Tras dar ayer mismo los premios, hoy empezamos a subir los relatos históricos premiados en la III edición del Concurso de Relatos Históricos y de Viajes organizado por este blog durante el presente curso escolar. Estoy convencido de que no os arrepentiréis de invertir unos minutos en leer estos estupendos trabajos literarios de vuestros compañeros. para el gusto del jurado han sido los mejores con mucha diferencia.
Y os animo a probar a escribir, a inventar historias, a desarrollar vuestra imaginación, a leer, a tener presente y viva en vuestras vidas la buena ortografía y el placer de las letras. Todo ello os llenará como personas y os enriquecerá. Hacedme caso.
Y si queréis empezar a practicar la escritura os recomiendo uno de mis blogs paralelos, haciendo click aquí, dónde estamos desarrollando un curso de escritura creativa y donde podréis encontrar prácticas muy útiles para lanzaros a la hoja en blanco.
Hoy publicamos el relato que fue galardonado con el SEGUNDO PREMIO ex aequo de la categoria B (los relatos relacionados con el proyecto sobre el Holocausto judío que hemos desarrollado este año y que llevaba por título ARBEIT MACHT FREI)
Su autora es NURIA VALLADOLID, a la que quiero agradecer que me haya permitido publicar el relato en el blog. Espero que disfrutéis de la lectura del relato de Nuria tanto como yo lo he hecho. Aquí está.
En
la angustia del momento, pensé en ti, y no fui capaz de recordar tu
voz.
Sé
que nunca te lo dije, pero cuando te miraba a los ojos, tenía miedo.
Miedo
a perderte, miedo a no tenerte. A apagar esa luz propia que tenías,
con la oscuridad que yo llevaba dentro. Miedo a arruinar la inocencia
con la que me mirabas, cuando yo te decía que no entendía, cómo
podías quererme.
Sé
que nunca te lo dije, pero cada vez que tú sonreías, yo tenía
miedo.
Miedo
a ser la razón de tu felicidad, miedo a no serlo. A la posibilidad
de que, mi pésimo sentido del humor, junto con mi incapacidad para
apreciar lo bonito de la vida, acabarían arrebatándote tu bonita
sonrisa, para después arrebatarte a ti de mi vida.
Sé
que nunca te lo dije, pero tenía miedo, de tus abrazos, de tus
caricias, de tus besos. De la manera en la que gesticulabas,
nervioso, cuando discutíamos. De tu risa, de tu olor.
Tenía
miedo de todo lo bueno que me dabas, tenía miedo de perderlo. De no
saber cómo seguir adelante si te ibas, de no tener suficientes
tiritas para pegarme, si alguien me rompía otra vez.
Era
9 de noviembre, o quizá 10. Pero noviembre, eso seguro. Porque yo
llevaba tu chaqueta, para resguardarme del frío. Estábamos sentados
en el portal de la tienda de tus padres, y yo apoyaba mi cabeza sobre
tu hombro, mientras tu fumabas, y mirabas al cielo. Nunca fuiste
hombre de muchas palabras, y esa era una de las cosas que me hacían
sentirme tan cerca de ti. No llenabas los silencios con palabras
estúpidas, porque sabías apreciar la belleza en lo que otros
consideraban incómodo.
De
vez en cuando comentabas lo bonitas que eran las estrellas del cielo.
No como las que nos hacían llevar en las camisas. Y afirmabas, que
las cosas sólo podían mejorar. Que esto era el futuro, que esto era
1938.
Y
yo sonreía, pensando que no entendías muchas cosas, para ser tan
inteligente.
Un
ruido de pasos perturbó la calma de la noche. Pasos apresurados, que
corrían hacia nosotros. Demasiados para tratarse de únicamente una
persona. El viejo Benjamín, muy querido y apreciado en nuestro
barrio, dobló la esquina, y empezó a gritarnos algo, con los ojos
muy abiertos, y moviendo los brazos, muy nervioso, muy deprisa. El
viejo Benjamín cayó al suelo, un alemán arma en mano tras él.
No
recuerdo ningún otro detalle de aquella noche. Oigo gritos, huelo
humo, veo luces, y siento dolor. Noto cómo tu mano suelta la mía,
recuerdo cómo te busco ansiosa entre la gente, sin encontrarte. Me
quedo parada, mientras algunos me empujan y me dedican palabras
furiosas. Alguien me agarra del brazo y me obliga a correr, y los
recuerdos se desvanecen.
Noto
cómo tu mano suelta la mía, te busco ansiosa entre la gente, sin
encontrarte.
Falsa
alarma, sigues a mi lado. A diferencia del viejo Benjamín, o de la
señora Petunia, o de cualquiera de los cientos de judíos que han
muerto esta noche.
Días
después seguimos recogiendo los destrozos de nuestra tienda, cuando
unos alemanes nos sacan a golpes. No hace falta que recojáis más,
nos dicen. Nos llevan a otra parte a vivir, nos llevan a los guetos.
No es que no hubiéramos oído hablar de esta decisión antes, pero
no podemos evitar que el miedo nos golpeé. Yo sigo temiendo más por
tu vida que por la mía, así que me pego mucho a ti, como queriendo
proteger mi territorio. Un soldado me insta a coger todo aquello que
quiera llevarme conmigo. Esto es todo lo que quiero llevarme, pienso,
mientras te cojo de la mano.
Nos
unimos a una larga fila de judíos que caminan por el medio de la
calle. Parecemos un rebaño de animales, aunque jamás he visto a un
ser humano despreciar tanto a los cerdos siquiera. Hay mucha gente
mirándonos desde las aceras. Algunos nos escupen, pero lo aceptamos
con resignación. A nadie le quedan fuerzas para defenderse,
pisoteamos la poca dignidad que nos queda con nuestros pies, de lo
cerca que está ya del suelo. Es eso o morir, y, sinceramente, nunca
he tenido una autoestima muy elevada. Así que qué más da, si me
escupen.
Lo
alemanes lo llaman Beuthen,
yo lo llamo el infierno. Pero lo digo muy bajito, prefiero el
infierno de mi vida, que el que me espera si me matan.
Mamá
se queja mucho de lo pequeña que es nuestra casa, papá le contesta
que más que en una casa pequeña, vivimos en una habitación grande.
Es difícil meterlos a ellos dos y a mis cinco hermanos bajo el mismo
techo sin que las discusiones se conviertan en habituales. Muchas
veces daría lo que fuera por estar en cualquier otro sitio, pero el
panorama que me ofrece la calle es hartamente desagradable. Y no
tengo fuerzas, para ver otra vez cómo la gente come del suelo. Cómo
los alemanes disparan a un niño por pura diversión, cómo los
ancianos raquíticos se arrastran en busca de empleo.
Esto
es el futuro, esto es 1938.
Tú
trabajas mucho, y vives lejos, y nos vemos poco. Estás distante y
más delgado, y ya no comentas la belleza de las estrellas. Hace
semanas que mi corazón se agrieta, y me pregunto, cuánto tardará
en partirse en dos. Te quejas mucho de las condiciones bajo las que
vivimos, y me miras con lástima, cuando te digo, que al menos nos
tenemos el uno al otro. No sabes nada de la vida, me dices, y miras a
otro lado, como si te molestara mi estupidez.
Ya
no gesticulas al hablar, ya no te brillan los ojos. No destilas
inocencia, y te esfuerzas en llenar cualquier silencio con palabras,
como si fueras uno más.
He
enumerado las razones que pueden haber acarreado estos cambios.
He
sacrificado noches de sueño, por intentar entender, qué han hecho
contigo.
Los
alemanes lo llaman Beuthen, yo lo llamo el infierno. Y lo digo muy
alto, porque desprecio el infierno de mi vida, y anhelo el que me
espera si me matan.
Es
1942, pero, qué más da eso.
Mamá
tiene canas, y Judith ya no está entre nosotros.
Tú
te has cortado tu bonito pelo rubio, y apenas es apreciable. Tus ojos
han oscurecido, y tus visitas son más breves.
Hoy
hace especialmente calor. Soldados alemanes han seleccionado a varios
de nosotros, y nos han conducido a la plaza más grande del gueto.
Un
hombre robusto pasea entre nosotros, desnudándonos con la mirada.
Nos separa en dos grupos. Tu mano suelta la mía, no te han asignado
conmigo.
Habéis
sido seleccionados para ser trasladados a un lugar mejor, dicen. El
resto de vosotros los acompañaréis más tarde.
Pero
cómo va a ser un lugar mejor, si tú no estás a mi lado.
No
quiero el cielo si no es contigo.
La
puerta se cierra, y todo está oscuro. Algunas mujeres chillan. Yo
no, ya nada me importa.
Sé
que nunca te lo dije, pero cuando te miraba a los ojos, tenía miedo.
Miedo
a perderte, miedo a no tenerte.
Sé
que nunca te lo dije, pero en la angustia del momento, en la
oscuridad del tren, pensé en ti, y no fui capaz de recordar tu voz.
Sé
que nunca te lo dije, pero una noche, al quitarme la camisa, me fijé
en la estrella cosida en ella, y sonreí, porque tenías razón. Las
del cielo son mucho más bonitas.
No
sé si llegaste al campo, yo ya no estaba allí para recibirte.
Oigo
gritos, huelo humo, veo luces, y siento dolor. Noto cómo tu mano
suelta la mía, recuerdo cómo te busco ansiosa entre la gente, sin
encontrarte.
Nuria Valladolid (4t ESO B)
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