En la publicación de los relatos que han sido galardonados en la III edición del Concurso de Relatos Cortos Históricos y de Viajes le llega el turno a los mejores. Hasta ahora hemos publicado los segundos clasificados de la categoria A y B (históricos y de viajes y relatos del Holocausto)
Le toca el turno al relato escrito por:
Para otorgar este premio, el jurado tuvo muy en cuenta la originalidad del argumento utilizado por Andrea para narrar su historia, basada en el Holocausto y en la II Guerra Mundial. No quiero desvelar nada más. Sólo os invito a sumergiros en su lectura que a buen seguro os hará disfrutar.
ANDREA BARBERÁ de 1º de bachillerato
PRIMER PREMIO en la categoría B
(relatos del proyecto Holocausto "AMF")
Para otorgar este premio, el jurado tuvo muy en cuenta la originalidad del argumento utilizado por Andrea para narrar su historia, basada en el Holocausto y en la II Guerra Mundial. No quiero desvelar nada más. Sólo os invito a sumergiros en su lectura que a buen seguro os hará disfrutar.
¿He sido yo?
Una
tarde de diciembre de 1940, en el salón de una de las casas del pequeño barrio alemán
Schnoor de Bremen, un niño comenzaba a abrir su regalo de cumpleaños…
Aquella caja era enorme, posiblemente
la más grande que había visto en ocho años. Bueno, nueve recién cumplidos. A
Adam se le resistía aquel lazo rojo que sujetaba la abertura de su regalo. No cabía
duda que su madre Anne, quién había
envuelto el regalo después de hacer la tarta de chocolate favorita de Adam, era una experta en cabuyería.
Después de varios intentos fallidos, Adam consiguió deshacer aquel lazo y comprobó el interior de su regalo. El niño se llevó la
mano izquierda a su cabeza despeinando su pelo rubio. Sus ojos azules se
abrieron como platos a la vez que su boca, manchada por el chocolate de la
tarta que Anne había preparado.
¿Cómo era posible? Si no esperaba ese regalo hasta Navidad ¿Cómo
sabían sus padres que era lo más ilusión le hacía? Adam pensó que sus padres eran los padres más listos que había visto en nueve años a la vez que gritó con júbilo:
–¡Lo que yo quería, los
soldaditos de juguete de la tienda del Señor Winkler!
Sus padres sonrieron
orgullosos por su acierto. Emma, su hermana pequeña de seis años, se acercó a
su hermano, sorprendida por el alboroto:
–A ver…–dijo cogiendo la
enorme caja a la vez que se le caía al suelo produciendo un gran ruido y la
furia de su hermano.
–¡Torpe!– exclamó Adam
perdiendo la sonrisa de su rostro.
–Pesaba mucho… – dijo
Emma rascándose su pequeña y pecosa nariz.
–¡Torpe y tonta!–
continuó Adam mientras recogía su preciada caja del suelo.
Emma ofendida guiñó un
ojo como pudo, frunció el ceño y sacó la lengua a su hermano. Era la cara más
fea que sabía poner. Después corrió
sollozando a la cocina para contarle a su madre lo malo que era su hermano mayor.
Adam recobró su amplia sonrisa
al ver desaparecer a Emma del salón. Se
sentó en el sillón y comenzó a sacar los
soldaditos de la caja. Los contemplaba
uno a uno y pronto se dio cuenta de que habían dos tipos de soldaditos: unos
rojo y otros azul grisáceo. Adam supuso que eran dos bandos diferentes.
Un
soldado rojo fue el que más llamó la atención del niño. Era más grande que los
demás y parecía más robusto, llevaba el traje más bonito. Adam decidió que
sería el líder de los soldados rojos y en el momento en el que iba a comenzar
entusiasmado a jugar, su madre apareció
con su hermana de la mano con el pijama puesto.
–Adam, hora de irse a
dormir, mañana tendrás tiempo de jugar.– dijo Anne después de bostezar
suavemente.
–Está bien mamá – suspiró
Adam recogiendo sus soldados uno a uno y metiéndolos en la caja. No quiso
protestar pues estaba muy agradecido por su regalo.
La madre acompañó a los
niños a sus dormitorios, los besó en la frente y después de desearles unas
buenas noches volvió a su dormitorio
junto a su marido.
Adam ya en la cama , no
dejaba de pensar en el cumpleaños , la tarta de chocolate y por su puesto su
regalo, estaba feliz. Poco a poco fue durmiéndose para continuar pensando en
sus soldaditos, pero esta vez sintiéndose como uno de ellos, en el mundo de
los sueños.
Una tarde después del
colegio, en una de las casas del pequeño Schnoor en Bremen…
Adam se sentía cansado,
los lunes siempre son agotadores , sobretodo si tienes que ir al colegio. Normalmente cuando llega a casa está tan
cansado que tan sólo come unas
chocolatinas y después se sienta a leer cuentos. Su favorito era el de Hansel y
Gretel, lo leía a menudo. También le encantaba inventar historias y escribir.
Sin embargo aquella tarde
las chocolatinas y los cuentos tuvieron que esperar. Lo primero que hizo Adam
al llegar a casa una vez acomodado en el salón, fue abrir su caja de los
soldaditos y retomar el juego interrumpido por su madre el día anterior.
Lo que Adam tenía claro
es que habían dos bandos: el rojo y el azul. Como el color favorito de Adam era
el rojo, el bando de este color sería el que siempre ganaría en sus juegos.
Después de haber alineado
enfrentados ambos bandos, el niño tomó el soldado rojo más grande y lo puso a
la cabeza de su bando. Adam estaba preparado para empezar a jugar.
Esa misma tarde, en esa
misma casa de Bremen, muy cerca de dónde Adam jugaba…
Anne preparaba la cena,
una cena de la cuál probablemente sus hijos se quejarían horas más tarde. Sopa
de coliflor.
Anne sonreía. Desde la
cocina oía a su hijo emitir una serie de ruidos : “¡Pum pum pum!” y de frases:
“¡No os saldréis con la vuestra!” “¡Ahhhhh!” Que demostraban el gran acierto de
regalarle a su hijo aquellos soldaditos. Por lo menos se olvidaría de aquella
absurda idea de ser algún día escritor. Últimamente en Alemania, no era un
oficio bien visto… Anne se sentía satisfecha.
Esa misma tarde, en una
habitación cercana a dónde Anne preparaba su famosa sopa de coliflor…
Adam había terminado su
primera batalla. Victoria del bando rojo. Ahora sólo quedaba hacer presos y
castigar a los soldados azules. Adam
cogió un pelotón de soldados azules y los metió en una caja negra cercana a la
chimenea del salón. A otros los enterró
en un lugar del jardín.
Cuando el niño
volvió satisfecho al salón creyendo que había terminado con los soldados
azules, se dio cuenta de que el más pequeño
de ellos permanecía manteniéndose en pie en la alfombra. Adam lo cogió y lo golpeó contra el suelo.
Sobretodo en los pies , ¿A caso creía que lo
había despistado por ser el más pequeño de todos? Una vez castigó a ese
pequeño soldado, recogió a todos los soldados rojos y se los llevó a su
dormitorio. Pasaría la noche con ellos. Pero antes…
–¡Niños a cenar!– exclamó
la madre mientras ponía la sopa de coliflor en la mesa.
Adam puso la mejor cara
de espanto que sabía poner. Sin duda ,
los soldados azules no habían sufrido un peor castigo que el que sufrirían las
papilas gustativas de Adam.
Esa misma tarde, en un
lugar de Polonia…
Un pelotón con uniformes
andrajosos de rayas azules se dirigían apáticos hacia una construcción oscura
de la cuál chimeneas expulsaban humo sin cesar.
Mientras entraban en la cámara de gas todos suponían su futuro próximo,
mientras entraban los últimos del pelotón. Oscuridad.
En esa misma tarde , no
muy lejos de aquellas cámaras de gas…
Otros prisioneros de sentimientos embotados cavaban hoyos en la
tierra, sabiendo que estaban cavando su propia tumba. Después de ser fusilados
por los guardias, quedaron enterrados en el hoyo, que horas atrás habían
comenzado a cavar.
Cerca de allí un grupo
de guardias arrastraban a un muchacho de
doce años al que habían obligado permanecer en posición firme varias horas y a
trabajar a la intemperie , bajo la nieve, con los pies desnudos porque no
quedaban zapatos en el almacén. Se le
habían congelado los dedos de los pies y
el médico procedió a arrancarle los negros muñones gangrenados con unas tenazas
uno a uno.
Durante unos años en una
de las casitas del barrio Schnoor en Bremen…
Nuevos días y con los
días , meses y años. Adam iba creciendo al igual que su ejército de soldaditos.
Las cajas de soldaditos se multiplicaban conforme pasaban los años. Y las
victorias del bando rojo y los castigos
de los soldados azules se repetían todos los días. Adam era un gran aficionado
y disfrutaba con ello. Posiblemente la frase que más repetía el niño cada año
era:
Su padre, normalmente le
obedecía, se alegraba de que se le fuera de la cabeza aquella idea de ser escritor. Pero tampoco
quería malcriar a su hijo, así que sólo le compraba los soldaditos con la
condición de que se portara bien.
Durante esos años, Adam
se comportó como si fuera el hijo
perfecto, lo que causó celos a Emma.
El niño ayudaba a su
madre en la compra, ordenaba su habitación e incluso le daba masajes en los
pies a su padre. Emma pensó en hacer algo similar para no quedarse atrás, pero
su pequeña nariz pecosa no soportaba los olorosos pies del padre.
Los padres estaban
encantados, lo que provocaba que en la habitación de Adam se acumularan cajas y
cajas de soldaditos rojos y azules.
Adam
durante esos años había oído mucho sobre política y guerras , pero no prestaba
suficiente atención. Él sólo jugaba. Sin embargo hubo un día en que Adam no
oyó, sino que escuchó, y a partir de ese día todo comenzó a cambiar para el
niño. Lo que no sabía Adam es que a partir de ese momento no sólo cambiaban las
cosas para él, sino también para Alemania y para el mundo.
Una tarde otoñal de 1944 en
una de las casas de Bremen…
El padre de Adam hablaba con un amigo en el salón. Adam mientras ayudaba a su madre
a distribuir la compra en la cocina , escuchó la conversación.
El padre del niño parecía
alertado por su tono de voz. Y es que el invitado estaba contando algo
aterrador:
–Hemos vivido engañados
muchos años, amigo. Verás… tengo
información confidencial sobre que está pasando… Me refiero… Sobre que está
llevando acabo el Führer y el partido… Muy poca gente en Alemania lo sabe.
–¿A qué te refieres Emil?– preguntó el padre curioso.
Emil se rascó la barbilla
pensativo, buscando la manera más concisa de contar aquello que le quitaba el
sueño.
–Los judíos están en
campos de exterminio, se está llevando un secretismo absoluto sobre esta
campaña genocida, apenas la gente sabe sobre ello, esta no es la Alemania que
queríamos.
El padre de Adam se quedó
boquiabierto. Ambos hombres eran antisemitas pero eso no significaba que
apoyaran el exterminio judío.
–¿Pero cómo es posible?
– Han convertido los
campos de concentración en industrias de la muerte. Someten a los judíos a
atrocidades diarias: experimentan con ellos, los entierran, los torturan, los
matan por hambre o enfermedades,
los esclavizan, o bien los meten en cámaras de gas…Lo importante para los
guardias de las SS es exterminarlos no importa de que forma, sólo les importa
que sea de forma rápida. Los judíos
están anulados cómo personas, más que nada porque no son tratados como tal. Han
perdido su identidad ,en el campo de concentración son simples números. Números
que siempre pierden y guardias que siempre ganan.
El padre de Adam se quedó
sin palabras.
Esto último que dijo
Emil, también sorprendió al niño , que
esta vez escuchaba detrás de la puerta. A Adam le recorrió un escalofrío por la
espalda. Todo aquello le resultaba muy familiar… Todo lo que había explicado
Emil era exactamente lo que pasaba en sus juegos de soldaditos cada día.
El niño a pesar de esa
noticia continuó jugando a los soldaditos, pero estaba preocupado. A
menudo visitaba a Emil y le preguntaba
si sabía algo nuevo de aquel lugar…Auschwitz.
El viejo Emil sorprendido por
la insistencia del niño, le contaba lo que sabía cada semana. A Adam cada vez
que visitaba al amigo de su padre, le recorrían escalofríos por la espalda. Lo
que pasaba en aquel lugar era exactamente lo que pasaba en su juego.
El niño para asegurarse de que realmente no eran
sensaciones suyas, decidió dejar de jugar a los soldaditos durante un mes. Y
para el asombro del niño durante ese mes Emil no recibió ninguna noticia de lo
que estaba pasando, era como si de repente todo se hubiera apagado.
Adam no podía creérselo,
aquello no podía estar pasando ¿Qué ocurría con aquellos soldaditos?
Como se puede imaginar, Adam
es un niño, y no podía aguantar mucho más sin disfrutar de su afición favorita. Así que continuó jugando unos meses más , pero no de la misma
forma que al principio. Mientras Adam jugaba durante esos meses en su rostro se reflejaba la preocupación de
volver a recibir noticias cada semana de Emil.
Una mañana de enero de
1945 en una de las casas de Schnoor en Bremen…
Adam no podía soportarlo más. Su mayor afición se había
convertido en una pesadilla. Ya no disfrutaba jugando a los soldaditos, sólo
pensaba en todas las atrocidades que se cometían en la realidad a raíz de su juego. Debía de hacer algo,
debía parar todo aquello, pero… ¿Cómo? ¿Cómo iba a conseguir un niño acabar con
el partido nazi, si ni si quiera podía el mundo?
Aquel día a Adam se le ocurrió una gran idea. Pensó que si
todo lo que ocurría en su juego, ocurría después en la realidad ¿Qué pasaría si
sacaba a los soldados azules de las cajas negras y los desenterraba del jardín?
Tal vez dejarían de sufrir los prisioneros en la realidad.
Esto es lo que hizo el niño. Estuvo durante todo un día
sacando a los soldaditos azules de sus prisiones: vació todas las cajas negras
que tenía en casa y buscó por el jardín a todos los soldaditos azules que había
enterrado durante estos años. Al terminar el día se hizo con muchísimos
soldados azules en su habitación. Estaban todos. Esa noche dormiría con ellos y no con los soldados rojos.
Unos días después
Adam recibió una gran noticia gracias a una nueva visita de Emil.
El hombre se dirigió
a su casa para contar personalmente una noticia impactante: Las tropas
soviéticas liberaban Auschwitz y habían salvado a los judíos del campo de
concentración.
Mientras los adultos estaban admirados por la noticia, Adam
detrás de la puerta escuchaba , mientras esbozaba una sonrisa orgullosa en su
rostro.
Adam era consciente de que su plan no había terminado. Aún
podía hacer más. Emil le había informado mucho durante estos meses sobre el
tema, y el niño sabía que habían muchos más campos de concentración a parte de
Auschwitz y que no sólo les ocurrían atrocidades a los judíos.
Al principio al niño se le acabaron las ideas, pues el no
tenía más soldaditos azules que desenterrar o que sacar de cajas negras.
Es cierto que pensó en buscar todos los soldaditos azules de
Alemania y liberarlos de las tiendas de
juguetes pero eso le llevaría mucho tiempo y muchos zapatos para recorrer el
país.
Así que pensó en algo mejor. El niño se dio cuenta de que no
tenía soldados azules que liberar, pero sí tenía soldados rojos. Adam decidió que debía acabar con el problema
de raíz , el problema que había causado todo aquello y que había mandado
castigar a los soldaditos azules. Adam pensó en aquel soldado rojo grande que le llamó la atención el día que abrió por
su cumpleaños, su primera caja de soldaditos.
Adam se encontraba en el salón, sentado con las piernas cruzadas en el suelo. Estaba
solo en casa. Ese día por fin había tomado la decisión de terminar con todo,
así que con la mano izquierda cogió el soldadito grande y rojo, que había sido el líder del
bando rojo y había conseguido la victoria en todos sus juegos. Y a pesar de que había sido el juguete favorito
de Adam durante años, el niño se armó de
valor y con la mano derecha estiró con todas sus fuerzas de la cabeza del líder
del bando rojo hasta arrancarla. Después la arrojó a la chimenea. Mientras la
cabeza se consumía entre las llamas, Adam sintió paz. Todo había terminado.
Esa misma tarde de abril en un búnker de Alemania…
Adolf Hitler se suicidaba pegándose un tiro en la parte derecha de la cabeza y su
esposa Eva Braun envenenándose con
cianuro.
Adam recibió la noticia al
cabo de unos días y se sintió orgulloso porque después de todo había conseguido
un niño lo que no habían podido conseguir
durante estos años las potencias aliadas. Quién pensaría que un niño alemán de
Bremen utilizando su ingenio haría fácil
lo que resultaba difícil a los demás.
Sin
embargo la gente siempre halagó a las grandes potencias aliadas por la victoria
contra la Alemania nazi, olvidando por un momento que mucha gente pequeña,
haciendo cosas pequeñas, en muchos sitios pequeños...
¡Son los que realmente
consiguen hacer algo grande!
ANDREA BARBERÁ
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