sé razonable y evita un baño de sangre. Los menestrales estamos cansados de tanto sufrimiento. No somos guerreros, somos artesanos. Deja que vivamos en paz.
Bertomeu el labrador se giró hacia Vicent una vez cerrada de nuevo la puerta y con tono airado dijo:
- No estimes más la amistad del Marqués que la del pueblo que te apoya hasta la muerte. No seas tú también un traidor a la Germania. Resiste Vicent, en camino están los refuerzos de Alzira y Xátiva. Los labradores de la huerta de Valencia están contigo y mañana les he convocado para apoyarte. También hemos pedido ayuda a la Comunidad de los castellanos que también se enfrentan al Rey Don Carlos. No traiciones a tu pueblo como Judas lo hizo por una bolsa de plata.
- Necesito un poco de soledad. Poneos cómodos o id a vuestras casas y tratad de descansar. Si decidís quedaros, mi casa es vuestra. Antes del amanecer os comunicaré mi decisión, pero ahora subiré a reflexionar. Mujer por favor, súbeme algo de comer.
Como si todo el peso del mundo recayera sobre sus hombros, Vicent arrastró los pies hacia la escalera que daba al piso de arriba y se dirigió a su habitación. Isabel Navarro, su mujer, fue a la cocina y puso en un cuenco un poco del guiso que aún estaba caliente así como un buen vaso de vino tinto que tanto le gustaba a su marido acompañando las comidas. Al entrar en la habitación encontró a Vicent agachado sobre la jofaina y aseándose un poco. Se restregaba la cabeza con las manos como si un fuerte dolor de cabeza poseyera su mente y quisiera espantarlo masajeándose las sienes. Isabel dejó el cuenco y el vaso sobre un taburete, se puso detrás de su marido y posando las manos sobre sus hombros le condujo hasta la cama. Él se dejó hacer mientras Isabel masajeaba su espalda con sabias manos, igual que hacía cuando las jornadas del duro trabajo de velluter eran de sol a sol y Vicent le demandaba unas friegas que relajaran sus músculos.
Isabel echaba de menos a su marido, que había estado ausente durante mucho tiempo enfrascado en las guerras de la Germania contra el Virrey y ahora que Vicent se dejaba hacer quiso aprovechar la ocasión. Poco a poco, las friegas se convirtieron en certeras caricias hasta que la excitación les condujo a hacer el amor. Los dos se entregaron con la pasión y las ganas mutuas que dan muchas semanas de separación. Ninguno de los dos sabía si habría un mañana para ellos y se amaron como si el mundo fuera a acabarse ese mismo día.
Entre las serenas caricias posteriores es cuando la mayoría de las parejas aprovechan para hablar de sus sentimientos más íntimos o simplemente para expresar sus miedos e incertidumbres. Isabel tenía muchos esa noche y quiso compartirlos con su marido posiblemente en el único momento en las próximas horas en que iba a poder sincerarse con él.
- ¿Vas a aceptar la oferta? – dijo casi en un susurro Isabel.
- ¿Crees que debería? – contestó Vicent mientras mantenía la mirada perdida en un indeterminado punto del techo de la habitación.
- Vicent, sé cómo eres y sé cuáles son tus ideales. Has luchado por ellos durante años y lo has dado todo. Eres un valiente y nadie más que tú sabe lo que es dejarse la piel por los demás. Hasta ahora nunca jamás me has odio decirte nada relacionado con todo esto. Siempre te he apoyado y jamás te he puesto ningún problema. Me casé contigo porque me gustaba tu forma de ser. La fuerza de tu carácter y de tus ojos me enamoraron desde el primer día que te vi. Eres el mejor marido y el mejor padre que nadie pueda imaginar. Nos acusaron de traición y regresaste para lavar nuestro honor. Y los has hecho dignamente.
- No podía hacer otra cosa. Mi pueblo y mi familia son lo más importante de mi vida. No iba a dejar que unos sucios mentirosos deshonraran a mi mujer y a mis hijos.
- Pero ahora te quiero pedir que recapacites. Sea cual sea tu decisión, estaremos contigo hasta el final. Bien lo sabes. Pero Vicent, ya has lavado tu honor. Piensa ahora en tu familia. Tus hijos te quieren vivo.
- No debo traicionar a todos aquellos que han luchado junto a mi – dijo Vicent mientras miraba fijamente a los ojos de su mujer – Sé que mañana, si no acepto esa oferta vendrán a por nosotros. La angustia que siento en mi interior es enorme. ¿Debo aceptar, dar la batalla por perdida, vivir y cuidar de mi familia? ¿Debo ser valiente y morir por los germans que como yo han creído que podríamos haber construido un mundo mejor? Tengo la sensación de que tome la decisión que tome, no habrá vuelta atrás. Necesito estar solo – dijo recostándose de nuevo en la cama.
Isabel se levantó en silencio, se colocó de nuevo el vestido y se dispuso a abandonar la habitación. Pero pronunció una frase antes de cerrar la puerta por fuera levantando la vista y clavando con intensidad sus preciosos ojos verdes en los de su marido.
- Recuerda que el cementerio está lleno de valientes.
En la soledad de su habitación Vicent experimentó un cúmulo de sensaciones encontradas. Cuánto le dolía en aquellos momentos la traición de la ciudad que le había acogido como maestre velluter en su llegada desde Segorbe hacía algunos años. Él que había entregado su alma y su energía a aquella maravillosa utopía de la que con tan acertadas palabras hablaba el peraire Joan Llorenç:
- Las comunidades pequeñas crecen por la concordia y las grandes por la discordia se destrozan, se aniquilan y pierden. Nuestro fundamento es la hermandad, la Germania entre todos nuestros miembros evitará la discordia y juntos podremos plantar cara a los abusos a los que el pueblo se ve sometido por los caballeros. Vemos en ellos la costumbre que tienen los puercos, que si uno gruñe, todos corren a socorrerle, lo que es muy al revés de los plebeyos, que seguimos la costumbre de los perros, que si uno llora, todos los demás perros corren a morderle. Así los caballeros siempre son muchos y poderosos mientras que nosotros tenemos poco y somos menos.
Aquella Germania era un sueño que se podía hacer realidad. Durante décadas los poderosos habían negado la representación de los menestrales en el poder municipal, dejándoles indefensos a ellos que eran verdaderos artífices de la bonanza económica del Reino. Ningún rey se atenía a razones y mucho menos Fernando II de Aragón que siempre odió a los valencianos a los que sólo quería para contribuir con dinero a su enfermizo afán de gloria y de conquista. Dios que era justo, habría expulsado del cielo al mal llamado Católico, que la única justicia divina que conocía era la de su desmesurada ambición. Había dejado el Reino de Valencia endeudado y sus mercados abiertos a la injerencia de los extranjeros que comerciaban impunemente con sus productos de baja calidad en los mercados que deberían copar los productos de los gremios de Valencia.
Pero no. Los poderosos caballeros que respaldaban al Católico y el mismo rey, sólo ambicionaban más tierras y más poder sin importarle lo más mínimo lo que los menestrales necesitaran. Eran una simple piedra en su real zapato.
- Muerto el Rey Fernando – decía Joan Llorenç aquella lejana mañana de 1519 mientras en sus manos sostenía un libro del franciscano Francesc d’Eixeminis del que nunca se separaba - debemos depositar nuestras esperanzas en el Rey don Carlos I. Planteémosle nuestras reivindicaciones basadas en el derecho que nos dan nuestros fueros, leyes y costumbres. El gobernador y todos los caballeros han huido como ratas asustadas de Valencia dejándonos sin socorro ante la temible y mortal epidemia de peste que nos azota sin piedad. Aprovechemos ese vacío de poder en el que nos encontramos, protejámonos de los corsarios que impiden nuestro abastecimiento de trigo y provocan hambrunas que agravan aún más si cabe la mortandad pestilente. Usemos las armas que nos entregaron para la defensa de nuestras costas y consigamos el poder que nos han negado. Cuando vuelvan encontrarán a un pueblo unido y hermano que será invencible y tendrán que aceptar la nueva realidad. El Rey lo hará y ellos, los caballeros y los jurados de la ciudad, no tendrán otro remedio.
Vicent Peris confió en las palabras de Joan Llorenç y se entregó a la Germania. Juntos crearon la Junta de los Trece, que ante la huida de los jurats de Valencia que ostentaban el poder municipal, se hizo con el gobierno de la ciudad entre las entusiastas muestras de júbilo del pueblo de Valencia que veía con esperanza la unión de todos como hermanos en pos de mejorar su mísera situación.
- El Rey no nos apoyará – le decía Vicent a Joan en una de las sesiones de los Trece - Podéis buscar su legitimidad pero no nos apoyará. Él es uno de ellos y sólo juega con nosotros en beneficio propio ¿No os dais cuenta? Quiere convocar Cortes en nuestro Reino sin necesidad de venir a jurar nuestros Fueros o hacerlo a través de uno de sus representantes. Sólo le interesa la dignidad imperial y para ello nuestro dinero. Los problemas y necesidades que podamos tener le son insignificantes en sus querencias universales. Tiene la misma sangre traidora y embustera de su abuelo Fernando.
- No permitiré que habléis así del Rey nuestro señor – gritaba Joan Llorenç - La legitimización de la Germania por su parte es imprescindible. Sin ella los caballeros nos aplastarán.
- Dadme el mando de nuestras milicias y veréis como luchan los menestrales de esta ciudad, maese Joan. No les tenemos miedo a esas cobardes y huidizas sanguijuelas que nos han abandonado a la primera oportunidad. El Virrey está en el sur reclutando tropas de mercenarios castellanos y de vasallos infieles que trabajan en las tierras de los caballeros mientras nosotros buscamos el beneplácito del Rey en estas absurdas discusiones. Ellos se preparan para la guerra y nos entretienen con embajadas, misivas y falsas promesas. Siembran la discordia maese Llorenç. ¿No era eso lo que acabaría con la Germania si no estábamos siempre unidos?
- No podemos lanzarnos a esa guerra Vicent, jamás la podremos ganar. No tenemos armas ni recursos. Somos menestrales, no soldados.
- Tenemos de nuestro lado a Dios ¿No constituimos acaso esta Junta de los Trece a imagen y semejanza de nuestro Señor y sus doce apóstoles? La justicia divina que proclamaba Fray Eixeminis nos guiará a la victoria frente a la injusticia de los poderosos. Nos podemos constituir en una república como las italianas. Trece son también los que gobiernan la República de Venecia que puede ser nuestro modelo marítimo comercial. O bien sigamos el ejemplo de Génova que no necesita rey para progresar ni nobles caballeros que explotan a los que trabajan con sus manos.
- Mucho camino habría que andar para llegar a tal cosa. Primero deberíamos acabar con la amenaza de los moros en nuestras costas.
- La culpa la tienen los moriscos que aún trabajan en los campos para los nobles. Ellos dan cobijo y ayuda a los piratas. Debemos obligarles a convertirse a la verdadera fe. Y si no, expulsémosles. A los buenos cristianos nos avergüenza que aún se rece en Valencia al dios musulmán.
Vicent recordaba perfectamente aquellas discusiones que consiguieron finalmente lo que el mismo Llorenç trataba de evitar al crear la Germania: dividirlos entre los que querían retornar al statu quo anterior y los que querían luchar hasta el final persiguiendo sus ideales de justicia popular. Los acaudalados maeses conservadores de los gremios y los colegios mayores económicamente más poderosos como el de la Seda, consideraban la aprobación real un requisito indispensable para seguir adelante en aquella aventura.
El enviado del Rey don Carlos el primero, el cardenal Adriano de Utrech, ante la embajada que la Junta de los Trece envió una vez más a Molins de Rey buscando la legitimidad de la Germania, se acogió a la posibilidad que le brindaban para ganar su favor y juró in absentia los fueros del Reino de Valencia, consiguiendo así su objetivo. Entonces les regaló más evasivas, no legitimó nada y descaradamente se decantó por los caballeros, dándole la razón a Vicent Peris y traicionando sin pudor la Germania.
La Junta de los Trece, copada ahora por menestrals conservadores atemorizados ante las posibles represalias, buscaron la rendición ante el Virrey don Diego Hurtado de Mendoza y no dudaron en utilizar para ello al Marqués de Zenete, su hermano, aquel que permaneció en Valencia durante el inicio de la Germania y parecía simpatizar con la misma. ¡Todo mentira! Su simpatía era proporcional a las deudas que tenía con los miembros de los Trece y en cuanto pudo, convenció a todos para que abandonaran la idea de un nuevo estado del poder municipal. Era muy astuto, pero su juego a dos bandas ya no valía, ya no era creíble y cuando no tuvo más remedio, por supuesto que se decantó de parte de los de su clase y del Rey, pensando que ganaría mucho más de esa forma. El Marqués nada hacía sin interés.
Y por fin los Trece decidieron defenderse enviando a sus milicias a desbaratar aquellas amenazas que se cernían sobre el Reino. Si el Rey no les aceptaba, no le necesitaban. Ese extranjero, nieto de Fernando II de Aragón de la sangre bastarda de los Trastámara, no merecía el gobierno del Reino de Valencia. Lucharían y vencerían. Un mundo mejor y más justo era posible.
Se luchó en el Norte para tratar de mantener el vínculo con los gremios hermanos de Cataluña donde se pretendía extender la Germania pero fueron derrotados por las tropas del Virrey, aunque aún se mantenían en el poder los Trece de Morvedre. A pesar del fracaso temporal en el Norte se estableció contacto con los gremios del Reino de Mallorca donde se levantó también la Germania. Y en el Sur los éxitos eran mayores que los fracasos. Plazas importantes como Alzira eran feudo de la Germania. También Xátiva, donde Vicent había tomado el mando del asalto al castillo tras la muerte del capitán nombrado por los Trece de Valencia, consiguiendo su primera gran victoria y convirtiéndose en uno de los soldados más valerosos y aguerridos. Respetado por sus hombres. Temido por sus enemigos.
Vicent Peris, convertido en líder de las tropas agermanadas del sur, capitaneó a los suyos frente al Virrey en la gran victoria de Gandía. Aquel día estaba convencido que nada ni nadie podría detenerles. Pudo entrar en la plaza y darse el gusto de ver huir a todo un Virrey ante su sola presencia. Intentó llevar a cabo su proyecto, creando otra Junta de los Trece en Gandía, bautizando forzosamente a los moros, expulsando a los castellanos y repartiendo las tierras entre los más pobres.
 |
Orihuela |
Pero el Virrey y sus hombres se reagruparon en Orihuela con la ayuda de las tropas murcianas del marqués de los Velez. No podía permitir que se reorganizaran y que continuaran alistando mercenarios. Debían partir hacia su encuentro y así lo hicieron. Pero entonces la fortuna les abandonó. El mal tiempo impidió la marcha agrupada de las tropas hacia Orihuela y Vicent que llevaba consigo la artillería que tan útil se mostró en Gandía para desbaratar la fuerza de la caballería del Virrey, hubo de retrasarse por el barro que impedía el avance de los carros que la transportaban. Y aquello fue decisivo. El grueso de las tropas agermanadas empapadas, desorientadas y desorganizadas, llegaron a la vista de la villa de Orihuela. Diego Hurtado de Mendoza aprovechó la situación y cargó con saña contra los agermanados destrozándoles con la fuerza de su caballería. El temor y el desorden provocaron la huida y el caos, aprovechado por las tropas del Virrey para desbaratar aquella milicia que tan dura derrota les había infligido días atrás en Gandía. Más de dos mil agermanados perdieron la vida en la batalla más decisiva de esta guerra.
Enterado Peris de aquello hubo de dar media vuelta a toda prisa para embarcar hacia el Norte y salvar así la poca artillería que le quedaba. Se refugió en Xátiva donde trató de rehacer una milicia que pudiera hacer frente de nuevo al Virrey. Pero entonces empezaron las traiciones y las deserciones.
Cierto era que todos ellos eran trabajadores y no soldados. Una guerra larga agotaba sus recursos y minaba su moral. Pero aquello no era justificación para la traición de la ciudad de Valencia, que abandonó la Germanía de la mano de los conservadores y de la perniciosa influencia del marqués de Zenete ¡Qué personaje más miserable!
La noche ya estaba avanzada cuando Isabel entró de nuevo en la habitación y rápidamente se metió en la cama junto a su marido. Le abrazó y sin palabras se acurrucó a su lado. Aquello le apartó de sus pensamientos. El cuerpo de su mujer y el cansancio de la jornada hicieron que Vicent cayera rendido en los brazos de Morfeo.
 |
Iglesia de Sto. Tomás en Valencia |
Rodrigo Hurtado de Mendoza, marqués de Zenete, esperaba desde el amanecer en compañía del gobernador Luís de Cabanilles y de otras personas a su servicio, entre las que se encontraba Jaume Ballester, el mensajero que el Marqués había enviado a Vicent Peris la noche anterior, citándole desde el amanecer y hasta el rezo del Angelus allí mismo. En la puerta de la Iglesia de Santo Tomás donde se encontraban, estaban apostados los dieciséis alabarderos que constituían su guardia personal y que le avisarían ante cualquier novedad. Los dedos del Marqués repiqueteaban nerviosos sobre el reposabrazos de su silla mientras que Cabanilles, más impaciente aún, andaba de un lado al otro de la sacristía donde se habían acomodado, con las manos en la espalda. La crispación se podía explicar únicamente contemplando su rictus facial.
- ¡Debemos acabar con esto de una vez por todas, Rodrigo! No podemos permitir que Peris campe a sus anchas en la ciudad. Es muy peligroso. Podría reavivar la Germania y nos ha costado mucho que las aguas vuelvan a su cauce. La Junta de los Trece está copada por los conservadores y están dispuestos a volver al sistema anterior ¡Lo tenemos todo a favor! ¡Ahora o nunca! Soy el gobernador. Ayúdame y en unas horas le podré devolver la ciudad a tu hermano el Virrey.
- He dado mi palabra y no hay más que hablar Luis. Debemos ser prudentes e intentar que no haya un baño de sangre. Muchos de los conservadores aún tienen fe en la Germania y aunque no crean en la república que pretende Vicent, no ven con tan buenos ojos una acción armada contra los suyos. Debemos ser más astutos. Esperaremos un poco más. La oferta es buena y Peris no la dejara pasar.
Uno de los alabarderos se presentó en la puerta de la sacristía. Peris seguía sin aparecer y además traía un mensaje de uno de sus hombres que estaba apostado en la muralla de la ciudad. Un buen número de campesinos provenientes de toda la huerta de los alrededores de Valencia se estaban concentrando en la puerta de la Mar. Un tal Bertomeu Martí les había convocado para aquella mañana y pretendían entrar en la ciudad.
- Bertomeu es el líder de los labradores. Es gran amigo de Vicent – le dijo Jaume Ballester al Marqués – Ayer mismo estaba en la casa de Peris cuando fui a llevar el mensaje. Es posible que hayan decidido resistir y busquen ayuda.
El de Zenete tenía la mirada fija en el suelo de la sacristía mientras con la mano derecha se acariciaba suavemente la barba. Su astucia era proverbial y todos los allí presentes le conocían lo suficiente para saber que, en esos mismos instantes, su cabeza estaba en plena ebullición tratando de buscar una solución a aquel entuerto. Podía ceder a las peticiones del gobernador Cabanilles y apresar a Peris con los soldados de los que disponía, pero aquello podría suponer el espaldarazo a una nueva reacción de los gremios para defender a uno de sus más carismáticos líderes. Era un arma de doble filo y por lo tanto, debía ser la solución última. No. Lo mejor era que Peris aceptara su oferta pero sinceramente dudaba que así fuera.
 |
Castell de Xàtiva |
Ya conocía el Marqués el carácter de Peris y su fuerte determinación, sobre todo después del encuentro en el castillo de Xátiva, donde fue a ofrecerles una rápida y pacífica solución al conflicto. Se lo tomó como un insulto, una deshonrosa oferta de capitulación, como si la Junta de los Trece de la ciudad de Valencia a la que el de Zenete representaba, les hubieran traicionado. La rabia afloró a los ojos de Vicent aquel día súbitamente y a punto estuvo de matarle allí mismo. Finalmente los Trece de Xátiva se lo impidieron y aunque aceptaron que fuera apresado, bien es cierto que en cuanto Vicent abandonó el castillo para regresar al cap i casal, no pusieron grandes problemas en liberarle y dejarle retornar a Valencia.
El tiempo pasaba y cada vez era más evidente que Peris no aparecería. El sol se acercaba a su cénit y la hora límite estaba a punto de cumplirse. De pronto el Marqués levantó la vista y de su expresión se deducía que había encontrado una posible solución.
- Jaume, ve a casa de Peris y averigua por qué no ha venido. De ese modo ganaremos un poco de tiempo. Tú Cabanilles, como gobernador de la ciudad mandarás congregar a todos los gremios en la puerta de la Seu. Les dirás que acudan con sus armas para reducir a Peris que se niega a obedecer las órdenes de un oficial del Rey y que debemos reducirlo a la obediencia debida.
- Pero ¿por qué congregarlos a todos? ¡Es una locura! – gritó Cabanilles fuera de sí - Podrían volverse contra nosotros. Será peor el remedio que la enfermedad.
- ¡No entiendes nada estúpido incompetente! Nosotros no podemos mandar a nuestros soldados por las buenas para prender a un menestral que acaba de ser absuelto del delito de traición hace pocos días. Deben ser los mismos gremios los que vean en Peris, uno de los suyos, a alguien peligroso y fuera de lugar. Debemos hacer ver a los gremios que la única solución es volver a la situación anterior, que todo está perdido. Necesitamos algo que consiga este efecto. Un revulsivo que haga que ellos mismos se vuelvan contra Peris y nos lo entreguen en bandeja de plata.
En aquel momento, Jaume Ballester volvió a entrar en la sacristía de regreso de casa de Vicent Peris. Con él venían dos labradores moderados, Cardona y Sancho, que le habían acompañado para tratar de convencer también a Bertomeu, pero había resultado del todo imposible.
- Peris me ha dicho que no tenía ninguna intención de enfrentarse al Rey ni a sus oficiales, pero que no se fiaba de estos últimos ya que, según tenía entendido, el Rey no sabía nada de lo que el Marqués de Zenete hacía en la ciudad y por tanto no se fiaba de sus embaucadoras ofertas. La palabra del Marqués no representan al Rey y por tanto, no se fía de la veracidad de la misma.
- ¡Quiere ganar tiempo! Seguro que espera refuerzos de Xátiva y Alzira – intervino Cardona – Y Bertomeu está organizando a los labradores.
- Está bien. Debemos actuar. Gobernador, convoca a los gremios. Jaume, llama un correo y dile que venga. Esto se solucionará hoy sea como sea.
Mientras el Marqués se colocaba la capa y se alisaba la ropa, García de Alvarado, correo muy conocido por todos en la ciudad, se presentó ante el Marqués.
- García, parte inmediatamente a todo galope por la puerta de Quart embozado y procurando que nadiesin que nadie te vea, pero no te alejes demasiado. Escóndete y ensúciate la ropa, que parezca que vienes lleno de polvo a todo galope. Cambia de caballo para no despertar sospechas y moja al animal para qué parezca sudoroso y agotado. Cuando escuches las campanas del Miguelete sonar convocando a los gremios, entra en la ciudad a galope tendido haciéndote ver y llegando a la plaza de la Seu, grita a los cuatro vientos la noticia de que Xátiva ha sido tomada por las tropas del Virrey y que todo está perdido para la Germania. Grita hasta quedarte sin voz. Yo haré el resto.
Poco tiempo después y ante la llamada de las campanas de la torre de la Seu a la que los valencianos llamaban Micalet por el nombre de la campana mayor llamada Miquel, cerca de cinco mil menestrales y labradores se congregaron en la plaza en muy poco tiempo, ansiosos y nerviosos ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en la ciudad. También como convocantes estaban el gobernador Cabanilles y el Marqués de Zenete tras haber abandonado la iglesia de Santo Tomás donde infructuosamente habían esperado a Vicent Peris, dispuestos a dirigirse a los allí presentes, aunque se dilataban sus palabras sin motivo aparente. De pronto un correo entró a todo galope en la plaza gritando repetidamente con voz potente:
- ¡El Virrey ha tomado Xátiva! ¡Todos los rebeldes han muerto! ¡La Germania está acabada!
La excitación que hubo a continuación fue aprovechada por el Marqués y cumpliendo su premeditado plan, aprovechó la coyuntura para mandar a todo el mundo hacia la casa de Peris para solicitar su rendición por las buenas o por las malas, aunque todos sabían que sería por las malas. Él mismo, don Rodrigo Hurtado de Mendoza, encabezaba la improvisada milicia menetral. Le seguía el subrogado del gobernador Manuel Exarch.
- Manuel, manda cerrar todas las puertas de la ciudad ahora que todo el mundo está despistado. Di que es para que no huya ningún rebelde, pero mantente alerta ante la posibilidad de la llegada de refuerzos desde Alzira o Xátiva. Y no permitas que ninguno de los labradores que están concentrados fuera entre en ayuda de Peris y los suyos ¡Vamos corre!
Mientras el subrogado partía a cumplir las órdenes, don Rodrigo giró la cabeza para comprobar la medida de sus fuerzas. Detrás de él los jurados de la ciudad ya portaban con ellos la Senyera Reial, el símbolo de la ciudad otorgado por el Rey. Los líderes moderados de la ya prácticamente extinta Junta de los Trece, que siempre habían visto en el radical Peris una amenaza a sus intereses, engrosaban ls fuerzas de ataque. Y cerrando la poco amigable comitiva, a la retaguardia del grupo estaba el gobernador Cabanilles, exultantemente satisfecho. Por fin iban a acabar con aquel problema que tantos disgustos le había causado.
Al llegar a las inmediaciones de la casa de Vicent, las tropas se dividieron en dos grupos. Uno, capitaneado por el Marqués, entraría por uno de los lados de la calle Virgen de Gracia y el otro, dirigido por Cabanilles, haría lo propio desde la calle de San Vicente, para acorralar a los seguidores de Peris. Inmediatamente el Marqués ordenó el asalto y todos se lanzaron al combate sin saber muy bien cómo y por qué. Ésa era la baza que había astutamente jugado el Marqués, a quien el engaño de la supuesta y falsa caída de la ciudad de Xátiva le había funcionado a las mil maravillas.

Desde que Jaume Ballester había abandonado la casa para averiguar los motivos por los que Vicent no había acudido a la cita, todos esperaban aquel momento. Y más aún al oír las campanadas del Micalet llamando a los gremios a reunión. Todos estaban convencidos de que el asalto era inminente y el ensordecedor ruido que poco a poco se iba acercando hacia ellos se lo confirmó.
Los hombres se aprestaban en las calles detrás de improvisadas barricadas levantadas con cualquier elemento para impedir el paso de los caballos. Los más jóvenes amontonaban todo lo susceptible de ser arrojado en las azoteas, sumando cualquier objeto a las piedras que habían amontonado desde la noche anterior. Las manos les sudaban y los dedos se les agarrotaban de la nerviosa fuerza con que asían las piedras, ansiosos por lanzarlas contra cualquier cosa que se moviera.
- Mujeres, escondeos en las casas. Nada os pasará.
- Nosotras estaremos con una pica como un hombre. Lucharemos hasta el final.
Y entonces llegaron los dos grupos fuertemente armados. Cada uno por un lado de la calle. Aquella tranquila calle de Valencia se convirtió por unas horas en inusual campo de batalla. Los gritos eran ensordecedores, los cascos de los caballos atronadores, los sonidos de las piedras que caían desde los tejados eran espantosos: secos y ruidosos cuando caían sobre el suelo sin dar a nadie, sordos pero mortíferos cuando alcanzaban algún objetivo.

Y el objetivo más célebre de los lanza proyectiles de las azoteas fue el mismo Marqués, que como buen fanfarrón que era, se había expuesto en el combate de forma innecesaria, siendo alcanzado por una piedra y teniendo que retirarse del combate. Hubo de ser atendido de la herida provocada por el tremendo impacto que a punto estuvo de reventarle la cabeza. Suerte que sus reflejos le respondieron y apartó lo justo la cabeza para que impactara con su hombro no sin arañar dolorosamente su rostro. La primera sangre que regó el suelo de aquella calle de Valencia la fatídica tarde del 3 de marzo de 1522, fue la del Marqués de Zenete.
La superioridad de los atacantes en número y equipamiento era incontestable. Poco a poco, los proyectiles que mantenían a raya a los dos grupos se fueron agotando. Los defensores iban reculando y cediendo terreno, abandonando las primeras casas de la calle y concentrándose cada vez más alrededor de la casa de Peris. La pérdida de terreno era evidente pero a un gran coste de vidas. La lucha estaba siendo encarnizada. Aquello no iba a ser tan fácil como habían creído. Además, tanto asaltantes como defensores habían visto caer al Marqués de su caballo alcanzado por un proyectil, habían visto brotar su noble sangre, que no era azul. Era igual de roja que la de todos los demás. Este hecho había restado fuerza al impulso atacante inicial, reforzando la moral de los defensores que creían haber matado al de Zenete.

Cabanilles se desgañitaba parapetado tras un portón entreabierto, temeroso de ser alcanzado por un proyectil. Su cobarde naturaleza de los que mucho tienen que perder porque poco les queda ya por ganar, hizo que sin darse cuenta se quedara solo. Vicent, que se movía como pez en el agua en el combate, yendo de un lado al otro donde más apoyo se necesitaba, observó la posición del gobernador y no dudó en lanzarse a por él. En un abrir y cerrar de ojos, cubierto por los proyectiles que sus propios hijos lanzaban para distraer la atención del verdadero objetivo, Vicent dio un rodeo por las azoteas colindantes a su casa y una vez a la altura de la puerta de la casa tras la cual se protegía del combate el aterrorizado gobernador, se descolgó por la fachada y cayó a la espalda de Cabanilles. Éste, al oír el ruido se giró ojiplático y sin tiempo siquiera de parpadear, notó como el filo del cuchillo de Peris le rebanaba el gaznate con una precisión propia de un matarife experimentado. Vicent sólo se permitió unos segundos observando la cara de Cabanilles, el cerdo traidor que había tratado de matarlo en la torre de Silla cuando se dirigía a Valencia dispuesto a lavar su honor de una acusación infundada que él mismo había denunciado faltando a la verdad.
- Mi honor no se mancha - le gritó mientras escupía sobre su cuerpo inerte que se ahogaba en su propia sangre.
Mientras Peris volvía hacia su casa entablando combate contra todo aquel que se le ponía por delante, el Marqués recuperaba poco a poco la compostura y se hacía cargo de nuevo del asalto, aunque esta vez menos expuesto a la lucha. Su reaparición fue como un soplo de aire fresco para los atacantes que respiraron aliviados al ver que no había muerto. El final de Cabanilles, aunque aún no se habían percatado, tampoco les iba a causar ningún trauma pues era un hombre impopular a más no poder.
Al volver a tener un dirección clara en sus acciones dirigidos por un hombre de experiencia, los atacantes ganaron rápidamente posiciones avanzando de forma firme y decidida hacia el objetivo final que no era otro que la casa del mismo Peris. Pero las bajas eran muchas y el combate encarnizado. Ya hacía un buen rato que sólo quedaba esa casa por tomar, pero estaba apuntalada, no había grietas en sus defensas. El asalto resultaba muy complicado y costoso.
Pero lo peor de todo era que la luz del día se estaba agotando. Si la noche caía, habría que detener el asalto. El Marqués sabía que sería muy difícil que los gremios se lanzaran a un nuevo asalto al día siguiente, después de sopesar los pros y los contras de la acción acometida. Había sabido aprovechar el efecto de su treta engañosa, pero si no se conseguía el objetivo hoy mismo, deberían ser los soldados del Rey y no los mismos menestrales los que asaltaran la casa de Peris. Y además, podría descubrirse el engaño de la falsa caída de Xátiva. Entonces los gremios, defraudados por la treta del Marqués podrían volverse en su contra.
No. Había que acabar con aquello lo más rápido posible.
- Traed algunas teas encendidas y prendedle fuego a la casa – gritó el Marqués a los hombres más próximos a él. Haremos salir a esas ratas de su madriguera o se quemarán en su propio agujero.
Con sorprendente rapidez, las llamas se fueron apoderando de la casa por los cuatro costados, convirtiendo aquel inusual campo de batalla ahora sí, en un auténtico infierno. Las puertas y ventanas apuntaladas ahora recibían los golpes desde el interior en un desesperado intento porque el humo saliera y no les asfixiara. Los defensores sabían que aquello era el final y mansamente, comenzaron a salir. Todos ellos fueron violentamente empujados y alejados del combate que aún seguía en la parte baja a la que habían accedido algunos asaltantes y que se las estaban viendo con las mujeres que pica en mano, protegían el grupo de niños que se habían refugiado en casa de Peris. Al final consiguieron hacerles salir no sin haber matado a más de una de las madres defensoras.
Y entonces fue cuando la ventana del piso superior se abrió. Una escalera de mano se desenrolló y dos niños comenzaron a bajar. Poco después una mujer, también descendió entre toses y con mucha dificultad. Peris se asomó entre la gran cantidad de humo que salía por la ventana y a voz en grito proclamo su rendición.
- ¡Bajaré y me entregaré! ¡Nada hagáis a mi familia!
- Baja, no temas – respondió el Marqués con potente voz.
Pero cuando Vicent Peris, sucio, desarmado y casi asfixiado por el humo tocó el suelo después de un penoso descenso, sobre él se abalanzaron más de veinte asaltantes enloquecidos. Le apuñalaron con saña dejando su cuerpo hecho una piltrafa. Lo arrastraron por el suelo mientras le golpeaban, pateaban, insultaban y escupían. Toda la rabia acumulada después de una dura jornada tuvo su punto culminante en aquel mismo momento.
Ante aquella escena el Marqués se dirigió hacia el lugar donde aún estaban vejando el cuerpo de Peris. Todos se apartaron y el de Zenete, con estudiada parsimonia y teatral pausa, desenvainó su espada y cuando todos se hubieron apartado al detectar su presencia, de un potente tajo separó la cabeza del cuerpo de Vicent que rodó un par de metros por el suelo. Los diez alabarderos de la guardia personal del Marqués que quedaban después de la muerte de seis de ellos en el combate, se rehicieron y formaron cual guardia de honor alrededor del Marqués que, sintiéndose observado por todos, quiso completar su actuación estelar con una condena ejemplarizante. Ante la ausencia del gobernador y del Virrey, él era la máxima autoridad de la ciudad de Valencia en aquel mismo momento.
- Capitán Diego Ladrón de Guevara, presentaos ante mí.
El capitán de sus alabarderos se adelantó unos pasos y se puso ante el Marqués dispuesto a escuchar sus órdenes.
- Declaramos traidor e hijo del diablo a Vicent Peris, por querer hacerse tiránicamente Señor de la ciudad de Valencia. Será considerado maldito desde ahora y hasta que transcurran al menos cuatro de sus futuras generaciones. Se confiscan todos sus bienes y los de sus cómplices. Haced también que la cabeza del traidor sea expuesta en una pica y clavada en la puerta de San Vicente de esta ciudad de Valencia, como ejemplo de lo que le pasará a todos aquellos que se opongan a su Majestad el Rey y a sus oficiales. Asimismo, que desmiembren su cuerpo. Que su brazo derecho, con el que empuñaba su arma ante los oficiales del Rey, sea enviado a la picota de la villa de Onteniente en el sur del Reino y los demás miembros sean enviados y expuestos en todas aquellas villas y poblaciones que en algún momento vieron pasar por sus calles y plazas a Vicent Peris ¡Qué sepan que ha sido de él y de sus sueños de grandeza!
- ¿Qué hacemos con los apresados, Sr. Marqués? – preguntó otro alabardero mientras el capitán se dirigía hacia lo que quedaba del cuerpo sin vida de Peris dispuesto a hacer cumplir las órdenes del Marqués.
- Esta misma noche y sin juicio previo, todos los que han ayudado y estado a favor del traidor se les darán garrotazos y se les ahogará hasta la muerte.
Dicho lo cual, envuelto de un sepulcral silencio sólo roto por los llantos y lamentos de los condenados que acababan de escuchar su sentencia de muerte, Don Rodrigo Hurtado de Mendoza, Marqués de Zenete, dio media vuelta, se encaramó a su caballo y seguido por una escolta de cinco de sus alabarderos puso al paso a su caballo, mientras la multitud que se había congregado para presenciar el acto final de esta tragedia comenzó a vitorearle.
Seguro de haber puesto punto y final a la Germania en la ciudad de Valencia para siempre, se dirigió hacia su magnífico palacio engullido por las sombras de un atardecer prácticamente anochecido, como la esperanza de un mundo más justo que un día soñó Vicent Peris.
FIN.
Txema Gil Sánchez
Ciutat de València, desembre de 2011
AQUEL QUE PROTEGE AL HOMBRE por Txema Gil
He pestañeado y al abrir los ojos he observando que hace poco que ha amanecido. Tengo la sensación de acabar de despertarme de un sueño…
No sé el tiempo que llevo a lomos de Bucéfalo, pero es como si hubiera estado aquí subido toda la eternidad. Mi gran caballo de batalla que me acompaña desde los nueve años. Aún recuerdo el día que le vi por primera vez. Tan negro, hosco y salvaje. Pero tan bello… Aquella mancha en su frente le hacía especial. Supe que juntos cabalgaríamos y conquistaríamos el mundo. Construiré una ciudad en tu honor noble amigo.
Mis Compañeros también cabalgan junto a mí en perfecta formación, en cuña como les dije anoche en el consejo. Mi capa ondea al viento y la espada en mi mano apunta hacia Darío, mi verdadero objetivo. Estoy cansado de luchar contra sus sátrapas como hice en Granico.
Hoy es él quien de nuevo está en el campo de batalla y su gran ejército, a pesar de superarnos en número, no me impedirá que llegue hasta su carro. No escapará como hizo en Issos. El muy cobarde abandonó la lucha cuando vio caer su ala izquierda. Le vi marcharse pero no podía hacer nada para impedirlo. Al tener la victoria asegurada fue cuando pude partir en su búsqueda. Crucé el campo de batalla abarrotado de miles de muertos y pude incluso atravesar una grieta del terreno cabalgando sobre los cuerpos inertes. Encontré su carro entre el fango del río atrapado. Había huido a lomos de su caballo. No dejaré que me lo vuelva a hacer. Iré directamente a por él esta vez.
Todo está dispuesto para ese momento que ansío con toda mi alma. Si atravieso el corazón del rey persa, mío será su imperio. Vengaré a Leónidas y a los trescientos valientes espartanos que dieron su vida por la Hélade ralentizando la marcha de los persas en su invasión y dando tiempo a que se organizaran las defensas. Recordaré a Jenofonte. Haré honor a las victorias de Maratón y Platea. Todos los descendientes de los helenos que estos medos quisieron subyugar, están entre mis tropas. Los espíritus de nuestros antepasados nos acompañan y nos exigen que cumplimentemos nuestra venganza.
La brecha abierta que ha dejado el anterior ataque de su caballería no la pienso desaprovechar. Pensé que si despistaba a Darío con ataques por los flancos concentraría su defensa en los lados y desguarnecería el centro. Y así ha sido. Además, los persas han estado alerta toda la noche. Temían un posible ataque nocturno que no he ordenado. Sus espías se han tragado el bulo que lancé. Pero mis hombres han descansado. Y además contamos con la experiencia que nos dan tantos años de campañas.
Ellos en cambio, a pesar de ser multitud, se mueven torpemente, molestándose entre sí. Han preparado el campo de batalla y lo han aplanado para acabar con nosotros. Han traído carros con hoces pero ya teníamos prevista la táctica. Flechas y una sorpresiva abertura de nuestras líneas para dejarlos pasar, para luego acabar con ellos con nuestra infantería… Estaban tan seguros de su victoria que no han pensado en lo que pasaría si por el flanco derecho les sacábamos de su teatro de operaciones. Y les va a costar muy caro no haber previsto semejante circunstancia. Hemos podido contrarrestar sus precipitados e improvisados movimientos y han caído en su propia trampa. Me han abierto una puerta que voy a traspasar hacia la victoria y hacia la gloria.

Zeus, yo soy tu hijo. Y los hijos de los dioses no pueden perder. Mis hombres lo saben y lucharán hasta el final. No queda nada atrás y no tenemos nada que temer. Nuestros nombres serán recordados toda la eternidad y los rapsodas cantarán nuestras hazañas como Homero hizo con los héroes de Troya. Nuestras gestas atravesarán la noche de los tiempos y tendrán eco en la eternidad.
Pero algo extraño ocurre… Siento que la carrera está haciéndoseme eterna y no alcanzo nunca a Darío. Si secciono la cabeza de este imperio todo entero caerá en mis manos. El galope de Bucéfalo es furibundo pero no escucho el ruido de sus patas sobre la yerma tierra de esta llanura de Gaugamela.
Aliento a mis tropas y gritó, pero mi garganta no consigue emitir ningún grito de guerra. Algo sucede y no sé muy bien lo que es.
Mi capa ondea al viento sí, pero no sopla ni una mísera pizca de brisa.
Las tropas están en sus posiciones, en perfecta formación como les he ordenado, pero nadie se mueve. Ni siquiera Darío. Todo está en calma.
Y mis ropas… ¡No tienen color! Mi torso es de un duro material y no puedo articular mis brazos ni mis piernas. No tengo dedos y Bucéfalo no puede correr. Los dioses me están convirtiendo en un ser inerte, pero sonriente…
Sí, eso es. Ya sé lo que pasa… ¡Gracias oh Zeus, por otorgarme la inmortalidad!
- José despierta. ¡José!
- ¡Uf! Lo siento, me he quedado transpuesto. La chiquilla no nos ha dejado dormir mucho esta noche…
- Venga, levanta la cabeza y acaba de colocar el playmobil de Alejandro Magno. Debemos acabar con el diorama de Gaugamela de una vez por todas y aún nos quedan muchas más figuras por retocar.
- Al final ¿cuántos playmobil pondremos?
- He hablado con los de la organización y creen que podremos rondar los 4000 en este diorama.
- O sea, nos quedan cien más por colocar.
- Unos cuantos hoplitas más y completaremos las proporciones como habíamos previsto.
- ¡Será una de las mejores recreaciones que hayamos hecho!
- Hemos tenido que crear con resina algunos de ellos. Ya sabes que aún no han lanzado una serie de playmobils sobre Grecia. Nos hemos tenido que apañar con los romanos y los egipcios. Ya sabes. Un poquito de pintura, epoxy y masilla hacen auténticos milagros.
- A ver si captan el mensaje… Queremos una colección de playmobils griegos… ¡Ya! ¿Tú sabes lo chulo que quedaría en mi colección un Partenón?
EL SITIO DE ALESIA por Txema Gil
El relato está ambientado en el siglo I a.C. en la Guerra de las Galias, más en concreto, en el sitio de Alesia, lugar donde el Gran Julio César alcanzó la gloria militar eterna.