jueves, 23 de junio de 2016

"Memorias de Pipo" Relato ganador del V Concurso de Relatos Cortos del PJO.



Logo del proyecto Erasmus+
A lo largo del último trimestre del curso 15-16 los alumnos han participado en el V Concurso de Relatos Cortos, organizado por María Aragón, profesora del departamento de Lenguas y Txema Gil, profesor del departamento de Humanidades (haciendo click aquí están las bases)

Los alumnos de 1º de bachiller han escrito sobre el tema del Ágape, el amor desinteresado, ya que el centro está desarrollando un proyecto Erasmus+ llamado "Europe in Love" y el tipo de amor que nos ha tocado ha sido el Ágape. así trabajabamos el concepto con los alumnos. 

Se han presentado más de 50 relatos al concurso con un nivel aceptable en más o menos dos terceras partes de los participante y un nivel medio alto en un tercio de los mismos. estamos muy contentos con el resultado y queremos compartir e informar quién ha vencido en este concurso.

Laura Gimeno de 1º de Bachiller C

El relato ganador es:
 Memorias de Pipo 
de la alumna de 1º de bachillerato C 
LAURA GIMENO.

Nuestra más sincera enhorabuena por este precioso relato. Laura ha sabido captar la esencia del amor desinteresado por los demás a través de una preciosa historia que a modo de diario narra un joven que vive una vida anodina y que experimentará una transformación radical gracias a la entrega por los demás. Muy bonito. Es Laura una dignísima campeona. 

Aquí os lo dejamos para que lo disfrutéis.


Memorias de Pipo    
                                                                    

6 de febrero:

Despertador. 6:30 de la mañana. Me pongo mis viejas zapatillas de ir por casa. Tostadas con mermelada de fresa. Café solo. Ducha de agua fría. Pensamientos. 

7:00. Ajusto mi corbata y salgo a la calle. El frío de la mañana rebota en mis mejillas, estoy acostumbrado. Sigo mi camino y observo. Segunda manzana a la derecha. Suspiro. Elisabeth me sonríe con una amplia sonrisa y una leve inclinación de cabeza mientras riega las petunias de la entrada de su floristería. Yo le respondo con el mismo gesto, como cada mañana, y continúo caminando. En diez minutos llego a la sucursal. Como siempre, me detengo a mirar el cartel de la entrada. “Sucursal 48. Oficina de correos”. La primera ‘i’ de ‘oficina’ sigue defectuosa, más corta que el resto de las letras. ¡Qué cartel más odioso! Suspiro de nuevo. En mi incomoda y apretada parcela de trabajo ya me esperan los montones y montones de cartas que me tocará clasificar y separar una tras otra. Juanjo Martínez Salcedo pasa por mi lado con sus habituales aires de superioridad. Cómo odio tener que obedecer todas sus instrucciones cuando es un ridículo ricachón feo que se aprovecha de todos los trabajadores de esta angustiosa sucursal.

11:45. Facturas, facturas y más facturas. Si hay un poco de suerte puede que hoy me encuentre una carta, como a mí me gusta llamarlas, ‘auténtica’. Relaciones a distancia, viajes que se alargan más de la cuenta, morriña de vuelta a casa, aniversarios, declaraciones atrevidas o cobardes que terminan historias maravillosas de la más romántica y a la vez estúpida manera. Lo cierto es que siempre que una ‘auténtica’ pasa por mis manos se me hace imposible no pararme simplemente dos segundos a imaginar. Reconozco que me gustaría recibir una algún día para dejar de imaginar y ser protagonista de la historia que envuelve una ‘auténtica’. Siempre me ha fascinado lo mucho que puede recoger un poco de tinta y un trozo de papel. Me doy cuenta de que todo esto hace veinte años era habitual y ahora lo raro es recibir una de estas. 

17:00. Por fin se acaba la jornada. Hora de volver a casa. Recojo mis cosas y vuelvo por el mismo camino. Hoy estoy excesivamente cansado y la tarde no se me plantea con grandes planes así que me dedico a hacer unas cuantas tareas domésticas pendientes del fin de semana y a ver un programa sobre política que suelen echar por la tarde, al que no presto mucha atención. Pronto es de noche. Me meto en mi cama y cierro los ojos. Intento pensar que mañana será otro día, aunque sé que será más de lo mismo.

15 de febrero:

Despertador. 6:30 de la mañana. Me dirijo hacia la cocina aún con restos de legañas entre mis pestañas. Preparo mi café sólo. Ducha rápida y pensamientos. Hoy he decidido ponerme mi camisa favorita. Nunca tengo ocasiones especiales en las que utilizarla así que la uso para el trabajo. 

7:00. Ajusto mi corbata y salgo a la calle. Genial. Llueve. Pensándolo mejor, hoy no era el mejor día para ponerme la camisa. Abro el paraguas y suspiro. Elisabeth me saluda, esta vez desde el interior del negocio. Siempre sonríe cuando lo hace y nunca he entendido el porqué. Es prácticamente la única que muestra algo de simpatía o amabilidad diariamente y la verdad es que se agradece. La gente en general es odiosa. Están siempre metidos en sus asuntos. No miran más allá del cuello de sus camisas y eso me decepciona. Parece que todos se mueven al son de una melodía aburrida y rutinaria que no para de sonar en mi cabeza. Siempre el mismo compás y el mismo ritmo. Hoy es lunes, mañana martes, pasado miércoles; parpadeas un segundo y sin quererlo vuelve a ser lunes. Un día tras otro y todos seguimos atrapados en el mismo compás. Solo que de repente un día la melodía deja de sonar,  pero no para cambiar por otra distinta sino que simplemente deja de sonar y ahí acaba todo. ¿Pero, a quién le importa eso?


17:00. Hoy ha sido un día duro. De nuevo la letra ‘i’ defectuosa.  De buena mañana la charla en el despacho de Juanjo Martínez Salcedo que  me ha dejado  de mal humor hasta el final del día. Una excesiva cantidad de trabajo que casi no me ha dejado tiempo ni para comer.  Y por desgracia, ni rastro de ‘auténticas’. Pero por fin suena el timbre de ‘fin de la jornada’. Recojo mis cosas y suspirando me pongo en camino de vuelta a casa. Ya no llueve. Voy inmerso en mis pensamientos cuando de repente levanto la cabeza y me doy cuenta de que extrañamente Elisabeth vuelve a estar  en la entrada de la tienda y de nuevo me saluda. No sé mucho de ella. Solo sé que en la etiqueta de su uniforme, con una caligrafía bien cuidada, se puede leer ‘Elisabeth J.’, que siempre lleva su melena rubia recogida en un moño medio desecho y que se convirtió en parte de mi rutina matutina hace poco más de dos años cuando su madre, dueña y fundadora del negocio familiar, falleció por su ya avanzada edad y tuvo que hacerse cargo junto a la que parece ser su hermana pequeña.  Además sé que abre de nuevo a las cinco y media de la tarde. Nunca antes. 

22:45. He puesto ya el lavavajillas en marcha y me meto en la cama. Tengo que acordarme de mirar un colchón nuevo, mis cuarenta ya empiezan a hacer efecto en las lumbares. 

2 de abril:

Despertador. 6:50. ¡Mierda!. El despertador se me ha vuelto a estropear. Dios, ¿dónde está la caja nueva de capsulas de café que compré la semana pasada? No hay tiempo. Me compraré uno en la máquina de la sucursal. Recojo mis cosas y salgo a la calle. Segunda manzana a la derecha y mientras ajusto mi corbata. Hoy  no tiene pinta de ser un buen día. Elisabeth no está en la entrada. Pero justo cuando paso por enfrente de su local veo que está mirando a través del escaparate con cierta preocupación. No hay tiempo ni de cordialidades ni de pararme a imaginar qué es lo que le ocurrirá a la pobre chica. Cruce de miradas rápido acompañado de una sutil sonrisa por parte de ambos y sigo adelante. No me paro a revisar el cartel de la entrada y directamente entro lo más rápido posible. El hombre de la limpieza me mira extrañado. Qué raro. No hay nadie en las mesas. Decido preguntarle al anciano trabajador con bigote desaliñado. Estupendo. El muy considerado Juanjo Martínez Salcedo hoy ha decidido dar el día libre a toda la sucursal a causa de una repentina inspección de instalaciones y yo no he recibido la circular informativa. Agradezco su atención al buen hombre, me doy media vuelta y me pongo en marcha de vuelta a casa. 


Ahora más relajado ando a pasos más sosegados y mientras, pienso en mis cosas y maldigo a esa circular que nunca recibí. En un segundo alzo la cabeza. Es Elisabeth que sale de su floristería apresurada con una bolsa enorme colgando de su hombro. La cremallera está medio abierta y veo que un trozo de tela brillante con círculos rojos, azules, amarillos y verdes sobresale de su interior. A Elisabeth siempre la he visto con prendas estampadas porque parece ser que le gustan pero nunca la había visto con algo tan llamativo. No para de mirar el reloj mientras espera a que el semáforo se ponga en verde. Parece que no soy el único al que se le ha hecho tarde hoy. No tengo nada pendiente esta mañana y lo cierto es que me mata la curiosidad. ¿Hacia dónde se dirigirá? 

Sin darme cuenta ya estoy cruzando el paso de cebra en el que Elisabeth esperaba y voy siguiendo sus pasos. Pero, ¿qué estoy haciendo? No soy de esos que pierden el tiempo interesándose y preocupándose por las vidas de los demás. Pero no puedo evitarlo. Si algo llama mi atención debo llegar hasta el final con ello. Decido dejar unos metros de distancia para asegurarme de que no soy descubierto mientras intento encajar las piezas de lo que la chica se trae entre manos. 

7:30. Por fin se detiene en… ¿el hospital? No entiendo nada. Puede que haya recibido una mala noticia y venga a visitar a un amigo o familiar. Apresuro mis pasos y la sigo a la entrada. Pero Elisabeth se gira justo cuando estoy cruzando la puerta del hospital posándose frente a mí. No puede ser. Me ha pillado. ¿Qué va a pensar de mí ahora? Seguro que piensa que soy un lunático. De repente me siento culpable y avergonzado. No debería haberla seguido. Solo quiero huir. Pero no hay tiempo, Elisabeth se acerca a mí. 

-Me estás siguiendo, ¿verdad? 

No puedo reconocerle que efectivamente la estaba siguiendo y no se me ocurre ninguna buena excusa así que de mi boca no sale ni una sola palabra. Lo intento pero solo balbuceo. Noto que mis mejillas se sonrojan a una velocidad extrema. Estoy confuso. Por la sonrisa que reluce en su rostro diría que no está enfadada. Pero sería lógico que estuviera asustada o al menos molesta.

-No te preocupes –dice ella –. Me llamo Elisabeth. Nunca hemos tenido el placer de conocernos hasta ahora, señor desconocido de las mañanas –bromea mientras extiende su mano.

-Eh... Sí, Iñigo Sánchez, encantado –mientras estrecho su mano –. Pero por favor, no me trate de usted.

-Lo mismo digo; y puedes llamarme Eli. ¿Vienes de visita o solo has decidido seguirme?

De nuevo me quedo en blanco. 

-Parece que eres hombre de pocas palabras. No importa. Pero no te quedes ahí parado ahora que has venido hasta aquí. Vamos, ayúdame. Hoy hay mucho trabajo que hacer. 

¿Trabajo? ¿A qué se refiere? ¿También trabaja en el hospital? Mientras tanto Elisabeth ya me tiene cogido del brazo y me arrastra hasta una habitación en una esquina de la sala. No puede ser. En la habitación hay como seis personas disfrazadas de payasos que conversan entre ellos. ¿Esto es un sueño? 

-Eli otra vez llegas tarde, te estábamos esperando. –dice una voz femenina que viene del fono de la habitación.

-Lo sé chicos, lo siento mucho, ya sabéis que la puntualidad y yo no somos muy compatibles. –apurada se acerca a unas cajas del fondo y saca cuatro prendas de un disfraz de payaso y se dirige hacia mí –. Aquí tienes. Rápido, puedes cambiarte detrás de esa cortina. 

-Espera, espera. ¿De qué va todo esto?

-Ah, sí, sí, bienvenido al proyecto Payasospital’. Estos son Sandra, Mia, Alberto, Silvia, Fede y Julián. –me saludan todos con la mano a medida que Eli les va nombrando-.Nos reunimos todas las semanas y nos dedicamos básicamente a pasear por las plantas de niños de los hospitales de la zona haciéndoles reír e intentando alegrarles un poco su estancia aquí, que por desgracia no es que digamos muy agradable; y como estamos escasos de personal y tú no quieres que te ponga una demanda por acoso pues nos vas a ayudar hoy. Ya verás cómo te encanta. Los niños son un amor y además…



-Elisabeth… quiero decir, Eli. –le interrumpo mientas saca su disfraz de la bolsa –. Siento mucho haberte seguido y te prometo que no volverá a pasar, pero yo no valgo para este tipo de cosas. Hazme caso. Mejor buscaos a otro.

Me dirijo a la puerta mientras todos me miran. Eli me sigue y antes de salir me agarra de nuevo del brazo.

-Vamos, no es tan difícil, la vergüenza se pierde rápido y si me has seguido hasta aquí, eso que quiere decir que no tienes  muchos planes para hoy. Además luego te sentirás mucho mejor. Esos niños tienen un corazón enorme y créeme si te digo que son capaces de alegrarte el día.

La verdad es que ni recuerdo la última vez que tuve un día ‘alegre’. Tras unos minutos debatiendo acabo por ceder, prometiéndole además que si sonrío una sola vez mientras realizamos la visita tendré que volver otro día. No puedo creer que me haya hecho el lío. 

13:00. La mañana se me ha pasado volando. Me dirijo ahora de camino a casa. Eli definitivamente es una chica alucinante. No me había fijado en sus ojos pero los tiene de un color miel realmente dulce. Lo cierto es que tampoco he participado mucho, me limitaba simplemente a saludar cuando Eli me presentaba al resto de niños con el nombre con que me han bautizado y a quedarme atrás observando y escuchando las risas que sonaban de una manera distinta en mí cabeza, como una especie de melodía. Pipo. No me convence mucho como nombre para un payaso, pero qué más da. Mientras estoy a punto de entrar en mi portal me acuerdo de Claudia. Si no fuera por esa cría habría ganado mi apuesta y no tendría que ir el próximo sábado. En uno de los ratos en los que estaba en la parte trasera de la habitación se me ha acercado Claudia, una niña de ocho años con leucemia que parecía ser la más mayor de su sección. Ha acercado su silla a la mía y con un desparpajo que jamás había visto en ningún otro sitio va y me dice:

-Eres el novio de Eli ¿No? Yo soy Claudia, y soy su mejor amiga. No me gustas. Eres muy aburrido. Así que no quiero que seáis nunca más novios. ¿Te ha quedado claro? 

En ese momento solo he pensado en lo impertinente que era aquella niñata que no tenía ni idea de nada, pero inevitablemente una risa se ha escapado de mi boca al ver las zapatillas de Barbie rosas con purpurina que llevaba, combinadas con el batín de los pacientes del hospital. En ese momento Eli estaba cerca y por desgracia no me he librado y he perdido la apuesta. Después de aquello Claudia y yo hemos seguido conversando y me ha presentado a toda su gran colección de Barbies que tiene guardadas en el armario de su habitación. Además me ha dicho que no le gusta mi barba. Lo cierto es que no me afeito desde hace cinco días. 

21:30. No paro de pensar en lo surrealista que ha sido lo de hoy. Aún no me puedo creer que haya hecho algo así. Yo. Y lo peor es que no lo he pasado tan mal como creía. Espero que el sábado no se me haga muy pesado y que acabe pronto. No me gustaría estropear mi horario de los fines de semana. Mañana ya toca volver a la sucursal y seguro que tenemos el doble de trabajo por el día libre de hoy. Mejor no pensarlo.

8 de abril:

Despertador. 6:30 de la mañana. Mientras me pongo mis viejas zapatillas pienso en que hoy toca ir al hospital. Café solo y preparo tostadas. Ducha de agua fría con más pensamientos de los habituales. Tengo que hacer algún recado antes de acudir al centro así que me apresuro para no llegar tarde. 

7:15. A dos calles del hospital me cruzo con Eli y hasta llegar al hospital conversamos sobre todo y nada a la vez. 

10:00 es la hora del almuerzo y Claudia, quien no se ha separado de mí en toda la mañana, me invita a tomar té con Fred, su oso de peluche. Claudia es realmente especial. Es muy madura para la edad que tiene aunque su notable ingenuidad, su agudo tono de voz y la alegría e inocencia que desprende delatan su niñez. Hoy me he afeitado para que no me dijera nada y me ha dicho que ahora le caigo un poco mejor. Es absolutamente genial. 

13:10. Salgo del hospital justo después de despedirme de Eli y del resto. No puedo evitar quitarme la sonrisa que invade toda mi cara. Me molesta reconocerlo pero lo cierto es que lo he pasado realmente bien hoy. No entiendo aún  lo que me pasa. He sentido cosas que hacía años que no sentía. Por una vez me he olvidado de todas esas facturas, de Juanjo Martínez Salcedo  y de mi asfixiante rutina. Le he prometido a Claudia que el sábado que viene le traería mi colección de soldaditos de plomo de cuando era pequeño, así que me tocará volver la semana que viene. 

19:30. Estar hoy con Claudia me ha hecho recordar parte de mi infancia y muchas cosas que había olvidado como al coronel Jake, mi muñeco favorito que me regaló mi madre en mi sexto cumpleaños. Voy hacia la sala de estar y con la ayuda de una silla bajo algunos de los muchos álbumes de fotos que almaceno en el altillo. Ojeo las páginas. Que recuerdos… El verano en Bruselas con la Tía Ángela y los primos, el día de la excursión al monte donde nos quedamos tirados en la carretera… Es una pena que  todos esos niños se estén perdiendo tantos momentos como estos…

15 de abril:

Despertador. 6:30 de la mañana. Esta semana ha sido dura y estoy realmente cansado. Lo único bueno es que curiosamente esta semana han pasado por mis manos muchas más ‘auténticas’ que de normal y  lo he pasado muy bien imaginando lo que cuenta cada una. Aunque me gustaría no puedo quedarme a vaguear en el sofá todo el día, le prometí a Claudia que le enseñaría mi colección y yo soy un hombre de palabra. Tomo mi café mientras elijo la camisa de hoy. Me visto rápido, cojo mi colección, salgo a la calle y aligero el paso. Dos manzanas a la derecha y Eli me espera justo enfrente de su floristería, como habíamos acordado. El camino hacia el centro se me hace muy corto. Eli me transmite mucha confianza y lo cierto es que conectamos desde el primer día. Ahora suelo pararme dos minutos a charlar con ella cada mañana mientras riega las flores de la entrada de su local. Es muy agradable y considerada conmigo y me hace sentir bien.  Entramos y el resto de compañeros ya están listos y esperando nuestra llegada. 

13:10. Definitivamente hoy lo he pasado realmente bien. Antes de la hora del almuerzo Claudia y yo hemos jugado un rato con mi vieja colección de soldaditos quienes al final se han acabado convirtiendo en los novios de sus Barbies. Luego he podido conocer a los padres de Claudia quienes me han contado lo mucho que habla de mi Claudia cuando yo no estoy y las ganas que tenían de conocerme. También me han hablado un poco más de la seriedad en la que se encuentra su caso y de lo mal que lleva el tema de la quimioterapia, la cual tampoco es que esté dando muchos resultados. Eso me ha dejado bastante preocupado. En las últimas horas hemos estado simplemente tirados en el sofá hablando de nuestras cosas. Le he hablado de mi trabajo y de las ‘auténticas’ y ella me ha hablado de lo mala que está la sopa del hospital y de lo poco que las enfermeras le dejan ver la televisión. 

Pero ha sido cuando apenas faltaba una hora para irnos cuando Claudia me ha confesado un secreto que me ha dejado helado. Resulta que ella ya me conocía sin haberme visto nunca. Sabía a qué hora me despertaba por las mañanas y también sabía que siempre solía llevar la barba sin afeitar y descuidada. Todo esto no porque fuera  adivina ni nada por el estilo sino porque Eli le llevaba hablando de mí desde hacía ya unos meses. Resulta que había llamado su atención desde el primer momento que cruzamos una sonrisa en un día cualquiera. De ahí su cara de preocupación el día que se me estropeó el despertador y no pasé por su tienda a la misma hora de siempre. De ahí su amabilidad desde el primer momento. De ahí que no se enfadó cuando la seguí hasta ese mismo hospital y que no solo no me diera importancia sino que además me obligara a participar en ‘Payasospital. La verdad es que no me lo podía creer y casi me he ido sin despedirme cuando ha llegado la hora de irnos. No podía cruzarme con ella ahora. No después de saber este secreto ahora no tan secreto. Ahora camino hacía casa con prisas. ¿Por qué estoy sonriendo? Jamás podría llegar a tener nada con una chica como Eli. Ella es inteligente, graciosa, atrevida y todos la adoran, además ahora está mucho más guapa porque últimamente se suelta más el pelo y lo cierto es que le favorece mucho. Claudia dice que lo hace para impresionarme y llamar mi atención. ¡Dios!, no puedo parar de sonreír. La gente va a pensar que soy idiota.

13 de mayo:

Despertador. 6:30 de la mañana. Lo cierto es que hacía mucho tiempo que no escribía, estas últimas semanas he estado realmente ocupado. El triple de trabajo de lo normal, las tareas de casa y las contínuas visitas a Claudia me han dejado casi sin tiempo para mí; pero lo cierto es que me siento por una vez en mi vida vivo. Me preparo mi café, pero esta vez con tostadas con un poco de crema de cacao por encima. Me lo recomendó Claudia el sábado pasado y lo cierto es que me he viciado. Me doy una buena ducha de agua fría y decido ponerme mi camisa favorita. Salgo a la calle y los primeros rallos de sol me hacen entrecerrar mis parpados hasta que se acostumbras mis pupilas. Respiro hondo y camino. 

En la floristería me espera Eli. Me recibe con un dulce y cálido beso en los labios. Y enseguida nos ponemos en marcha. Lo cierto es que después de la confesión de Claudia, hace un mes aproximadamente, hizo que no tardáramos mucho más en confesar lo que sentíamos el uno por el otro y aunque aún estamos empezando lo cierto es que siento que Eli es capaz de sacar lo mejor de todo el mundo, incluido de mí y que nunca hasta ahora había sentido todo lo que siento en estos momentos. Últimamente todo va genial. Claudia parece que empieza a responder al nuevo tratamiento que empezó hace dos semanas y los médicos confían en su recuperación. Mucha más gente ha decidido unirse al proyecto y hay días que hasta tenemos que hacer turnos para que todos los nuevos voluntarios puedan participar. Juanjo Martínez Salcedo fue por fin sustituido por un nuevo jefe de planta que sí que se preocupa por nosotros, los trabajadores y que además se rumorea que está pensando en arreglar el defecto del cartel de la entrada de la sucursal. Ese cartel por fin dejará de ser odioso. No puede ir mejor. 

13:30. Hoy se han alargado las visitas por el cumpleaños de uno de los niños de la planta. Le hemos preparado una gran fiesta con comida, globos y regalos. Su madre ha venido con los ojos llorosos a agradecernos nuestra aportación y a decirnos lo mucho que estamos consiguiendo con todos los pequeños del hospital. Me he sentido realmente halagado y satisfecho pero lo mejor de todo ha sido la cara de felicidad de todos los niños en el momento de la fiesta. Luego hemos quedado Eli y yo para cenar. Eli ha propuesto ir  a un restaurante italiano nuevo de la zona pero lo cierto es que yo prefiero el japonés de la calle Romero. Vayamos donde vayamos, seguro que lo pasamos bien

18 de mayo:

3:48 de la madrugada. No suena el despertador ni tengo mis viejas zapatillas de ir por casa. No voy hacia la cocina a por mi café solo. Simplemente estoy sentado. A mi lado está Eli que no para de llorar. Estamos en el hospital. Nos ha llamado la enfermera de Claudia que nos ha informado de la gravedad en la que se encuentra el estado de la pequeña en estos momentos. El nuevo tratamiento le ha desarrollado una serie de efectos secundarios que han producido que se le inflamaran los tubos respiratorios de los pulmones haciendo que se quedara sin respiración por casi 10 minutos. La cosa se ha puesto muy fea. Su madre pasea de punta a punta de la sala de espera mordiéndose las uñas con los ojos hinchados y vidriosos. No nos dejan pasar y eso me preocupa. 

No puedo imaginar si por algún casual Claudia no saliera de esta. Me duele la cabeza. Claudia no se merece esto. ¿Por qué? ¿Por qué a ella? Me desespero. Me temo lo peor y solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta. Mi pequeña guerrera y soñadora… no puede acabar todo aquí. ¿Qué pasa con su primer novio y su primer beso? ¿Qué va pasar con su primera asignatura suspendida? ¿Y su baile de graduación ? ¿Qué pasará con sus primeros errores y sus miedos que le quedan por superar? ¿Qué pasará con todos los viajes alrededor de todo el mundo del que tantas veces hemos hablado? No puede terminar todo aquí. No así. Esto no es justo. ¿Dónde está la maldita enfermera? Nos quedan tantas cosas por contarnos y tantas historias que inventar… Esto no es justo. 

4:05. Seguimos sin recibir noticias y Eli no deja de llorar. A su derecha sostiene un ramo de claveles rosas que ha sacado de su floristería. Los claveles son las flores favoritas de Claudia. No nos hagas esto… Claudia, no me haga esto.

20 de mayo:

9:00 de la mañana. Alcanzo mis viejas zapatillas de ir por casa. Tostadas con crema de cacao. Café solo. Ducha de agua fría. Pensamientos. 

9:30. Ajusto mi corbata y salgo a la calle. Hoy está nublado y las temperaturas han bajado. El frío rebota en mis mejillas. Respiro hondo y a continuación exhalo todo el aire en un suspiro. Sigo mi camino y observo. Eli me espera donde siempre. Nos abrazamos y sin decir ni una sola palabra seguimos caminando. Claudia murió en la madrugada del día 18 de mayo  a las 4:33 horas. Ni siquiera pudimos despedirnos. Vamos de camino al cementerio para acudir a su entierro. Llevo prácticamente desde ese día sin dormir y eso mi cuerpo lo nota. Me pesa cada centímetro de mí. No puedo evitar suspirar cada tres pasos que doy y cada paso que doy siento que empiezo a estar dos pasos más alejado de ella. Aún intento buscar una razón lógica a todo esto. ¿Por qué? No se lo merece. 

12:10. El entierro ha concluido. Camino con Eli cogida de mi brazo izquierdo. Los dos en silencio. El dolor nos invade. En mi mano derecha sostengo mi primera ‘auténtica’. La escribió Claudia una semana antes de su muerte por si acaso pasara algo para tenerla preparada y poder dármela cuando ella tuviera la oportunidad. Ella sabía lo importante que son para mí y quería que mi primera ‘auténtica’ fuera la suya. En este caso no llegó a entregármela ella, sino que ha sido su madre la que me la ha dado acompañada de un abrazo que me ha conmovido. Lo cierto es que si hubiera sabido que una ‘auténtica’ podía recoger además de tanta ternura tanto dolor jamás habría deseado recibir una. La carta simplemente habla de nuestras bromas y de lo guapo que estoy cuando me afeito. Además dice que Fred, su oso de peluche lleva toda la semana constipado y que necesita un besito de ‘cura-sana’ mío y de Eli para curarse. Al final del todo habla de lo mucho que nos quiere y nos da las gracias por jugar con ella siempre a las Barbies. 

Ahora sí que efectivamente digo que Claudia se ha ido para siempre de nuestras vidas. Pero una cosa que sí que es cierta y siempre perdurará es la huella que Claudia ha dejado en mí. No solo me ha devuelto la vitalidad y la ilusión sino que además ha sido capaz de hacer que olvide esa melodía angustiosa y repetitiva y ha hecho que sea sustituida por algo que suena mucho mejor. Ha cambiado mi perspectiva. Me ha enseñado a querer y a ser querido y me ha regalado más de lo que nadie se imagina. 

Lo cierto es que ‘Payasospital’ y Pipo en sí se dedican a ayudar a los niños enfermos, a hacer sus días más llevaderos sin recibir nada a cambio,  pero en mi caso, siento que he recibido mucho más de lo que he podido llegar a dar; y eso, eso no se me va a olvidar nunca.

1 comentario:

Martapjo dijo...

¡Qué bonito! Me ha encantado