viernes, 4 de marzo de 2011

Relato histórico por entregas... (Cap. XIV y último) A PUNTO DE ACABAR

CAPÍTULO XIV
La reacción fue muy dispar. Algunos se echaron a llorar, otros como Manola corrieron en todas direcciones. Otros se agruparon en torno a los que aún consideraban líderes o personas de referencia, que no sabían tampoco como reaccionar. Otros alentaron a resistir y dijeron que aquello aún no había terminado. No pasarán.
Lo peor de la guerra: la muerte de tantos españoles.
Pero poco a poco, se observaba una creciente cantidad de gente que se asomaba a la calle. Gente que no la solía frecuentar y que, después de haber escuchado el parte, buscaban con ansía alguna presencia de los vencedores. Parecía claro que no dudarían en alzar el brazo en el saludo fascista en cuanto vieran un atisbo del Ejército Nacional. Eran los odiados quintacolumnistas, ansiosos por proclamar su victoria a gritos y comenzar su particular venganza. Ellos habían sufrido mucho en un Madrid que resistía. La quinta columna quería que la sublevación venciera y clandestinamente, luchaban por conseguirlo. Y ahora por fin, había llegado el momento de la victoria.
Las calles se quedaron desiertas de mujeres y milicianos, que corrían a esconderse. Quemaban sus papeles y sus uniformes, con la esperanza de no ser reconocidos. El miedo se apoderaba de la gente.
Antonio había saltado de su camión después de haber escuchado claramente a su Manola gritar su nombre, pero no había acertado a verla. Cuando apareció el pelotón comunista, Antonio, que ya no llevaba uniforme ni arma y estaba vestido de paisano, por lo que pudo confundirse entre la multitud y echar a andar por el Paseo del Prado. Pero algo le había paralizado. La música militar, el parte de guerra… No le sorprendía en absoluto, aunque no pensó que fuera tan pronto.
Inmerso en sus cavilaciones, levantó la cabeza para volver a echar a caminar pero, de repente, la vio. Corría calle abajo a toda velocidad, en dirección al Ritz. Antonio volvió a silbar, esta vez más fuerte, mientras corría en su persecución.
Manola se detuvo en seco al escuchar de nuevo el silbido y se dio media vuelta. Allí, en la acera de enfrente, le vio. Le reconoció enseguida, a pesar de su aspecto desgarbado y derrotado, de sus ojeras y sus nuevas cicatrices en la frente, recuerdos de la Cóndor. Era él y no era un sueño.
Sin mediar palabra se acercaron y se fundieron en un largo abrazo. El tiempo se detuvo. Todo volvía cobrar sentido. No importaba nada más. Manola y Antonio estaban de nuevo juntos y nada ni nadie les volverían a separar. Saldrían adelante.

FIN

1 comentario:

itziar dijo...

Qué bonita historia. Este relato me ha ayuddo para sber más del pasado de nuestra historia.