miércoles, 17 de junio de 2015

LA INOCENCIA INDUCIDA (relato histórico SUBCAMPEÓN -ex aequo- del concurso en categoría B)

Hoy publicamos el relato que fue galardonado con el SEGUNDO PREMIO ex aequo de la categoria B (los relatos relacionados con el proyecto sobre la Guerra Fría que hemos desarrollado este año y que llevaba por título THE WALL)

Su autor es ALEX ORTIZ, de 1º de bachillerato, aL que quiero agradecer que me haya permitido publicar el relato en el blog. Espero que disfrutéis de la lectura del relato de ALEX. Aquí está la reseña breve y a continuación el relato:

El relat titolat La inocencia inducida té una cuidada prosa que ens va sorprendre. Paraules apropiades, varietat de vocabulari, ritme mesurat i calculat... Un molt bon treball que de segur farà disfrutar als amants de les paraules. Un relat ambientat al Niger, amb la Guerra Freda de trasfons on hi ha un joc d'interessos per aconseguir el preciat urani en un moment de carrera armamentística clau per a la Història. Un tema original, ben escrit i molt ben platejat. Enhorabona Alex.

LA INOCENCIA INDUCIDA

El avión de la compañía Royal Air Maroc proseguía su descenso cuando Yuri se acercó a la ventanilla y vio las primeras imágenes del aeropuerto de Niamey. Había leído mucho sobre Níger en las últimas semanas en su habitación de la base de Nueva Zembla en el ártico a las órdenes del célebre General Kudryavtsev. 

Yuri no era militar, al contrario, siempre había pensado que las guerras nunca solucionan los conflictos sino que los empeoran. Pero él era ruso y, en la Unión Soviética, uno no elegía a qué se dedicaba. 

Había sido seleccionado para trabajar en el programa de pruebas nucleares porque había obtenido las mejores calificaciones en la universidad y su tesis de fin de carrera sobre las posibilidades del uranio enriquecido había recibido elogios del propio rector y, lo que es más importante, del representante del PCUS. Por ello, había comenzado en la agencia hace seis años, justo tras acabar la carrera y los comienzos no fueron nada fáciles. De hecho, si no hubiera sido por su jefe directo, el doctor Sergei Romenko, probablemente habría terminado en un Gulag por culpa de su espíritu crítico y su carácter rebelde e irreverente. 

Admiraba enormemente a Sergei, un científico del máximo nivel y no un burócrata como muchos de sus compañeros. Sergei le acogió con los brazos abiertos y había aprendido mucho de él en estos años sobre técnicas de determinación de la calidad del uranio. Sergei era físico, como él; pero además era un reconocido geólogo y una persona con gran experiencia internacional. Hablaba ruso, alemán e inglés, como el propio Yuri, pero también francés, español y otras cuantas lenguas que había aprendido cuando era joven, acompañando a su padre, diplomático y miembro destacado del PCUS, por medio mundo. 

Yacimientos de Arlit
Tal era su consideración que no dudó cuando Sergei le propuso viajar juntos a Níger para una misión delicada. Tenían que llevar a cabo unas pruebas sobre un tipo de uranio que se extraía en los yacimientos de Arlit, al norte del país. Las informaciones preliminares hablaban de la posibilidad de que este material tuviera unas propiedades que le harían inigualable. A Yuri no se le escapaba que, de ser así, la Unión Soviética haría todo lo posible para hacerse con el control de estos yacimientos, lo que le daría una buena ventaja frente al “enemigo imperialista”. 

De hecho, era en eso en lo único que Yuri no coincidía con Sergei. Yuri, no creía que hubiera un “enemigo” y en más de una ocasión había sido criticado por su carácter tolerante y pacifista. Sergei a sus cincuenta años, mostraba continuamente su resentimiento hacia los americanos y hacia el capitalismo como si fuera un joven radical. Yuri pensaba la virulencia política de su jefe se debía a que había crecido en un ambiente acomodado gracias a la posición de su padre y no en un mísero apartamento del extrarradio de Moscú como él.

Ahora ambos estaban aterrizando en Niamey provistos de pasaportes de la República Democrática Alemana. Sergei la había explicado que era mejor que no se identificaran como soviéticos. El mismísimo General Semichastny, reciente director de la KGB, les había recibido en su despacho y les había habado de la importancia de su misión. Les había explicado que el momento era complicado y que todavía lo sería más; sus últimas palabras aún resonaban en su cabeza: La URSS cuenta con vosotros. 

Yuri no alcanzaba a comprender por qué se había metido en aquel lío. Nunca había sido un joven valiente, ni tan siquiera le gustaba viajar. Él era feliz entre sus libros y en su laboratorio. Allí era donde encontraba la paz y donde podía olvidarse de las penurias de su niñez. Tampoco lo hacía por convicciones ideológicas, ni mucho menos. Era mucho más simple: no tuvo valor para decir no a su jefe. Sergei le había contado que los protocolos de seguridad de la KGB obligaban a que este tipo de misiones siempre fueran realizadas por al menos dos personas y que por eso había pensado en él.

El calor era sofocante en esa noche de octubre. La aparente tranquilidad desapareció tan pronto llegaron a la terminal del aeropuerto. Todo era caótico, gente que iba de un lado para otro alzando la voz, personas que intentaban colarse en el control de acceso, policías tumbados en el suelo y empleados que se peleaban por recoger las maletas de los viajeros. Nada que le recordara a su país, donde todo estaba tan tristemente planificado.

Al salir de la terminal, un taxista local les condujo al Hotel Sahel, en el que tenían reservadas dos habitaciones. Pese a lo avanzado de la noche, todos los establecimientos estaban abiertos y había mucha gente en la calle. Seguramente aprovechaban las horas nocturnas en las que las temperaturas descendían.

El hotel Sahel
Tras dejar sus maletas, Sergei vino a buscarle para bajar a la cafetería. Se sentaron y aunque era ya muy tarde, pudieron saborear un magnífico té con menta. Al cabo de unos minutos, un hombre de unos 50 años, de tez morena, con el pelo rizado y vestido con una túnica blanca, se sentó junto a ellos. Sergei no se alteró; de hecho, debía estar esperando que algo así sucediese.

Buenas noches - saludó el desconocido en alemán- Les aconsejo que usen repelente de mosquitos. Pero no lo compren en la farmacia que hay enfrente. Allí venden productos de contrabando –continuó el recién llegado.

Gracias, sólo utilizamos la marca Relec -respondió Sergei en la misma lengua.

A partir de ese momento, el tono de la conversación cambió. Se trataba sin duda de una especie de contraseña mutua prefijada, intuyó Yuri.

El visitante, que se identificó como Louis, les contó que trabajaba para una empresa egipcia implicada en labores logísticas de los yacimientos y que en un par de días les conduciría en helicóptero hasta las minas donde se harían pasar por técnicos de su empresa y tendrían acceso a muestras del material que se extraía y a un laboratorio perfectamente equipado. La visita no les daba derecho a pernoctar en las minas y las muestras no podían salir de las instalaciones mineras porque el ejército nigerino controlaba rigurosamente todo lo que entraba y salía del lugar.

Yuri sintió la presión de tener que hacer todo su trabajo en apenas una jornada pero comprendió que no podía ser de otro modo. Dio por seguro que el mero hecho de haber conseguido la colaboración de Louis era el fruto de un trabajo nada fácil de sus servicios de inteligencia y que no volverían a tener otra oportunidad.

Cuando Louis abandonó la cafetería pasaban ya de las cuatro de la madrugada. Tendrían toda la jornada libre para ellos y se volverían a citar a las cinco de la madrugada de día siguiente en el hotel para su viaje a las minas.

Espectrómetro
Yuri se acostó pero no podía conciliar el sueño. ¿Sería por el cansancio del viaje? ¿Por la tensión de la situación? De pronto cayó en la cuenta. Había algo que fallaba en lo planteado por Louis. Para poder determinar en tan pocas horas la riqueza del material, necesitarían un espectrómetro de alta resolución de un modelo del que solo se dispone en el ejército soviético o seguramente también en el norteamericano. Hasta él sabía que era imposible que ese instrumento pudiera encontrarse en una instalación civil. No se trataba de un aparato voluminoso y se podía dividir por partes de forma que entrase en una bolsa de viaje. No comprendía por qué no habían traído uno con ellos.

Nada más encontrarse para el desayuno presentó sus dudas a su compañero quien no pudo evitar una sonrisa.

-¿Te gusta la artesanía? – se limitó a decirle.

“Marché capital” de Niamey
Se levantaron y tomaron un taxi para dirigirse al “Marché capital” de Niamey. Descendieron y pasearon entre sus tenderetes. Entraron en varias tiendas y regatearon el precio de algunas pequeñas piezas de plata y de madera. No habían comprado gran cosa cuando se adentraron en una tienda dirigida por un anciano de raza “bambara” que dijo llamarse Kone. Les mostró bellas máscaras y estatuas de camellos y elefantes, pero a Sergei no le gustaron. Le dijo que buscaba algo único y singular porque él había vivido de joven en Níger y buscaba algo que le recordara una colección de piezas que había en casa de sus padres en esa época. Se trataba de tres figuras de monos: uno que se tapaba la boca, otro lo ojos y el tercero la boca, pero con la particularidad de que en todas ellas, la mano derecha tenía un dedo de color rojo. El anciano le dijo que estaba de suerte y que tenía una colección así en el almacén. Sergei pagó sin regatear y llamaron a un taxi que les condujo al hotel.

-No sabía que habías vivido en Níger – dijo Yuri ya en el taxi con reproche.

-Hay muchas cosas que no sabes de mí – respondió cortante Sergei.

Al llegar al hotel, fueron juntos a la habitación de Sergei. Aplicando una pequeña llave que Sergei había comprado en otra tienda, éste hizo que las figuras de los tres monos se abrieran y dijo:

Ahí tienes tu espectrómetro LT-46. Es igual al que usas en la base. Vuelve a cerrar las figuras. Nos vamos a comer – Ordenó con aire satisfecho ante la sorpresa de Yuri. 

Antes de salir, le explicó que jamás hubieran podido pasar ese material por el aeropuerto, pero que los servicios soviéticos ya habían pensado en ello. A Yuri le molestó la alusión de su jefe a la magnificencia de su país, pero tuvo que reconocer que al menos en esta ocasión tenía razón.

Calles de Niger
Sergei indicó al taxista una dirección en perfecto francés. Durante el trayecto tuvieron tiempo de comprobar la pobreza de la gente de Níger, la ausencia de electricidad y agua, la suciedad en la calle. Yuri tuvo que reconocer que al menos en la URSS las necesidades básicas estaban cubiertas. Sergei le contó que había vivido en Niamey durante cuatro años, cuando era colonia francesa, porque su padre estuvo destinado en la embajada soviética. Estaban en 1962 y de aquello habían pasado quince años, pero Sergei había hecho grandes amigos en aquella época y ahora iban a comer a casa de uno de ellos.
Llegaron a una zona apartada del centro y se detuvieron frente a una vivienda de apariencia acomodada aunque no opulenta. Un hombre de edad similar a Sergei salió a recibirles a la puerta.
Ambos se fundieron en un profundo abrazo y Yuri pudo comprobar lo sincera que era su amistad. Seguramente llevaban muchos años sin verse, pero eso no había hecho sino aumentar las ganas de rencontrase.

Mahamadou Denna
-Éste es Mahamadou Denna– dijo Sergei señalando a un hombre que tendría su misma edad - es para mí como un hermano –continuó. Su familia es una de las más antiguas del país y es uno de los referentes de su clan, uno de los más significados de la etnia haussa. Pero no pienses que es un hombre rico que explota a su pueblo; al contrario, es respetado y querido por todos. Lo que no entiendo es porque no se dedica a la política.

-Encantado – dijo estrechando la mano de Yuri. No hagas caso de todo lo que dice Sergei. En cuanto a la política, ni lo pienses; detestó todas esas mentiras y manipulaciones.

La comida consistió en unos suculentos dátiles con crema y un mesui de cordero y los tres la degustaron sentados en el suelo. La conversación trató principalmente sobre recuerdos mutuos y Yuri se perdió una buena parte de ella porque ambos hablaban a menudo en francés aunque, cuando se daban cuenta o se dirigían expresamente a Yuri, lo hacían en inglés.

Presidente Hamani
Mahamadou les explicó cómo tras la independencia de Francia, dos años atrás, la situación política de su país era inestable. El Presidente Hamani intentaba controlar una sociedad tribal pero el equilibrio era complicado. Seguía bien relacionado con los franceses, pero no quería tomar partido ni por occidente ni por el bloque soviético. Por esa razón, sólo permitía que empresas árabes explotaran el potencial minero del país.

Las sequías eran frecuentes y la gente vivía con dificultades pero el gran temor de la población era que se produjese una guerra civil. Mahamadou sabía que la mejor baza de su país era la riqueza de su subsuelo y confiaba que repercutiera, aunque fuera poco a poco, en el bienestar de su pueblo.

Cuando parecía que la velada tocaba a su fin, Mahamadou espetó bruscamente:

-Sé a qué habéis venido a mi país.

-¿A qué crees que hemos venido? – reaccionó Sergei con frialdad mientras Yuri contenía a duras penas un grito de pavor.

-A comprobar si a tu país le interesa el uranio que los egipcios están extrayendo de Arlit – afirmó mirando fijamente a los ojos de Sergei – No me contestes, por favor; prefiero un silencio a una mentira- prosiguió. Lo único que te pido es que consideres las consecuencias de tu decisión. Si la URSS se interesa por ese uranio, no dudará en fomentar  un “movimiento de liberación nacional” como habéis hecho en otros lugares. Los americanos responderán y la guerra civil será inevitable. Níger quedará dividido y arrasado como Corea. Mi gente moriría y los que sobrevivan, tardaran décadas en recuperarse de la devastación.

El silencio se hizo atronador. Yuri sabía que Mahamadou estaba en lo cierto, pero lógicamente no se atrevió a abrir la boca. Esperó a que su jefe respondiera…. Pero no lo hizo; optó por hacer oídos sordos y cambiar de tema para, pocos minutos más tarde, anunciar que debían partir.

Durante el trayecto de regreso al Hotel, Sergei no dijo palabra. Yuri por su parte no paraba de mirar a los niños jugando en la calle y de pensar en el futuro que les esperaba si estallaba una revolución. Yuri se sintió sobrecogido por la responsabilidad que se le venía encima.

Esa noche, cenando en la cafetería del Hotel, Sergei aparentaba estar más animado y no hizo más referencia a lo sucedido en casa de Mahamadou que un simple “olvídalo”. Cuando estaban a punto de finalizar, algo de lo que sucedía en la sala les llamó la atención. Los clientes se agolpaban sobre una pequeña televisión en la que el presentador de un noticiero hablaba con aire preocupado de un incidente que acabada de suceder entre los Estados Unidos y la Unión Soviética a raíz del descubrimiento de la intención soviética de instalar misiles nucleares en Cuba.

General Semichastny
-Así que a eso se refería el General Semichastny  cuando anunciaba tiempos difíciles -murmuró en voz baja Sergei - Esta vez me parece que la hemos cagado. Los americanos nunca consentirán esos misiles tan cerca de sus costas.

-¿Tú crees que no se arreglarán? – preguntó incrédulo Yuri – Nadie está tan loco como para iniciar una guerra que destruya el mundo entero.

-Yo no estaría tan convencido amigo mío. Esto va a ser cuestión de horas o de días. De todos modos, Níger no es un mal lugar para morir contemplando como una gran nube radioactiva arrasa todo lo que encuentra.

Yuri comprendió la gravedad de la situación, los americanos habían iniciado un bloqueo naval de la isla con el visto bueno de sus aliados. La tensión era máxima y cualquier gesto podía desencadenar la hecatombe nuclear y el fin de la humanidad. Hasta ese momento, los enfrentamientos entre ambas superpotencias se habían producido de forma menos directa: Corea, Berlín… Pero ahora estaban en presencia de un ultimátum. El Presidente Kennedy parecía dispuesto a llegar hasta el final y el Presidente Kruschev no era un hombre que se anduviera con ñoñerías.

Se le quitaron las ganas de más charla. Además ambos tenían que madrugar al día siguiente para cumplir su misión. Louis vino a recogerles con un coche de su compañía y les trasladó al aeropuerto donde tomaron un helicóptero privado. La tensión era patente, nadie habló durante los tres cuartos de hora de vuelo. Tomaron tierra dentro de las instalaciones de la empresa egipcia que explotaba las minas. De inmediato fueron conducidos a un control de seguridad del ejército nigerino.

El control de entrada fue superficial y a nadie extrañó que unos técnicos alemanes llevaran consigo algo de artesanía local entre su equipaje. No cabía duda de que el control a la salida sería mucho más exhaustivo.

Mineral de uranio
Louis les llevó hasta un laboratorio moderno y les dejó solos durante unos treinta minutos, el tiempo justo para que pudieran ensamblar las piezas del espectrómetro de precisión que habían traído camuflado. Cuando Louis regresó con un trozó de mineral de aproximadamente doscientos gramos de peso, Sergei le ordenó abandonar el laboratorio y lo emplazó para tres horas más tarde.

Yuri sentía como su corazón se paralizaba y la sangre se le helaba en las venas pese al sofocante calor de la sala. Pero era el momento de trabajar y se dispuso a hacerlo conforme al plan que ya habían establecido previamente. Pero Sergei cambió el programa previsto y comenzó a improvisar. Encomendó a Yuri las tareas más simples y lo relegó a un segundo plano. 

Al principio, Yuri pensó que era la vanidad de Sergei la que le llevaba a asumir el trabajo importante pero, poco a poco, se dio cuenta de que simplemente le estaba apartando de la posibilidad de conocer de primera mano el resultado de las pruebas. Yuri se rebeló.

-Eso no es lo que estaba previsto. Si seguimos así, no podré  participar en el dictamen – se atrevió a decir.

-Tú limítate a obedecer –contestó tajante Sergei

Y así fue. El tiempo pasó y las pruebas finalizaron, pero solo Sergei había podido conocer si el uranio tenía la calidad esperada o únicamente se trataba de un material más o menos estándar.

Sergei encargó a Yuri que desmontase y destruyese el espectrómetro introduciéndolo en un horno. Poco después regresó Louis llevándose el trozo de material que habían utilizado para devolverlo a su ubicación habitual antes de que nadie descubriera lo que había pasado.

Minutos más tarde estaban de regreso en el helicóptero. Habían pasado el control de seguridad sin problemas. No se llevaban nada de la mina y las anotaciones de Sergei en su bloc eran indescifrables para los soldados. Eran ya las seis de la tarde cuando tomaron tierra en la capital y desde allí al hotel para tomar una rápida ducha y prepararse para el vuelo que les alejaría de Níger en pocas horas. 

Justo cuando descendían de las habitaciones encontraron a Mahamadou que visiblemente apenado se había acercado para decir adiós a su amigo de la infancia. Se fundieron en un abrazo conmovedor durante minutos que parecieron horas y se despidieron con una sonrisa.

Yuri no pudo ver las notas de Sergei. Durante el vuelo hasta Casablanca, Sergei le intentó convencer de que era mejor que no supiera la realidad y que en el informe oficial figuraría que el uranio de las minas de Arlit no tenía especial interés. Yuri solo tendría que corroborar ese resultado delante del General  Semichastny.

-¿Pero, qué voy a responder cuando me pregunte sobre los resultados? – preguntó- yo en realidad no sé lo que ha pasado.

-Lo mejor para todos es que le digas que yo dirigí las pruebas y que, según tú, los resultados son lo que figuran en el informe. No hace falta que le cuentes los detalles, ni que le hables de Mahamadou- le aconsejó Sergei.

-Ya, pero seguro que me obliga que me pronuncie expresamente sobre si mi opinión coincide con la tuya. Tendré que decirle que sí o que no….

-Esa será tu decisión… tú verás lo que debes hacer.

Sede de la KGB en Moscú.
Nada más aterrizar en Moscú, fueron conducidos a presencia del todopoderoso jefe de la KGB. Todo el mundo corría por los despachos; la tensión por la crisis de los misiles era patente. Aun así, el General les dedicó unos minutos. 

Primero entró Sergei que, como jefe de la misión, hizo entrega del informe. Su entrevista duró pocos minutos. Luego entró Yuri. Las primeras preguntas fueron protocolarias, pero enseguida entró en materia.

-¿Está usted de acuerdo con el contenido del informe? -preguntó.

-Así es.- fue su escueta respuesta.

-Sabe usted que nuestros protocolos de seguridad obligan a que las misiones estén integradas por dos científicos para tener dos puntos de vista independientes. Según su propia opinión personal ¿el uranio de Arllit tiene algo de especial?

-Nada que le haga diferente del resto. Estoy seguro de ello. Las pruebas han sido concluyentes. – afirmó categórico.

-Entonces, la Unión Soviética le agradece su trabajo aunque no puedo negarle que estoy un poco desencantado. Habíamos depositado nuestras esperanzas en ese material para decantar la balanza de esta “guerra tan peculiar” a nuestro favor –concluyó.

-Yo también lo siento, mi General.- mintió Yuri.

La víspera de la entrevista había sido muy dura para Yuri. La pasó meditando sobre lo que debía decir. De entrada, no conocía las conclusiones reales del informe; así que se consoló pensando que en realidad no mentía, que lo que iba a decir era más bien una media verdad. Se trataba solamente de omitir su irrelevante participación en las pruebas. Además, estaba su profundo respeto y agradecimiento hacia Sergei. Y por último, pero quizás lo más importante, no quería tener bajo su conciencia la muerte y desolación que un resultado positivo pudiera implicar para Níger.

Salió relajado de su entrevista, todo había ido bien. El director de la KGB estaba tan ocupado que no había sido demasiado insistente y su conciencia estaba tranquila.

Días más tarde supo que la solución diplomática había triunfado: los americanos hacían un gesto de distensión retirando sus misiles de Turquía y a cambio de ello, los soviéticos desmantelaban su armamento de Cuba y lo traían de vuelta a la URSS. Parecía que el haberse visto al borde del abismo hubiera traído un poco de cordura a los dos dirigentes mundiales. Incluso le habían llegado rumores de que habían instalado un “teléfono rojo” que les comunicaba en todo momento. A Yuri le gustaba pensar que él había puesto su pequeño grano de arena.

Como premio a su tarea, obtuvo un puesto de profesor en la Facultad de Física de Moscú. Su vida había mejorado en los últimos tres meses. Aunque en la URSS no existían en teoría privilegios, la realidad era un poco diferente. Su nueva posición le permitía acceder a algunas prebendas: televisión en su apartamento, un pequeño vehículo… 
Instituto de Ingeniería Física de Moscú


Una fría mañana de febrero, al salir de la Facultad, un coche negro se detuvo junto a él y dos hombres fornidos le invitaron a subir. Se trataba sin duda de agentes de la KGB y de nada valía preguntar.

Cuando fue conducido al despacho del General Semichastny, sus peores pesadillas se hicieron realidad. El general soviético tenía un aire severo cuando comenzó a explicarle que, la semana anterior, Sergei había pedido asilo político en Finlandia aprovechando una visita científica a Finlandia. Las investigaciones de la KGB habían demostrado que llevaba años cooperando con Occidente. Era un espía al servicio del Reino Unido.

Yuri intentó mantenerse frío pero se derrumbó cuando el General le contó que los americanos habían tomado posiciones en Níger, habían nombrado a Mahamadou Denna Ministro de Industria y Energía y además habían firmado un pacto para explotar unas minas de uranio.

No pudo seguir mintiendo y confesó lo que había ocurrido en su viaje. Se sentía atemorizado por las consecuencias de sus actos, pero le dolía todavía más haber sido traicionado de esta manera. Comprendió que todo formaba parte de una estrategia de Sergei: su elección como compañero en la misión, su exagerada defensa de las bondades del régimen comunista, la visita a casa de Mahamadou, la visión apocalíptica que éste les presentó, el aparente enfado entre ambos. Intuyó que fue en su último encuentro en el hotel antes de salir del aeropuerto cuando Sergei había entregado las anotaciones reales a su cómplice. Había picado el anzuelo como un inocente pececillo y ahora iba a pagar los platos rotos.

Gulag de Siberia
El General no podía apiadarse de Yuri. Había sido un traidor al no informar del comportamiento irregular de Sergei. Pero el jefe de la KGB pensaba que tan solo se trataba de un ingenuo joven que había sido obligado a jugar una partida para la que no estaba preparado. Además, a un hombre de su posición no le interesaba evidenciar que había sido engañado tan burdamente. La solución parecía sencilla: Yuri sería enviado a un Gulag en Siberia por disidente y rebelde, sin ninguna alusión al incidente de las minas de Níger. Así el General evitaba un enojoso ridículo en estos tiempos convulsos y Yuri se salvaba de un pelotón de fusilamiento.

Yuri tuvo que aceptar la propuesta. Pensó que lo tenía bien merecido; que se había dejado llevar por su inocencia. Una inocencia inducida.


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